Pau Solanilla (Barcelona, 1970) es consultor internacional en diplomacia corporativa, reputación y gobernanza. Y acaba de dar un nuevo paso en su larga trayectoria profesional. Hasta ahora era el Comisionado de Promoción de la Ciudad, en el Ayuntamiento de Barcelona, con el alcalde Jaume Collboni, pero acaba de fichar como socio de Sector Público de la consultora Harmon.
Solanilla está convencido de que el futuro no se puede pensar como algo distópico, y que las ciudades tendrán un papel determinante siempre que se planifiquen y sean capaces de lograr tres objetivos: competitividad, sostenibilidad y equidad. Acaba de publicar La República verde, una nueva gobernanza para la sostenibilidad y el progreso (Punto Rojo Libros), en el que incide en la “necesaria transformación de la gobernabilidad”, con una “mayor innovación”. En esta entrevista con Metrópoli, Pau Solanilla asegura que Barcelona está muy bien posicionada, pero debe hacer frente a muchos retos, para cumplir con las “promesas que genera”, porque, en caso contrario, puede "morir de éxito". Sin embargo, tiene claro que algunas apuestas pueden ser contraproducentes: “El decrecimiento en Barcelona, como en otras ciudades, es bienintencionado, pero es un aliado del neoliberalismo”.
Pau Solanilla expone la necesidad de readaptar la gobernanza a los nuevos tiempos, para que sea más eficaz, pero también para que recobre una mayor legitimidad. ¿Qué se necesita? “Primero debemos tener la humildad de entender que necesitamos una mayor innovación en la gobernanza. Afrontamos cuestiones del siglo XXI con políticas del siglo XX y con estructuras, como son los ayuntamientos, por ejemplo, del siglo XIX. Algo falla. Necesitamos una mayor velocidad en el diagnóstico, para poder colocar al ciudadano en el centro”.
La convicción de este consultor es que falta capacidad de reacción. “Hay que hacer las cosas de otra manera, con una mayor innovación social, a partir de lo que tenemos, como los Citizens lab o las ciencias del comportamiento. Es un trabajo que desborda a las instituciones, por eso creo que hay que apostar de forma clara por la relación público-social-privada. La legitimidad por parte de la sociedad civil será mayor con esa relación público-social-privada".
Las ciudades y, en general, en todos los niveles de gobierno, experimentan una creciente polarización. Es complicado hallar puntos de encuentro. Para Solanilla, que ha vivido esas situaciones en el Ayuntamiento de Barcelona, ese es el gran problema. “El obstáculo es la polarización política. La mejor Barcelona se dio cuando se contaba con unos básicos de ciudad, compartidos por todos. Ahora están rotos. No se necesita una excesiva institucionalización, sino complicidades de ciudad, la llamada política de los afectos, la confianza. Todo ello es necesario para ser más rápido y eficiente”.
Tras esa reflexión surge en la conversación la necesidad de que la administración local sea más rápida cuando aparecen nuevas prioridades. Es el caso del distrito del 22@, que tuvo, desde su origen, un fuerte componente económico, pero que ahora debe hacer frente a la mayor demanda de vivienda. ¿Debe haber mayor cintura para transformar oficinas en viviendas? “La cuestión del 22@ puede ser un ejemplo de esa necesidad, pero la mirada también debe ser a largo plazo. En este caso es cierto que puede haber una adaptabilidad, pero a largo plazo se podría amputar la posibilidad de un desarrollo económico. Por eso creo que debe existir una visión integrada, donde el interés general prime sobre el interés particular”.
En la ciudad, porque gestiona lo más cercano al ciudadano, se debe producir un mayor acercamiento, una invitación a la participación. Así lo entiende Solanilla, con una idea distinta, sin embargo, de lo que debemos entender por progreso, y que está en el corazón de los nuevos proyectos políticos, en reflexiones como las que se proponen en La República verde. “El mensaje que debemos construir, entiendo, guarda relación con una nueva idea de progreso. Se trata de generar un combate contra aquellos que ven un futuro distópico, o para los que quieren un decrecimiento que sería un desastre. Hay que repensarse juntos, con tres máximas. La primera es la competitividad, para generar oportunidades económicas. La segunda es la sostenibilidad, que es una oportunidad, para hacer ciudades saludables, desde la premisa de que las empresas verdes pueden ser tan o más eficientes y rentables que las tecnológicas, y la tercera es la equidad. La nueva idea de progreso que incorpora esas tres cuestiones es posible y lo es en Barcelona. Pero se necesita audacia, credibilidad y también la posibilidad de equivocarse, con innovación, con proyectos como el de las Digital Twins (la posibilidad de crear un doble virtual de Barcelona donde aplicar cualquier cambio)".
