De ella se han dicho muchas cosas, pero lo que nadie puede poner en duda es que Anna Tarrés revolucionó un deporte hasta ese momento desconocido en España: la natación sincronizada. Empezó muy joven como deportista y también fue una de las entrenadoras más precoces del panorama deportivo. Es apasionada y muy activa, siempre poniéndose nuevos retos e intentando alcanzar la excelencia. Pero como todos nosotros, necesita momentos de paz y reflexión, momentos en los que analizar lo que le está pasando y decidir cómo es mejor afrontarlo. Anna los encuentra en sus paseos por la emblemática Carretera de les Aigües de Barcelona.
¿Por qué la Carretera de les Aigües?
Por dos motivos, principalmente. El primero es que desde hace ya unos años vivimos muy cerca y he paseado miles de veces con mis perros por ella. Y el segundo, y más importante, porque en este lugar puedo evadirme de todo, donde pensar, donde poner las ideas claras. Me fue muy útil en el momento en que surgió toda la polémica en torno a mi persona. Di largos paseos meditando sobre todo lo que me estaba sucediendo y diría que fueron muy terapéuticos para mí. ¡Si la carretera hablara! Pero es que, además, es un lugar desde el que ves toda Barcelona, preciosa desde ese punto, espectacular si es de noche.
Es un lugar muy querido por los deportistas
Claro, es una carretera maravillosa para correr, para ir en bici o para andar. Estás pegado a la ciudad, pero en medio de la naturaleza, respirando un aire menos cargado que el del centro de la ciudad que te permite practicar deportes de forma más saludable. Para todo aquel que practique algún deporte, es importante tener un lugar como este donde evadirte, donde limpiar la mente del estrés diario. Y te repito, aunque vayas tan sólo a pasear, disfrutarás de una visión de Barcelona privilegiada, muy distinta de la Barcelona que percibes a pie de calle. Además, si hace tiempo que nos has ido, la encontrarás preciosa, la han arreglado mucho.
Hablemos de tu trayectoria deportiva. ¿Cómo empezaste en la natación sincronizada?
Lo primero fue la natación tradicional. Fue de muy pequeña, en el pueblo donde veraneábamos, El Serral. Se organizaba el típico cursillo de natación de verano y me apuntaron con 4 o 5 años. El organizador les dijo a mis padres que claramente tenía aptitudes para la natación y que sería buena idea que me apuntaran en algún club de Barcelona y así lo hicieron. Estuve practicando la natación tradicional hasta los 11 años, momento en el que ya no me motivaba. A través de una conocida de la familia, descubrimos que había un deporte llamado natación sincronizada y como yo era buena en natación y gimnasia, me apuntaron a practicarlo en una piscina de Can Caralleu, la misma donde hoy soy entrenadora. Y enseguida, con sólo 11 años, entré en el equipo de competición.
Y empieza tu carrera como deportista de elite.
Si, la verdad es que fui muy precoz y, por cosas del destino, estaba en el momento adecuado en el lugar preciso. Te cuento. En el equipo de competición del Club Kallipolis el dueto de sincro lo formábamos Mónica Antich y yo, y se dio la circunstancia de que en 1984 primer año en que la sincro fue olímpica, nosotras éramos las campeonas de España. Así que con 16 o 17 años, me vi yendo a unas olimpiadas en representación de España. Y al cabo de un par de años fuimos al Mundial de Madrid, que fue una experiencia personal fantástica, pero bastante decepcionante a nivel deportivo. En ese momento es cuando decido que quiero dejar la competición como atleta y pasar a ser entrenadora.
No os fue muy bien.
