Hablar con Lluís Permanyer es hablar con una de las personas que mejor conoce Barcelona, aunque sé que él me “reñirá” un poco por decirlo, y es hablar con una persona culta, amante del arte en general y amante de esta ciudad, la suya, que ha descrito en tantos libros. Su amor por Barcelona es incondicional, aunque no rehúsa la crítica constructiva cuando es necesario ya que considera que, como cualquier otro lugar o persona del mundo, Barcelona tiene sus defectos. A través de sus libros hemos conocido a fondo los lugares más emblemáticos de la ciudad y también los más feos. Hemos sabido lo que personajes relevantes de todas las épocas opinaban de nuestra urbe y hemos entendido un poco mejor porqué Barcelona es como es. Lejos de la crítica fácil, ha dado a la burguesía la relevancia que tuvo en el desarrollo de la ciudad, con sus claroscuros, y explicando también sus excesos, a menudo un tanto ridículos. Este periodista por pasión nunca se cansa de explorar nuevos formatos y nos ha regalado una serie de documentales que todavía acercan más la capital catalana a aquellos a los que les da un poco de pereza coger un libro, manteniendo siempre el rigor y el tono educativo de toda su obra.
Permanyer nos podría hablar, sin ningún género de dudas, de cualquier rincón de Barcelona, pero ha escogido uno de sus edificios más queridos y más criticados, el que actualmente es uno de los referentes mundiales del modernismo y que, cuando se creó, generó todo tipo de reproches, por “raro” y excesivo: La Casa Milà, nuestra Pedrera.
¿Cómo empezó esta pasión por Barcelona que te ha llevado a crear toda tu obra?
Aunque algunos no lo crean, yo odiaba Barcelona. Era la Barcelona de la época franquista y lo único que quería era marcharme de aquí. Estudié derecho sin demasiada convicción con la meta de ser diplomático para que me destinaran lejos de mi ciudad, pero la cosa no salió bien. Entonces me introduje en el mundo del periodismo fichando por La Vanguardia como corresponsal en el extranjero. ¡Pero tampoco salió! Trabajaba en la sección internacional, pero desde Barcelona. Cuando llegó la democracia vi un cambio en la gente, que pasó de criticar a la ciudad y sus dirigentes a sentir curiosidad por ella. En ese momento no había prácticamente libros que hablaran de Barcelona y me pareció que podía ser más útil para el periódico hablando de ella que de Vietnam o Alemania.
Pero tu vocación venía de lejos ¿verdad?
Sí, mi padre me había inculcado o tratado de inculcar su pasión por la ciudad. Paseábamos y él me describía los lugares por los que íbamos pasando, de una forma bastante simple, para que yo la entendiera, pero dándome una visión de la ciudad. Cuando tenía 12 o 13 años empezaron a salir muchos cómics que hablaban de Barcelona y mi padre me los compraba todos. Supongo que ahí empezó mi interés.
¿Y qué lugar te impresionaba cuando eras pequeño?
Sin duda, el campo del Barça. Mi padre fue durante muchos años miembro de la junta, desde 1946 hasta que pasó el caso Di Estefano, y yo quería ser futbolista. Íbamos al palco a ver el partido y una vez finalizado bajábamos al vestuario a discutir con los jugadores y el entrenador sobre cómo había ido. Eran otros tiempos. Recuerdo una anécdota que nos puede dar una idea de la época en que vivíamos: nosotros salíamos del campo más tarde que el resto de espectadores y un día vi a dos hombres que cargaban unos sacos grandes. Al preguntarle a mi padre, me contó que se dedicaban a recoger las colillas después del partido. Unos días después, paseando por La Rambla, vi a un hombre que tenía un gran pañuelo extendido en el suelo repleto de montañitas de picadura de tabaco. Uno de los montones tenía un cartel que decía: Picadura de la tribuna del Campo de las Corts. Eran los restos del tabaco de los ricos, el de buena calidad, ¡tal vez la primera denominación de origen que yo vi! Esa era la Barcelona de posguerra.
Hablemos de tu elección, La Pedrera. ¿Por qué La Pedrera?
