Moverse, viajar. No hacerlo “es de tristes”. Josep Burgaya, historiador, ensayista, profesor titular en la UVIC, no se esconde ante los debates. Ha publicado numerosos libros, siempre focalizados sobre fenómenos que erosionan la democracia. Lo hizo con el proceso independentista, al compararlo con un movimiento “peronista”. Ha investigado los excesos de la sociedad de la tecnología. Su último libro fue Tiempos de confusión: De la clase adscriptiva a la identidad electiva, y ahora ha decidido desgranar todo lo que se relaciona con el turismo. Su trabajo lleva un título elocuente: Homo Movens, el imperativo de la movilidad y la turistificación del mundo (El Viejo Topo), con una atención especial a Catalunya y a Barcelona. Cuestiona la necesidad permanente de “moverse” y señala en esta entrevista con Metrópoli que hace falta mirar más lejos, establecer estrategias a largo plazo. Su posición es clara: "La estrategia económica no la pueden marcar los hoteleros de Barcelona".
Burgaya entiende que el turismo es un gran motor económico. Lo defiende, pero critica que pueda ser el pilar fundamental para una economía, sea la del conjunto de España, la de Catalunya o la de Barcelona. Su apuesta es que “acompañe”, pero no que todo “se relacione con ese sector, porque, entonces, se va a empobrecer todo”. La idea puede ser polémica, en una ciudad que ahora considera que ha enderezado el vuelo. Lo señaló el presidente de Turismo de Barcelona, Jordi Clos, a la sazón presidente del Gremio de Hoteleros de Barcelona. Clos considera que el alcalde Jaume Collboni se ha “alineado” con el sector y que todos van a una para transformar el turismo en la ciudad y dejar a un lado la promoción para concentrarse en aumentar su calidad.
El ensayista, autor de Homo movens, se pronuncia con claridad. “Ha llegado un punto en que el turismo es insostenible. No se puede asumir más carga. Se ha desnaturalizado todo, camino de un parque de atracciones. Hay problemas con la vivienda, el mercado del alquiler no existe. En Barcelona el peso del turismo se acerca al 15% del PIB, con una dependencia excesiva. Se camina en una dirección que no tiene futuro”.
Hay otras ciudades globales. El problema de Barcelona, si se considera así, no sería único. Pero para Burgaya es el peso lo que cuenta. En París, el turismo representa el 3,5% de su PIB, muy lejos del porcentaje de Barcelona. En el contexto internacional hay que pensar en Orlando, en Estados Unidos, con un peso del 20,4%, o en Las Vegas, con el 16,3%. Burgaya incide, sin embargo, en la propia apuesta de Barcelona de cara al futuro. ¿Gustará siempre la ciudad, mantendrá el atractivo? “Podría perder interés. Es evidente que la ciudad tiene grandes virtudes, cuenta con un sector tecnológico, con universidades potentes y centros de investigación, pero el turismo es una mala apuesta, porque ese parque temático puede que un día ya no guste. El turismo de masas se basa en el factor precio y puede haber otros destinos más baratos. Es compatible trabajar en el sector turístico y ser pobre”.
¿Entonces? ¿Se debe seguir o no esa apuesta por ser una ciudad global? “Barcelona debe jugar en el mercado global, tiene sentido, pero con apuestas limitadas. Hay un gran problema con la vivienda, y lo que hacemos es agravarlo, con los pisos turísticos, que ya llegan a toda el área metropolitana, con la presión de los turistas, de los nómadas tecnológicos. Venecia pasó de 150.000 habitantes locales, a 50.000, porque no se puede vivir allí, por el coste económico. Todo está pensado para los turistas, en un proceso que se denomina de desposesión”.
Lo que aporta Burgaya es la necesidad de ver cómo actúa el turismo. ¿Se es consciente de ello? “El problema es que el turismo destruye la base de su negocio, es autodestructivo. Cuando un barrio se turistifica, desaparece y ya no volverá. Es como una lluvia ácida. Es pura destrucción”.