Surge, por tanto, la idea del decrecimiento. Es una corriente económica que aboga por ralentizar o cambiar sectores, al considerar que no se puede forzar más el medio ambiente. Solanilla recoge el guante. “El decrecimiento en Barcelona, como en otras ciudades, es bienintencionado, pero es un aliado del neoliberalismo”. ¿Por qué? “Cuando se dice que vamos hacia el colapso, se hace el juego al neoliberalismo, a una especie de sálvese quien pueda. Sí se debe entrar en un decrecimiento de un determinado sector, pero para crecer en otros, y conseguir una suma positiva. Debemos crecer para poder pre-distribuir".
¿Cómo se logra eso, en qué se traduce? “Tenemos en Barcelona una necesidad de una nueva industrialización sostenible. Hoy eso quiere decir logística, movilidad de las personas, servicios. Debemos hacer de Barcelona un territorio inteligente, con valor añadido. Una industria verde. La ciudad lo permite, con muchas ventajas, porque está bien conectada, y bien situada, y atrae talento. Hay que reconocer, por tanto, que determinados modelos no son sostenibles. No lo es, por ejemplo, el traslado en coche desde Pon Pastor al Baix Llobregat, cada día, para ir al trabajo, con un vehículo contaminante. No son modelos sostenibles. Y habrá que repensar la logística, no sólo la de última milla, también la logística metropolitana. Y, por supuesto, el turismo, con una cuestión previa: debemos ser capaces de ver la carga social y medioambiental, la que podemos manejar para que sea un factor de progreso”.
¿Eso pasa por reducir cantidades? “Supone conocer la capacidad de carga, el límite razonable, social y medioambiental. Y, luego, actuar con una gobernanza más sofisticada”.
Pero ¿cómo se maneja ese flujo turístico? “En Barcelona se produce una concentración en tres grandes zonas, en Ciutat Vella, en el Parc Güell y en la Sagrada Familia. O bien se intenta redistribuir o se reduce en esas zonas. También debemos pensar en los turistas que están en la Costa Brava y bajan a Barcelona por un día. ¿Deben entrar tantos autocares de golpe en la ciudad? ¿Pueden llegar de otra forma, ya sea con autobuses eléctricos o en tren? Debemos repensar la ciudad. No se trata de la ciudad de los 15 minutos. La ciudad sostenible es la de los 45 minutos, donde se puede acceder a todos los servicios, pero sin que esté todo concentrado. La ciudad de los 15 minutos o es para ricos o está muy contaminada”.
Solanilla apuesta en su libro por las ciudades “medianas”. Y, a su juicio, Barcelona forma parte de esa liga de ciudades. “Son las que ofrecen oportunidades. Richard Florida lo ha explicado, con esa distinción entre megalópolis, ciudades pequeñas y aburridas, y las ciudades medianas, que tienen la capacidad de atraer talento. Está describiendo con ello a Barcelona, Boston, Berlín, o Ámsterdam. Hay que combatir las externalidades negativas, que las tienen, y atraer talento para lograr no solo unicornios tecnológicos, sino unicornios verdes, nuevas empresas que afronten la transición verde”.
Solanilla analiza los diferentes estudios sobre el cambio climático. Y los resultados no son muy tranquilizadores. En el horizonte de 2070, Madrid, por ejemplo, tendrá la misma temperatura que Marrakech. Las ciudades nórdicas, en cambio, podrían acercarse a las temperaturas templadas de las que ha gozado Barcelona. ¿Se es consciente de ese cambio, que llevará a una mayor competencia entre ciudades?