¡Qué va! Al contrario, fue bastante desastroso a nivel deportivo. Para que te hagas una idea, quedamos en el puesto 16 de 18 equipos en las olimpiadas. Pero es que estábamos a años luz de los países donde el deporte estaba consolidado. Cuando llegamos a Los Ángeles, nos tocó entrenar junto con las componentes del equipo americano. Lo primero que nos dejó alucinadas era la villa olímpica, era de otro planeta. Instalaciones de altísimo nivel, restaurantes, masajes…, vaya algo que en España ni se soñaba. Pero cuando aluciné de verdad fue al ver a las chicas del equipo americano. No me lo podía creer. Eran como dos actrices, altas, guapas, y que hacían unas cosas dentro del agua que nosotras no podíamos ni soñar. En ese momento pensé: lo que hacen estas diosas no tiene nada que ver con lo nuestro, ¡practicamos deportes distintos! Por eso te comentaba que la alta competición fue una experiencia personal maravillosa pero un desastre a nivel deportivo.
Y te conviertes en entrenadora
Tenía claro que quería abandonar la competición como atleta y sabía que tenía ciertos dones para enseñar. Había hecho de monitora de natación de personas mayores en el club y, la verdad, es que la pedagogía se me daba bien. Yo tenía muy claro lo que quería hacer: quería convertir mi deporte en algo atractivo para la gente, quería alcanzar el nivel que había visto en Los Ángeles. El club me pidió que aguantara un año como deportista y después me dio la oportunidad de hacerme cargo del equipo de las pequeñas, donde había una niña llamada Gemma Mengual.
Empieza una aventura fascinante
La verdad es que sí. Cogí a ese equipo de niñas con talento y conseguimos crear un dream team de la natación sincronizada. Crecimos y maduramos juntas en el mundo del deporte e hicimos florecer un deporte desconocido en ese momento, sin necesidad de muchas parafernalias, con talento, mucho esfuerzo y muchas ganas. Convertimos lo que yo había hecho como deportista, que podríamos llamar ballet acuático al estilo de las películas de Esther Williams, en un auténtico deporte, en una conjunción perfecta entre todas las nadadoras con un nivel de sincronización milimétrico. Lo que yo había practicado y lo que hacíamos con las chicas eran deportes distintos, no tienían nada que ver. Empezamos a utilizar la tecnología para mejorar la ejecución, para poder analizar los movimientos dentro del agua y superar las dificultades del medio.
¿Es una persecución constante de la perfección?
Totalmente. Es un deporte de máxima exigencia en lo referente a la precisión y donde lo único importante es buscar la perfección. Como la perfección a nivel filosófico no existe, nos gusta más decir que perseguimos la excelencia, la combinación perfecta entre lo deportivo y lo artístico.
¿De dónde nacen las coreografías, en que te inspiras?
He aprendido y evolucionado con los años. Lo primero que escojo es un tema, algo que sea global, que pueda ser entendido en Australia y en Catalunya, en Estados Unidos y en Sudáfrica. Y a partir de aquí, buscar movimientos que nadie haya hecho antes. Me he volcado en una búsqueda constante de aquello que no se había hecho y he huido de intentar perfeccionar lo que otros hacían. Y en esta búsqueda he contado con mucha ayuda. Como soy una persona que sólo sé que no sé nada, he pedido mucha ayuda, he buscado gente de muchos países distintos que me inspirase en las distintas fases de la creación y, por suerte, siempre la he encontrado. Supongo que en parte porque creo tanto en lo que estoy haciendo, que la gente se entusiasma como yo y lo “compra”. Y me ayudó mucho una entrenadora rusa que no venía del mundo del deporte, sino del mundo del circo, de la creación de espectáculos. Lo que creamos es una historia completa, con inicio desenlace y final, añadiendo la música adecuada en cada momento.
Y también les has dado mucha importancia a la ropa, al bañador.
Sí, eso fue como la segunda fase. Una vez pensé que teníamos todo lo otro controlado, quise que la indumentaria fuera algo especial, como en una obra de teatro donde las actrices se cambian de ropa entre acto y acto. Es todo un reto ya que estamos hablando de muy poca tela, que obviamente no puede entorpecer el ejercicio y que, además, se tiene que ceñir a unas normas muy estrictas. Pero la idea era muy clara: poner al espectador y a los jueces, en la misma situación que si estuvieran en una obra de teatro.