En Barcelona se ha generado desde hace un tiempo un debate sobre el turismo, más allá de la llamada turismofobia. La cuestión es si, sin renunciar a lo que ya ha conseguido Barcelona en el mundo, se podrían rectificar algunas políticas, lo que querría hacer ahora Turisme de Barcelona, según su presidente, Jordi Clos. “Barcelona siempre puede rectificar, pero está muriendo de éxito. A Venecia la han destruido. No existe. No hay negocio que no sea para el turismo. En Roma, si vas al Trastevere, un barrio muy interesante, ves que todos los negocios son de una misma empresa. El tradicional ha desaparecido. Y a los ciudadanos del barrio las autoridades les piden que saquen la ropa en los balcones, para que el turista lo vea. Es una parodia. Porque el turista quiere ver la parodia del lugar, quiere imaginar, quiere una ilusión. ¡Y se llega a colgar la ropa en la calle! Es un absurdo, un autoengaño. Se ha convertido todo en un objeto para poder exhibirlo en las redes, con unas fotografías que se comparten con los amigos. La Fontana de Trevi se ve a 300 metros o más. Es imposible ya verla de cerca, está inundada de gente”.
En este contexto internacional, Burgaya admite su pasión por Buenos Aires, una de sus ciudades favoritas. La capital argentina no está todavía turistificada. “No es atractiva para los turistas. Hay un turismo brasileño, que se pasea porque ahora los brasileños se sienten superiores a los argentinos, pero todavía hay poco turismo. Otra ciudad, en cambio, que puede acabar como Barcelona es Oporto, en Portugal. Llega un turista español y también inglés. Cuando Barcelona ya tenga la marca de ‘inauténtica’, el relevo lo cogerá Oporto”.
Las dudas que plantea ahora el turismo en Barcelona, con problemas en determinados barrios, en los que los turistas toman autobuses incomodando a los vecinos, no invalida la apuesta que en su momento se hizo. Burgaya destaca lo que sucedió en 1992, con los Juegos Olímpicos. Entonces, la ciudad se abrió al mar. “El listado de cosas buenas es muy largo, para empezar el orgullo de ciudad que se creó. Pero han pasado muchos años”. Al preguntarle por el sueño del alcalde Pasqual Maragall, que tomó como modelo la ciudad de Baltimore, tras estudiar urbanismo en Estados Unidos, el autor de Homo Movens cree que era inimaginable lo que pasaría: “No se podía pensar en las plataformas que ha permitido Internet, con agencias de viajes que están abiertas todas las horas, todos los días del año, y con los vuelos baratos. Hoy todos los jóvenes viajan, y los mayores, los jubilados, con capacidad adquisitiva, tampoco paran de hacerlo. En Barcelona entran cada año 30 millones de turistas, de los que 20 son extranjeros. El aeropuerto está cerca de los 60 millones de receptores. ¿Qué hacemos?”.
¿Considera que se debe ampliar para captar a un inversor internacional que no quiere hacer escalas? ¿Cree que se debe ampliar para esas conexiones intercontinentales? ¿Es un buen argumento? Burgaya se pone serio. “Me creo ese argumento, sí, para estar en primera división en la economía global debemos tener más vuelos intercontinentales. No sé si a través de una pista más larga o sobre el mar. También creo que se ha mitificado el tema de La Ricarda, una laguna que es artificial. Pero no podemos hacer eso, y mantener los vuelos de bajo coste, porque Barcelona no puede asumir más carga. No puede hacer esa apuesta, porque es de país pobre. Es propio de Benidorm, que era una zona pobre, y apostó por el turismo de masas. No podemos seguir lo que ha hecho el Caribe, Túnez o Grecia. Es una apuesta por un parque temático. La estrategia económica no la pueden marcar los hoteleros de Barcelona, remacha Josep Burgaya.
¿Entonces, qué hacer? “Cuando se habla de reindustrialización, eso me suena mejor. Valor añadido y mejores salarios. Cuando se dice más turismo, en cambio, eso me suena mal. Creo que los grandes partidos deberían pactar el desarrollo futuro del país, y con él Barcelona. Deberíamos reducir el peso del turismo a la mitad, siguiendo a París o, incluso a Italia y Roma, que tienen un menor peso”.