Por muchos motivos. Lo primero que debemos saber es que La Pedrera es el resultado de la recomendación que le hizo Josep Batlló, una vez ya se había hecho su famosa casa, a Pere Milà. Como sabía que este quería hacerse una gran casa, le recomendó a Gaudí, a pesar de que su relación durante la construcción de la casa Batlló no fue muy buena. Gaudí tenía un carácter difícil, hosco, y si no estabas de acuerdo con él podía llegar a ser realmente antipático, casi violento verbalmente. Me contó la familia Batlló que, durante la construcción de la casa, Gaudí le pregunto a la señora Batlló: ¿Cuántos machos y cuantas hembras tiene? El modo de hacer la pregunta dejó totalmente perpleja a la buena mujer. El motivo de la pregunta era que Gaudí quería diseñar sillas distintas para mujeres y hombres, y la señora Batlló se negó. La idea no era ninguna locura puesto que en aquella época las mujeres vestían trajes muy aparatosos y tenían problemas para sentarse en una silla corriente, pero la forma de hacer la pregunta como si hablara de ganado, nos da una idea de lo poco diplomático que el arquitecto podía ser. Y tenía otro problema, si algo que se había hecho no le gustaba, lo tiraba al suelo y volvía a empezar. Esto, obviamente encarecía las obras muchísimo. Pero, a pesar de todo, los Batlló se lo recomendaron a los Milà.
Y así nació la idea de la Casa Milà.
Si, por la recomendación de los Batlló, la señora Sagimón, viuda de Guardiola y nueva esposa de Pere Milà, le encargó a Gaudí la construcción. Y Gaudí proyectó una casa que, probablemente, no se puede considerar una obra arquitectónica, sino más bien escultura. Y una escultura en la línea de lo que años después sería el expresionismo, con esas formas imposibles, que no tuvieron mucho éxito y que ahora están viviendo un mayor esplendor de la mano de arquitectos como Franck Gehry. Son este tipo de construcciones con formas un poco “torturadas”, no sólo a nivel estético sino a nivel de estructura. Es como cuando se crea un bonsái, que se fuerza la planta para que adopte formas concretas y un poco imposibles.
Y Gaudí construyó algo que no era fácil de aceptar para la gente de la época.
Exacto. Cuando se retiró la bastida una vez finalizada la construcción de ese gran edificio, la gente se quedó realmente sorprendida. Fue el edificio más criticado en la prensa satírica de la época, con artículos muy feroces y burlones, sobre todo porque el Modernismo ya tocaba a su fin y la gente lo empezaba a considerar de mal gusto. Las viñetas, firmadas por las plumas más prestigiosas de la época, fueron muy crueles. Dentro de las rarezas, tenía otra que hoy en día no le es: incorporaba el primer aparcamiento para coches que hubo en Barcelona. Y hay una anécdota relacionada con ello. Uno de los primeros inquilinos era un importante comercial textil, Pere Feliu, y tenía tres Rolls-Royce: uno para que las criadas fueran a la compra, otro pequeño para cuando la familia se movía por Barcelona y un gran Rolls para los desplazamientos más largos. Este último generó un problema ya que por su envergadura no podía acceder al aparcamiento sin maniobrar. Gaudí tuvo que prescindir de una de las columnas y cambiar un poco la estructura del edificio para solucionar el problema.
Pero creo que además de críticas, inspiró a otros artistas.
Por supuesto, la creación de Gaudí, aunque pudiera parecer demasiado extraña a los ojos de la gente corriente, no pasó desapercibida para muchos artistas. En concreto, dos escultores catalanes Gargallo y Conzález, se quedaron maravillados en ver las barandillas de hierro trabajado. Aquello era vanguardista, distinto, una revelación para estos dos artistas, que vieron algo que era desconocido: con el hierro se podían hacer esculturas. Y esta es la explicación de porqué por primera vez en la historia de la escultura universal, dos catalanes introducen una materia nueva, el hierro. Aunque para ser fieles a la historia, esos trabajos no eran obras de Gaudí, eran de Jujol, el mismo que había diseñado la fachada de la Casa Batlló o que había puesto color en la Sagrada Familia. Este hombre que era, en mi opinión, incluso más vanguardista que Gaudí, creo estas barandillas improvisando en casa del forjador y por eso cada pieza es distinta. Y todavía hay algo más curioso que hace referencia a las rejas de hierro, ya desaparecidas, que tapaban las ventanas a pie de calle de las tiendas que quedaban en el sótano. Esas rejas las hacía Gaudí, pero como Jujol las encontraba demasiado monótonas, repetitivas, con unas grandes tenazas las iba moldeando cuando no le veían. La mayoría no sabemos dónde están, pero hay una expuesta en el MOMA de Nueva York.
