José Antonio Donaire (Salamanca, 1968) matiza, alarga las frases y busca que todo se entienda. La materia que domina da pie a encendidos debates. Es Geógrafo y profesor de la Facultad de Turismo de la Universidad de Girona. Ha trabajado en la administración pública, y ha sido diputado en el Parlament. Dirige el Instituto de Investigación en Turismo (Insetur) y tiene claro que las grandes ciudades globales deben interiorizar algunos límites si desean ser consideradas, precisamente, como ciudades. En esta entrevista con Metrópoli, Donaire pide que Barcelona interiorice una estrategia de “desconcentración”, para que no todo pase por dos grandes centros, el Eixample y Ciutat Vella. Pero va más allá, al entender que Barcelona corre un peligro, que comparte con otras ciudades globales. “Me parece peligroso para Barcelona una movilidad excesiva, una ciudad de flâneurs", señala, en alusión a todos los que utilizan la ciudad de forma circunstancial, desde estudiantes, hasta nómadas digitales, observadores, paseantes o turistas.
Donaire observa la realidad, los flujos migratorios y analiza cómo las ciudades globales trazan distintas estrategias en función de sus intereses. Los problemas, sin embargo, son comunes. En Catalunya el Parlament acaba de aprobar una limitación para los pisos turísticos, que Donaire entiende, porque una de las medidas que están en juego es “fijar límites”, y todos los planeamientos urbanísticos, como los entiende Donaire, son precisamente eso, “límites”. En el caso de Barcelona, sin embargo, esa regulación no tendrá incidencia, considera, porque ya está vigente el Peuat, el plan propio de la ciudad, que “va más allá de lo que marca esa ley”. En todo caso, ese plan sobre los pisos turísticos podría contemplar excepciones, como ha defendido el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. La idea que se defiende, con el apoyo de JxCat, es que determinados inmuebles desocupados o en malas condiciones en el centro de la ciudad, y que tengan un carácter histórico, puedan ser rehabilitados y transformados en hoteles. “Es cierto que se podría contemplar alguna excepción, con inmuebles concretos, pero es una puerta que se puede utilizar como puerta de atrás para incorporar otras actuaciones. Eso pasó con el plan de usos de Ciutat Vella, utilizando la discrecionalidad de la ley”, asegura Donaire.
En el debate sobre la necesidad o no de permitir nuevos hoteles en Barcelona aparece siempre el caso del Four Seasons, la cadena hotelera global, que se fue a Madrid. El edificio que iba a albergar el hotel, el Deutsche Bank, se convirtió en un inmueble de pisos de lujo. “En general la ciudad debe fijar jerarquías, que es lo prioritario en cada momento. Hay que pensar en aquel contexto –primer mandato de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona--, pero parece más razonable un equipamiento hotelero que un edificio con pisos de lujo”, responde Donaire.
La cuestión que aborda este experto en políticas de turismo va más allá. Se trata de un fenómeno global que afecta por completo a Barcelona. Fondos inmobiliarios de todo el mundo se han fijado en la capital catalana que, --todavía—es una urbe barata en comparación con las grandes ciudades internacionales. La ciudad ‘vende’ su espacio público. ¿Hay algo singular o experimenta Barcelona la misma situación que otras grandes urbes?
“Barcelona forma parte de un proceso global, que el experto David Harvey ha estudiado en profundidad. Se comercializa el espacio urbano, la ciudad pasa a ser un activo que se puede comercializar. Después aparece una segunda fase, cuando el área de influencia de esa ciudad es también global. Hay una tensión entre un espacio que es finito y la atracción que produce. Y eso exige medidas de limitación. Hay una liga de grandes ciudades que atrae una tipología diversa: turistas, estudiantes, nómadas digitales o jubilados. La forma como se regula todo eso se hace a través del precio, y, claro, eso provoca que se expulse población”.
