El alcaldable Ernest Maragall ha demostrado en la sede de Foment del Treball que el Tete no es el más listo de la familia, según miembros de la familia, amigos, conocidos y examinadores de sus repetidas oposiciones a medida. Sabiendo que Foment es absolutamente partidario de la ampliación del aeropuerto de Barcelona, sólo se conforma con que “no sea un arma electoral”, y opina que las elecciones municipales deberán responder a “un nuevo modelo sobre lo privado y lo público y la distribución de la riqueza”. Es decir, ni sí, ni no, sino todo lo contrario. Y a las preguntas de los presentes respondió con la trampa dialéctica que le enseñó su antes colega de partido, Jordi Borja: “El problema no es éste, el problema es…” Y a continuación respondía lo que le daba la gana.
Como bajo la sombra de un gran árbol no crece nada, el Tete no aprendió nada de sus hermanos inteligentes ni del alcalde y presidente Pasqual. Traicionó a su partido, a su hermano y se pasó a ERC con la intención de medrar y convertirse en líder de una gerontocracia, anticuada y desfasada. Fracasado como consejero de educación socialista cuando el tripartito de su gran hermano y Montilla, y como consejero republicano de acción exterior, relaciones internacionales y transparencia cuando el desastre de Quim Torra, su carrera política ha pasado siempre sin pena ni gloria ni nada destacable. De actitudes ambiguas, ideas poco claras y mirada huidiza, el abuelo Tete parece sacado de aquella antigua copla que dice: “Yo debí de comprender/ en tu modo de mirar,/que aquel que no mira bien/ se tiene que portar mal”. Así en tierra como en el cielo del aeropuerto.