Con ínfulas de historiador porque ha publicado tres libros y un álbum de fotos sobre el barrio donde habita, el concejal de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, se dedica al acoso, derribo y apartheid del restaurante Salamanca de la Barceloneta. Continuas multas e inspecciones por su terraza, avisos intimidatorios por sus muebles en la calle... Sólo son excusas para señalar a un establecimiento emblemático por la sencilla razón de que su propietario mantiene desde siempre una cordial relación con la Policía Nacional y la Guardia Urbana. Propietario de otros restaurantes cuyo nombre más vale no divulgar para evitar que Rabassa les busque las coquillas, el popular Silvestre afirma: “parece que nos tenga manía”.
Como lo peor que le puede pasar a alguien que sufra manía persecutoria es que lo persigan de verdad, el concejal progre de manual desvencijado ataca al Salamanca por ánimo de venganza, complejo de inferioridad y resentimiento por la frustración de no conseguir hacerse con el edificio de la Jefatura de Policía de Via Laietana para convertirla en un museo de la tortura y de su memoria falsamente democrática, manipuladora, corta y sectaria. Arquetipo común de la prepotencia y el despotismo, mantiene pésimas relaciones con la prensa crítica, libre y no subvencionada. Intuyendo que le queda poco de su chollo de unos noventa mil euros anuales, la rabia y la acidez ideológica de estómago le impiden saborear buen pescado y buen jamón en un local de trato agradable y simpático.