Donaire explica el fenómeno global, pero señala lo específico de Barcelona. Esa especificidad sería, precisamente, el talón de Aquiles de la ciudad, a su juicio. “En otras ciudades globales las coronas metropolitanas amortiguan las nuevas formas de movilidad. En Barcelona, no. La capacidad de atracción lleva a un millón de personas a desplazarse cada día a la ciudad, que ya suma 1,6 millones de personas. Y la mayoría de esa movilidad se concentra en unos pocos sitios, básicamente en Ciutat Vella y el Eixample, y en menor medida en Sant Martí, Gràcia y Les Corts. Barcelona ya es una ciudad densa, y se suma esa concentración. Está claro que necesita una desconcentración, porque ahora parece concentrada en sus propias murallas, como si físicamente todavía las tuviera”.
Los expertos analizan, perciben los cuellos de botella. Pueden criticar y reclamar acciones. En el caso de Donaire, cuando se le pregunta, ofrece respuestas, que para ser efectivas siempre deben combinar diferentes factores. A juicio del director del Insetur, habría que aplicar tres estrategias combinadas para lograr esa “desconcentración”.
“La primera estrategia sería la de fijar límites, porque no se puede crecer indefinidamente. Y eso pasa por abordar lo que se puede o no hacer con el Puerto, el aeropuerto, o con el Peuat, o el plan metropolitano”, señala Donaire, que añade una segunda línea de actuación: “Hay que tener en cuenta todas las cifras. Del millón de personas que recibe Barcelona cada día, unos 150.000 son turistas. El resto responde a diferentes tipologías, que incluye a los llamados ‘excursionistas’, los que viven en el resto del territorio y pasan el día, por diferentes razones. Creo que se debería lograr que Ciutat Vella y Eixample no sean los únicos grandes receptores. Y eso pasa por ampliar los límites de la primera corona, y de toda la región metropolitana, que cuenta con calidad urbana y zonas verdes. Sin embargo, esos espacios están al margen de esa demanda de atracción. No hay una estrategia, salvo L’Hospitalet, para desviar presión turística a esa corona, que está bien conectada por transporte público”.
Siguiendo esa línea, José Antonio Donaire considera que el debate sobre el Hermitage, el museo que se pretendió impulsar en la zona del Port en Barcelona, fue equivocado. A su juicio, hubiera sido más interesante ubicar el Hermitage en la zona metropolitana de Barcelona, "de la misma forma que París ubica en cada arrondissement (distritos) un polo de atracción”.
La tercera estrategia, según Donaire, debe pasar por la creación de vivienda pública, con la intención de constituir barrios mixtos, que combien rentas medias y bajas con rentas altas.
Esta última posibilidad la quiso impulsar Ada Colau, con la reserva del 30% para vivienda pública en promociones urbanísticas en la ciudad. El alcalde Jaume Collboni ha desterrado el plan, al considerar que no ha funcionado. Donaire cree que la opción efectiva es el capital público, es decir, crear vivienda pública desde la inversión pública, teniendo en cuenta que la falta de vivienda comienza a ser acuciante en las grandes ciudades. “En Países Bajos, por ejemplo, el problema de vivienda es ya alarmante”, señala.
Sin embargo, hay otro punto de vista, una idea que circula entre muchos expertos y entre los diferentes actores del ecosistema urbanístico. ¿Se puede sacrificar el centro de una ciudad, casi la totalidad de la ciudad si, a cambio, se promueve vivienda asequible a media distancia, con un transporte público eficaz? ¿Se puede sacrificar el centro de Barcelona, porque es un motor económico para todo el territorio catalán?
Donaire respira. Y tiene clara la respuesta. “Eso es lo que pasará si no se hace nada. A medio plazo, el capital internacional provocará la expulsión de una parte de la población por otra. Barcelona no perderá población, lo que pasará es que habrá una sustitución. Hay una parte de ese proceso que es positivo, porque esa población que llega aporta diversidad, dinamismo. Lo que pasa es que convierte una ciudad es una especie de sala de espera de un aeropuerto, porque se pierde el arraigo. Ese tipo de ciudad acaba siendo un ‘no lugar’, y eso sería la decadencia”.