Hay mucho debate sobre cuál fue la inspiración de Gaudí para crear La Pedrera. ¿Cuál es tu tesis?
Cuando empecé a estudiar la historia de Barcelona, me molestó un poco encontrar bastantes entendidos que defendían que Gaudí se había inspirado en Sant Miquel del Fai. Me molestó porque yo veraneé al lado durante gran parte de mi vida y lo conocía como la palma de mi mano, y puedo asegurar que La Pedrera no se parece en nada a este lugar. También hubo quien, como Juan Goytisolo, dijo que se había inspirado en la Capadocia turca. Puesto que sabemos seguro que Gaudí no viajo nunca fuera de su país y en ese tiempo no teníamos la información al alcance de la mano como ahora, la teoría es poco sólida. Yo defiendo la teoría de que se inspiró en Sant Sadurní del Valles, encima de Gallifa. Pegado a Gallifa se alza este macizo de unos 800 metros de altura, que tiene una cresta de unos 80 metros de alto que la rodea que, si la miráis, guarda un gran parecido con La Pedrera. ¿Y por qué defiendo esto? Porque cuando hubo una de las grandes epidemias en Barcelona, Gaudí se refugió en San Feliu de Codinas para huir de ella. Como buen excursionista que era, recorrió los 6 kilómetros que la separan de Gallifa y, a buen seguro, subió al macizo. Os invito a que lo visitéis o por lo menos lo miréis por internet y seguro que entenderéis porqué defiendo esta teoría.
Cuéntame más historias de la Casa Milà.
Rossinyol hizo de inmediato su crítica irónica de La Pedrera, diciendo que la gente que viviera allí no podría tener animales de compañía, debería criar serpientes ya que todas las paredes eran curvas. Y esta excepcionalidad de la Pedrera, provocó que cuando la galería de arte Maec se quiso instalar en Barcelona lo hiciera finalmente en un palacete de la calle Moncada en lugar de su primera opción que era la Casa Milà. Colgar cuadros en paredes ovaladas dificulta mucho la labor. Por otro lado, a la señora Milà nunca le gustó Gaudí. Tanto es así que el día siguiente de que muriera atropellado por un tranvía ordenó sacar toda la decoración hecha por Gaudí de su casa, el principal de la finca, y la reconvirtió a estilo Luis XV. Con Gaudí vivo no se había atrevido a hacerlo.
Y la casa tuvo también problemas con el ayuntamiento, ¿cierto?
Gaudí era un genio y como tal no hacía caso a ordenanzas ni cosas similares. El construía lo que imaginaba sin preocuparse de esos temas. Cuando las obras estaban ya terminando, fueron unos inspectores y dijeron que la casa estaba fuera de normativa. Había una de las columnas, similar a una pata de elefante, que invadía la acera. Era una invasión del espacio público y, por tanto, se debía quitar. Gaudí monto en cólera y les dijo que no iba a cortar la columna como si de un queso se tratara y que, si le obligaban a hacerlo, colocaría una placa a modo de lápida donde rezaría: “casa mutilada por orden del ayuntamiento” Y no fue lo único, ya que lo volumetría superaba con creces lo permitido. Para cumplir con la normativa, tanto el magnífico terrado como las buhardillas deberían desaparecer. Afortunadamente, encontraron la solución catalogando el edificio como excepcional y, por tanto, dejándolo fuera de normativa. ¡Ah!, y lo que a lo mejor no sabes, es que una vez finalizada la casa, la gente le retiró el saludo a los Milà. Decían los otros propietarios de Paseo de Gracia que por culpa de aquello tan raro que habían construido, el precio del palmo de terreno había bajado. Y otra curiosidad. Uno de los inquilinos que fue a vivir allí llamado Ninus Baladía, recibió un día una carta con la siguiente dirección: “Ninus Baladía. Casa Extraña, Barcelona”. ¡Y le llegó sin problemas!
