Antisemita, xenófoba, antisistema, antidemócrata… A medida que se acerca el fin de su desastre personal y político, Ada Colau intensifica su yihad particular para acabar con la Barcelona que antes de ella era buena y la bolsa sonaba. Ególatra enferma de sí misma, ha roto unilateralmente el hermanamiento entre Barcelona y Tel Aviv y las relaciones con Israel. Y como sabe que el pleno municipal nunca lo aprobaría, lo ha hecho a golpe de decretazo. Porque le ha salido del fondo de su autoritarismo, ya que nunca ha creído en la democracia, en la libertad ni en la fraternidad.
De natural fanática, está del lado de dictaduras como Cuba, Venezuela, Argentina, Emiratos Árabes, China, Irán, la Palestina de Hamás y otros terrorismos asociados. En algunas se esclaviza, maltrata y asesina a las mujeres. Y en otras exterminan a gays, lesbianas y enfermos de sida. Pero esta alcaldada, basada en la petición de menos de dos mil barceloneses de su secta, palestinos acogidos y nazis camuflados le saldrá cara. De momento, una entidad judía de Barcelona la denunciará por discriminar y practicar el apartheid. El sector hotelero avisa del nuevo daño económico al turismo, a las inversiones y a la ciudad por la mala fama internacional que supone. Y ya sólo faltaba esta mezquindad de soberbia incontrolada y odio ciego para que el Financial Times no rectifique su opinión sobre la degradación de Barcelona, su perdida de rumbo, su mala reputación y la pésima gestión de la alcaldesa. Además, la déspota del Guinardó ha convertido Barcelona en polo de atracción europeo de antisemitas, nazis, negacionistas del holocausto y yihadistas autóctonos y forasteros.