La Paloma, más que centenaria sala de baile del Raval, reabrirá sus puertas y su pista antes de Semana Santa y ofrecerá música con orquesta y veladas de boxeo. Nacida en 1903, el Ayuntamiento la cerró por ruidos el 2006. Con tesón y sentimiento, Mercè March es la propietaria del local e inspiradora de la nueva etapa, que protagoniza con su hijo. Gracias a ella, La Paloma revivirá como historia y leyenda de Barcelona. El prohombre que urbanizó la zona la llamó Paloma en honor a su perra. Y Tigre y León a las calles donde se ubica en memoria de sus dos perros. Otra versión cuenta que la bautizo Paloma en honor a su esposa, que era madrileña, e hizo lo mismo con la desaparecida sala Cibeles.
También se llamó La Camelia Blanca y Salón Venus Esport, porque amparó el boxeo de salón, arte elegante antes de ser deporte duro. La Camelia Blanca es una flor oriental bellísima que simboliza estima, gratitud y admiración. Pero queda la duda de si se refería a la organización terrorista estadounidense del mismo nombre, en el barrio cuna y feudo del anarquismo barcelonés. Incrustado en la nave industrial de la fundición donde se forjó el monumento a Colón, es una joya versallesca. Cuando el franquismo, un vigilante separaba con un bastón a las parejas que se arrimaban demasiado. Y en la transición unió a veteranos amantes del baile con la juventud progre que detestaba las discotecas. Un fenómeno idéntico al vivido en la Sala Apolo, la Bodega Bohemia, el Villa Rosa o la Cibeles. Y finalmente, Mercè March se ha salido con la suya.