Ernest Maragall no sabe que todo manifiesto firmado por más de tres personas resulta siempre un ejemplo más del mismo tema idiota. Su fiasco con el manifiesto de personalidades a su candidatura como alcalde demuestra, una vez más, su analfabetismo del alma. Toda su carrera (si se le puede llamar así) la hizo gracias a su hermano Pasqual, al que no dudó en utilizar cuando ya estaba seriamente enfermo. Conocido como el Tete en su propia saga familiar, siempre fue objeto de risas y bromas por sus pocas luces. Y cuando se cuenta lo que le costó Dios y ayuda y lo que hubo que hacer para que lograse aprobar unas oposiciones a funcionario del Ayuntamiento, los funcionarios de verdad aún se avergüenzan de aquella conjura de los muy necios.
Luego pasa lo que ha pasado. El Tete presenta un manifiesto de apoyo y cuatro presuntos firmantes se borran y salen huyendo rápidamente de una lista que parece el camarote de los hermanos Marx. En ella se amontonan, sin ton ni son, socialistas de antes y de ahora junto a independientes y republicanos presuntamente “maragallianos”, pero de Pasqual. Por si fuese poco el ridículo causado, que su partido y su equipo han llamado “confusión”, se le ha añadido un consejo de “sabios” formado por un músico, una arquitecta, una directora de un chiringo de ciencia y tecnología, una presidenta de una fundación, un ex directivo del Liceu y del Grupo Godó y ex socialistas que abandonaron el partido pero no siguieron los pasos poco esforzados y bien remunerados del Maragall saltimbanqui. Esta nueva agrupación de saldos políticos desteñidos recuerda que, como dijo alguien, el bobo, para ser perfecto, necesita ser algo culto. Pero ni eso.