Decir Enrique Tomás es pensar en jamón, jamón. Nacido en Badalona, es el pequeño de los once hermanos que engendraron los inmigrantes Julio y Amparo. Creció en su lechería de Santa Coloma de Gramenet y empezó a trabajar al salir del colegio. Hoy es: “el tío que más sabe de jamón en el mundo”, según su autoretrato, y espera doblar la compañía con 200 millones de facturación. Con “mentalidad de tendero”, en el mejor sentido de la palabra, su primera publicidad fueron aquellas cuñas radiofónicas de su amigo Justo Molinero, quien decía: “Amigos y clientes de Enrique Tomás…”
Nacido para seducir a la clientela desde el mostrador de una charcutería en el mercado de la Salut de Badalona, se propuso elevar el jamón a categoría de arte y comenzó a venderlos hasta por teléfono y correo. Ahora tiene más de cien tiendas entre España y el extranjero. Con ideas de altos vuelos, sembró sus locales en los aeropuertos, que suelen ser los puntos de encuentro más internacionales. Y camino de Santiago de Compostela tuvo la inspiración de instalar máquinas de bocadillos en el aeropuerto de El Prat.
Clásico empresario hecho a sí mismo, mantiene su imperio entre Badalona y Barcelona. Tentado de trasladarlo a Madrid, se queda aquí porque “es un paraíso” y también tiene amigos en Montgat y Santa Coloma. Le gusta Madrid porque “está a dos horas y media de Barcelona”, no cree en falsas rivalidades, ni en impuestos como los de Patrimonio o Sucesiones, que le afectan directamente, más ahora que ha incorporado a sus hijos en la empresa. Hombre directo, habla en titulares y frases publicitarias que entienden los consumidores de sus jamones para todos y a todos los precios.