Turismo de Barcelona ha señalado que la promoción se debe dejar de lado y afrontar una verdadera transformación del sector, buscando un mayor valor añadido. ¿Cómo se puede hacer eso? “Se puede hacer elevando precios, buscando turistas de mayor categoría, pero eso, al margen de que sería elitista, no resuelve el problema. Lo que hay que hacer es desincentivar el turismo, como está haciendo Amsterdam, que ya no puede más, ya no puede asumir más carga”.
¿Y la oferta cultural? ¿Puede eso atraer a un turismo que sepa lo que quiere ver y cómo verlo? “Una oferta cultural potente ayuda, pero no focalicemos en el continente, dejando de lado el contenido, como se ha hecho en muchos lugares. Muchas ciudades querían tener un Moneo o un Calatrava, y se han dejado mucho dinero en ello. En Madrid es cierto que hay colas en los museos. Pero también debemos pensar por qué. ¿Ha aumentado el interés por lo pictórico? Tal vez un poco, pero lo que hacen los turistas es la foto para el postureo, para colgar la foto en Instagram. En París, se va al Louvre a ver la Gioconda, y poco más. Para la foto”.
¿No sabe lo que hace el turista? “El turismo ya no es conocimiento, es distracción, ocio. Podrías estar, además, en cualquier otra ciudad del mundo. Están las mismas tiendas, todo es igual. Pero se ha impuesto el imperativo del movimiento. Hay que moverse”.
El futuro, sin embargo, es más turismo, con más gente interesada en todo el planeta. ¿Cómo se aborda? “En el mundo podemos viajar unos 2.500 millones de personas, pero somos 8.000 millones. Cada año se suman unos 200 millones más, con países como India o China que van ganando una clase media que quiere viajar. ¿Qué hacemos, triplicamos el número de aeropuertos? No es sostenible. No da para el medio ambiente, con mayor contaminación, con más consumo de agua”.
¿El problema de Barcelona es que todavía es barata en el contexto de las grandes ciudades? “Es barata porque los restaurantes pagan poco a los trabajadores. Los precios son anormalmente bajos, y eso sucede porque se explota a la base del sector. Para que las compañías de bajo coste puedan poner esos precios, sus trabajadores deben cobrar poco. El low cost siempre lo paga alguien”.
El papel de los hoteleros, ¿cuál debería ser? Burgaya insiste en llegar a acuerdos. “Hay que pactar, porque lo que ha pasado, también, es que medidas quizá bien intencionadas, cuando se quiso moderar la construcción de hoteles, han dado un resultado peor, con la proliferación de pisos turísticos. Los hoteles tienen una virtud: están regulados, pagan impuestos. Y la posible solución sería que incrementaran precios, no fomentar el lujo, pero sí un coste mayor, con el mismo número de turistas, pero gastando algo más”. El problema de fondo, para Burgaya, es que son las empresas intermedias las que se llevan el dinero. Y pone el ejemplo de una pareja norteamericana en Barcelona. “La media de gasto en Barcelona es de 100 euros por persona y día. Pongamos una pareja que está cinco días en la ciudad. Se deja unos mil euros en Barcelona. Pero le ha costado el viaje unos 8.000 euros. ¿Quién ingresa el dinero? Desde el hotel a las compañías de vuelo, seguros y todo lo que queda en el medio. ¿En Barcelona? Unos mil euros, mil de ocho mil”.
¿Quién lo hace bien, entonces? “Amsterdam se ha puesto las pilas, y algunas zonas de Canadá, con medidas más restrictivas respecto a las plataformas de pisos turísticos, o respecto a los servicios de taxi. La regulación es civilización. Esa idea de la libertad, que cae en libertaria, es nefasta”.
En Barcelona el debate comienza a intensificarse. Una de las ideas es buscar el modelo de otras ciudades con más valor añadido, como Boston, o San Francisco. ¿Está Barcelona en una transición, entre Lloret de Mar y San Francisco? “Hay gente que quiere ser San Francisco, que tiene, ojo, muchos problemas. Creo que está a medio camino, porque no podemos olvidar el potencial de Barcelona, que se debería aprovechar más, con universidades de alta calidad, con centros de investigación y tecnológicos, con el sector de la salud en primer término. Barcelona debe decidir, y la apuesta turísitica es la de la degradación. Se puede y se debe hacer otra cosa, porque si se contenta al sector hotelero, no iremos bien, es mi sensación”, remata Josep Burgaya.