Cambio cultural
“Alguien podría pensar que se trata de un horizonte lejano, lo que da pie a no hacer nada. Pero hay que afrontarlo, de dos maneras: intentando paliar ese incremento de temperaturas, y, por otro lado, preparando una adaptación. El talento querrá vivir en ciudades con calidad de vida. Y en Barcelona corremos un riesgo y es que el Mediterráneo quedará más afectado por ese cambio climático que otras zonas. Barcelona debe y puede adaptarse, pero deberá tomar decisiones importantes. La descarbonización, por ejemplo, es un concepto muy amplio, que desborda cualquier debate que tengamos sobre los ejes verdes. Se trata de repensar la ciudad, de producir de una forma distinta, de un ocio diferente. Por ejemplo, ¿debemos salir de la ciudad, ir a la Costa Brava a comer una paella, y volver por la tarde? ¿todos al mismo tiempo?”
¿El problema, por tanto, es la movilidad? “La movilidad plantea un cambio cultural que desborda todo lo que se ha discutido sobre los ejes verdes”.
¿El mundo es de las ciudades? ¿Vamos a una competencia entre las ciudades globales? “Se puede ver a partir de un dato: cuando una multinacional como AstraZeneca quiere instalarse en algún territorio, piensa en una ciudad en concreto. Por supuesto, valora el marco regulatorio, los beneficios fiscales, y eso es cosa del Estado. Pero el protagonismo lo tiene la ciudad. Esto no va de países, va de ciudades. Ganan influencia, y los estados deben ir de la mano de las ciudades tractoras. Hasta hace poco había cinco grandes ciudades globales: Londres, París, Nueva York, Tokio y Hong Kong. Hoy hay entre 80 y 100 ciudades globales, de las que unas 40 están en la Champion League. Y las grandes empresas piensan en ciudades. Por eso insisto en que debemos conciliar la competitividad con la sostenibilidad y la equidad, porque las decisiones las toman personas que quieren vivir en zonas de calidad”.
Entonces, ¿dónde está Barcelona en ese contexto internacional? “Barcelona está en el top 10 mundial en atractividad. Cuando se piensa, de forma espontánea, en una ciudad, Barcelona aparece siempre. Eso, sin embargo, no quiere decir que se esté en el top 10 de condiciones para hacer real lo que se desea. Es decir, Barcelona puede morir de éxito si no cumple la promesa de valor que ofrece. Y sabemos que hay un debate sobre la vivienda, la sostenibilidad, o la turistificación. Por eso se debe gestionar con inteligencia y rapidez. Y para ello los consensos son necesarios.
Ampliación del aeropuerto
¿Ese consenso se está alcanzando? Queda mucho por hacer, pero hay una creciente percepción de que necesitamos recuperar lo perdido. Barcelona y Catalunya han perdido tiempo, un camino no recorrido. Todos, creo, son conscientes de ello, pero en una mesa debes tener la generosidad para colocar el interés general sobre el particular. Y eso todavía no se ha conseguido. Un ejemplo es que Catalunya es la primera consumidora de energía y está a la cola entre las comunidades que generan energía. Es un desastre”.
Barcelona, tiene, por tanto, deberes que cumplir, a juicio de Solanilla. Pero la Generalitat debería hacer mucho más, indica este consultor. “Barcelona debe ser el motor de Catalunya, y los gobiernos de la Generalitat han tenido miedo a Barcelona. No han aprovechado la palanca de Barcelona. Catalunya no puede ir bien si Barcelona no va bien”.
En ese debate, ¿qué pasa con el aeropuerto? “Se debe definir, primero, el modelo de país y de ciudad, y, después, ver qué aeropuerto necesitamos. Y se ha hecho al revés. Si queremos menos turismo y de más calidad, necesitaremos conexiones intercontinentales y, por tanto, alguna ampliación del aeropuerto será necesaria”.
¿Entonces, su apuesta personal es clara? “Creo que necesitamos un aeropuerto adecuado al relato de la Barcelona del Green Deal, con mayor competitividad, sostenibilidad y equidad. Y es evidente que eso tendrá un impacto en el territorio. Pero es posible abordarlo. Es el reto de los próximos años”.