La Pedrera no ha sido siempre valorada como lo es ahora, eso está claro, pero además pasó por momentos realmente complicados, ¿no es así?
Muy complicados. Durante la Guerra Civil fue ocupada por los comunistas que llegaron a hacer un refugio para resguardarse de los bombardeos, que se descubrió en una de las reformas. Y pasó otra época en que, dado el descrédito que sufría el Modernismo, estuvo en peligro real de desaparecer, de ser derribada. En los años 60, en lo que había sido el aparcamiento subterráneo se instaló un mercado hippy. En el principal, el piso noble que ahora se muestra a los visitantes y que tenía todos los trabajos de Gaudí y Jujol recubiertos para que no se vieran, se montó un bingo. Y arriba, lo que ahora es la zona museística de las buhardillas, se dividió en pequeños apartamentos diseñados por el arquitecto Barba Corsini, quien dijo haber respetado la estructura de Gaudí, aunque después se vio que no era cierto del todo. Afortunadamente, con los años se retornó a su estado original. Y en el año 75 se rodó la primera película que la utilizó como escenario. Era una de Antonioni que se llamaba El Reporter, protagonizada por Jack Nicholson y Maria Schneider. Después se han hecho muchas más, internacionales y españolas, pero esta fue la primera. Finalmente, la Casa Milà tuvo suerte y La Caixa de Catalunya apreció su importancia y la salvó, restaurándola y devolviéndole su esplendor original.
Antes de pasar a otros temas, cuéntame la última anécdota que te venga a la cabeza.
Una muy importante. Ya finalizada la obra, Gaudí y los Milà discutieron por temas económicos. Gaudí les puso un pleito reclamando 105.000 pesetas que en aquella época era una fortuna. Ganó, y los Milà hipotecaron La Pedrera para pagar. Lo hizo por ética y donó todo el dinero a caridad.
Hablemos un poco de tu otra pasión. ¿Cómo ves el periodismo actual?
Está en un momento realmente difícil, de cambios. Siempre existirán los periódicos, siempre habrá periodistas, pero lo que no sabemos es el formato que la información tendrá. El mayor problema actual que tiene el periodismo, a mi entender, es esa necesidad de velocidad, de inmediatez, que hace que a menudo se publiquen noticias sin contrastarlas antes y que después requieren de una rectificación. La veracidad es uno de los pilares del periodismo y la estamos perdiendo.
¿Y sigues en activo?
Sí, sí. Es mi momento de ver las cosas, de fijarme en lo que pasa en la ciudad. Los columnistas que se quedan en casa acaban hablando de ellos mismos porque no tienen nada de qué hablar, y eso me parece que no tiene ningún interés. Sartre decía que “la vejez es la pérdida de la curiosidad”. Yo he conocido a gente como Miró que con 82 años me llamaba para explicarme su último proyecto y a jóvenes de 20 años que no tienen curiosidad por nada, que ya son viejos.
Durante tu vida has conocido a muchas personas relevantes ¿Quién te ha marcado más?
Siempre me he sentido más atraído por los artistas que por los escritores, así que te diría que los que más me impresionaron fueron Clavé, Miró y Chillida. Tuve la suerte de conocerles a los tres y tuve una relación de amistad, además de escribir sus memorias en alguno de los casos. De esa época tuve la fortuna de conocer a todos los personajes relevantes. Fue una gran época para el arte a diferencia de ahora en que creo que hay una gran desorientación. Lo que se está haciendo en los últimos 20 o 30 años es francamente mejorable, salvando alguna excepción, por supuesto. Todos los artistas reclaman libertad para crear, pero lamentablemente acaban reproduciendo lo mismo que los demás, porque es lo que está de moda y lo que da dinero. En mi opinión, lo más importante en un artista es que tenga personalidad y que cree siendo fiel a si mismo, haciendo algo singular y diferente.
Lluís tiene una gran personalidad y es fiel a si mismo, como los artistas a los que admira, y tiene un conocimiento de Barcelona que probablemente nadie más posee. Podríamos pasar horas hablando de la Casa Milà, nuestra Pedrera - conocida así por su parecido con una cantera al aire libre - o de cualquier otro lugar de Barcelona que se nos ocurriera, pero todo lo bueno se acaba y tendremos que esperar a otra ocasión.