El asesor de la Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo, Robert Manrique, fue una de las víctimas del atentado de ETA en Hipercor. Su drama de entonces le ha convertido en un referente a la hora de agrupar y defender a las víctimas del atentado islamista en La Rambla y en Cambrils, que esta semana han rendido homenaje a los muertos, heridos y familiares. Considerado una autoridad moral que ha criticado el trato y olvido del Ministerio del Interior a las víctimas y la falta de cariño de la sociedad hacia ellas, esta semana ha comprobado que hay algo peor y más cruel después de la tragedia.
Ha sido el fallido boicot el acto de una minoría de sujetos a las órdenes de gentes como el forajido de Waterloo, la mujeruca que presidió y desprestigia el Parlament y el fulano con aires de matón que amenaza y propaga odio y bulos. Citar sus nombres ensuciaría estas líneas porque son una vergüenza para la inmensa mayoría de catalanes. Sus cuadrillas imitan a aquellas abuelas rabiosas que pedían más metralleta a ETA. Agazapados en sus plataformas y asociaciones, son grupúsculos de granujas y bandidos que desean arrasar un país que vivía en paz hasta su aparición, y que ansía su próxima desaparición.
Frente a esta barbarie de camisas negras, con reminiscencias estéticas y éticas de los fascistas italianos, que no respetan ni un minuto de silencio por los difuntos, ciudadanos como Manrique y millones de personas más salvaguardan la convivencia, la entereza y la dignidad.