Donaire insiste en la necesidad de “desconcentrar”. En Barcelona el problema se localiza en dos distritos, Ciutat Vella y Eixample. En el primer caso, en una parte del año, “hay más turistas que habitantes locales”. En el Eixample, en cambio, el fenómeno es distinto y se superponen varias capas, con población metropolitana, ‘excursionistas’, y población global. Por ello, la respuesta a la posibilidad del sacrificio es clara: “No me parece una buena estrategia la de renunciar, la dejar la ciudad al mundo. No creo que el modelo sea Manhattan, donde se ha dejado para el mundo, y la población se va desplazando hacia el interior. Manhattan ya no es una ciudad, es la sala de espera de un aeropuerto antes de embarcar, con llegadas y salidas”.
La opción resultante sería localista, una especie de preservación de la ciudad, mirando al pasado. Donaire rechaza esa idea, pero ve los aspectos positivos en algunos relatos de ciudad: “Decir que es bueno mantener el piso de la abuela, que siga en manos familiares creo que enriquece, porque supone una continuidad biográfica. Hay también otros fenómenos positivos, como la continuidad de las personas que llegaron a la ciudad, extremeños o murcianos, que ya están en la segunda y tercera generación. Hay otro colectivo importante, de gente que ha tomado la ciudad como opción de vida, que es el puerto de su vida. Personas de todas las partes del mundo que se anclan en Barcelona, extranjeros como los italianos –el primer colectivo internacional en la ciudad—que se integran, que forman parte de las asociaciones de padres y madres en las escuelas de sus hijos, que quieren Barcelona. Pero hay otro aspecto que puede ser dañino. Me parece peligroso para Barcelona una movilidad excesiva, una ciudad de flâneurs. Es peligroso que haya esa sobredimensión de los que están de paso, desde estudiantes internacionales, expats, nómadas digitales, que viven como espectadores. Son flâneurs que, ante cualquier cosa, tienen la opción de marchar. Eso hace la ciudad vulnerable”.
Ante esa posición, surge lo que Donaire señalaba en el inicio de la conversación con Metrópoli: los límites. El debate sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat es intenso. ¿Lo necesita o no la ciudad de Barcelona y su entorno metropolitano? La pregunta podría ser al revés. ¿Qué pasaría si Barcelona renuncia a esa ampliación, que busca vuelos intercontinentales directos?
El experto toma distancia y señala lo que puede ocurrir a medio plazo en relación al transporte aéreo. El argumento es que los vuelos intercontinentales, y, en general, todos los vuelos aéreos serán más caros si se busca la sustitución de los combustibles fósiles. Dejar atrás el queroseno para los aviones puede ser muy costoso, a su juicio. En ese escenario, Barcelona tiene un papel de enorme envergadura. “Barcelona puede ser el gran aeropuerto del Mediterráneo, que conecta con el norte de África, y que es el enlace entre Asia y Occidente”. Donaire, por tanto, habla de “enlace”. Es decir, no ve indispensable que la ciudad cuente con vuelos directos con las grandes urbes asiáticas. “Un vuelo directo a Honk Kong puede lograr un congreso internacional o una universidad intenacional y eso es positivo, pero un señor de Honk Kong no va a dejar de ir a Barcelona, si vuela a Europa, por una escala”. Lo que Donaire apunta es que Barcelona “está conectada con las grandes puertas con Asia, que son Londres o París, y eso es lo importante, dado que no puede ni está en condiciones de tener la dimensión de Londres o París”.
Racionalidad, análisis, y una posición concreta, de la que no huye José Antonio Donaire, que no cree en una solución mágica. El experto insiste: “hay que combinar estrategias”, dejando claro que lo ideal sería contar con estrategias globales para esas grandes ciudades que se han convertido en polos de atracción, como Barcelona. Unas estrategias globales que distan en llegar, y, por tanto, “queda actuar localmente”.