Cosecháis muchos éxitos durante años y después vienen los problemas con la federación. ¿Qué pasó?
Estuvimos durante muchos años, del 2000 al 2012, instaladas en la excelencia deportiva. Empezamos ganando medallas en europeos, después mundiales y finalmente en las olimpiadas. Fueron unos años increíbles donde el nivel de exigencia fue altísimo pero los resultados lo fueron todavía más. Nadie hubiera soñado años atrás que la natación sincronizada española llegara a estar en la élite. Pero llegaron los problemas básicamente porque yo llevaba años enfrentada con las altas esferas de la federación. Siempre he sido una mujer que ha reivindicado mis derechos y los de mis nadadoras, que he reclamado los medios y recompensas que creía que nos merecíamos. Esto me convirtió en una molestia, en una “piedra en el zapato” y decidieron prescindir de mis servicios. Y para justificarse delante de la opinión pública desprestigiaron mi imagen y trataron de vender que mi papel no había sido importante en lo que se había conseguido. Un grave error que después se ha demostrado con la trayectoria de los últimos años de la sincro española. Éramos un equipo donde todas éramos importantes. Por supuesto las nadadoras, pero también todo el staff técnico. Fueron momentos duros porque se me atacó personalmente, pero en mis paseos reflexivos por la Carretera de les Aigües, me quedó claro a mí misma que tenía la conciencia tranquila, que había dado lo mejor de mí, equivocándome algunas veces, por supuesto, pero con honestidad y trabajo duro. Estoy en paz conmigo misma y sigo creyendo que creamos algo maravilloso, que conseguimos en equipo un éxito inimaginable y, que eso, lo lideré yo.
Y después Ucrania
Después seguí haciendo lo que he hecho durante toda mi vida, entrenar equipos de natación sincronizada. Lo de Ucrania fue especial porque me volvió a colocar en el foco mediático y, a nivel personal, fue una experiencia increíble. Hablamos de un país que nunca había estado en una olimpiada, con unas instalaciones de entreno bastante precarias y que, después de un duro trabajo de todas, estuvimos a punto de lograr una medalla. Un reto mayúsculo pero precioso. Fue como revivir los inicios con el equipo español y una forma de reivindicar mi método de entreno. Y ahora trabajo como directora técnica del Club Kallipolis y como asesora internacional de equipos de natación sincronizada. Como ves, sigo dedicándome a lo que siempre me he dedicado. Y ahora he empezado en política, un poco por lo que siempre me ha movido: defender el derecho de la gente a decidir su futuro y sus ideas de forma pacífica pero enérgica. Ya te contaré dentro de un par de años como ha sido la experiencia, ¡ahora es pronto para decirlo!
Hablemos de la Anna más personal, la que la gente no conoce.
En mi trabajo soy una persona muy exigente conmigo misma y con los demás, ya que considero que si te dedicas al deporte de élite es para llegar a lo más alto y eso sólo se consigue con trabajo, esfuerzo y sacrificio. En mi vida privada soy bastante distinta. Me encanta divertirme, la fiesta, estar con gente. Soy muy abierta y sociable y me apasiona viajar, sobretodo para conocer nuevas culturas y nuevas personas. Creo que es muy enriquecedor mezclarte con gente de otros lugares, con otras costumbres y otras formas de entender la vida.
Anna Tarrés es una mujer apasionada de su trabajo, del deporte que ha llevado siempre dentro, y es una persona clara, que te cuenta las cosas tal y como las ve y que no las intenta maquillar o dulcificar. Cogió un deporte que nadie conocía en España y lo llevó a lo más alto que se puede llegar, y lo hizo con mucho trabajo y mucha entrega. Tuvo sus momentos difíciles que supo manejar seguro que, en buena parte, con sus caminatas por la Carretera de les Aigües.