Pedro Velázquez
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“Yo no admito ninguna injerencia de la política”, dijo Pedro Velázquez cuando Colau le nombró jefe de la Guardia Urbana en diciembre de 2019. Ahora ha emprendido una caza de brujas y amenazas contra agentes, periodistas y sindicatos. Y ordena que “los medios buscan información directamente a los agentes de la Guardia Urbana”, cuando, según él, lo que toca es que “pidan a los departamentos de comunicación de la Guardia Urbana y de Alcaldía los datos vinculados a hechos noticiables”, es decir, pasar por el aro de la propaganda y desinformación comunera.
De buen policía a censor al servicio de la alcaldesa y del concejal de Seguridad ha pasado menos de un trienio. Se acercan las elecciones municipales. La comunada recrudece sus ataques contra la libertad de información opinión, expresión y otros derechos democráticos. Cuando llegó al cargo, dijo Velázquez: “aspiro a que los agentes sean, sobre todo buenas personas”. Por aquel entonces ya había estallado el caso de la agente que asesinó a un amante y le cargó el muerto a otro amante. Velázquez no es responsable de tan histórico suceso, pero fue anuncio del mal fario que comporta colaborar con el Ayuntamiento más totalitario de Barcelona después de Franco.
Colau quería desmontar la unidad antidisturbios de la Guardia Urbana. A nivel oficial sigue operativa -con el nombre de la UREP-, pero bajo las órdenes de Velázquez hace muchas menos funciones de las que tenía con anterioridad. Ha colaborado en mantener los cortes geriátricos de la Meridiana. Le han aumentado la inseguridad y los narcopisos. No logra una circulación racional a causa del urbanismo táctico. Tampoco ha logrado la concordia sindical y su liderazgo va de capa caída. Ha dejado de ser aquel agente y compañero salido de la base para ponerse más al servicio de la política que de la ciudadanía y del cuerpo. Y no cabe duda de que sería un buen jefe si no padeciese el síndrome de Estocolmo a manos de un concejal caduco y caducado y de una alcaldesa más que mala.