Carlos Abella: "Negar el papel de Samaranch o de Porcioles en el desarrollo de Barcelona es de miserables"
El economista y escritor, autor de 'Aquella Barcelona' incide en cómo Madrid ha "tomado carrerilla, de forma imparable", mientras a su juicio la capital catalana "se mira al ombligo", y desdeña a una sociedad civil que, en cierto modo, "ha capitulado"
24 agosto, 2024 23:30Carlos Abella (Barcelona, 1947) habla con claridad. Atesora una larga trayectoria profesional como economista en la Administración Pública, con despacho en la Moncloa, entre 1981 y 1998, y con altas responsabilidades en el Banco de España, en la Comunidad de Madrid, en RTVE y en la Plaza de Toros de Las Ventas. Es autor de una biografía de Adolfo Suárez, y del ensayo Murieron tan jóvenes, y de la novela Las cartas del miedo. También es biógrafo de Luis Miguel Dominguín, lo que indica su enorme afición por los toros, que heredó de su padre, Rafael Abella, periodista y escritor, y una referencia de la crítica taurina.
Pero Abella, precisamente para culminar un proyecto que acarició su padre, ha publicado Aquella Barcelona, de la posguerra a los Juegos Olímpicos (Almuzara). Su propósito es el de recordar, el de hacer ver que la “izquierda”, no puede imponer un único discurso. Hay otras lecturas sobre cómo ha ido avanzando la ciudad. Abella, en esta entrevista con Metrópoli, muestra su disgusto sobre los posicionamientos de los responsables municipales en los últimos años, en una alusión directa a Ada Colau o Gerardo Pisarello: "Negar el papel de Samaranch o de Porcioles en el desarrollo de Barcelona es de miserables".
Abella se siente un privilegiado por todo lo que ha vivido. Estos días se encuentra en Pals, en el Empordà. Vive en Madrid, pero mantiene todos sus vínculos con Barcelona, donde reside su madre, aún muy activa. En su libro evoca una Barcelona que ha existido, que fue gris, pero que tenía sus vías de escape, y que supo reinventarse. Carlos Abella era “el único niño”, cuando los amigos de su padre se citaban en la casa de la familia. Personajes como Néstor Luján, Horacio Sáenz Guerrero –que fue director de La Vanguardia—o Mariano de la Cruz charlaban con Rafael Abella. Y ese niño lo iba interiorizando todo. Ahora, con las muertes de Rosa Regàs y Teresa Gimpera, señala la importancia de unos años que fueron decisivos.
“Gimpera nos evoca una Barcelona proyectada al exterior, que supo ir más allá. Fue una actriz que le dio valor a su arte y a su belleza. Y fue una mujer valiente, con unas memorias que vale la pena leer, porque se pronuncia, porque explica cosas importantes de aquel momento. En el caso de Regàs, --yo traté mucho a su hermano—es una mujer clave para entender determinadas relaciones culturales que potenciaron la ciudad, con Carmen Balcells, Jorge Edwards, Vargas Llosa o García Márquez. Representa una Barcelona muy poco chata, muy activa, una ciudad que miraba hacia el exterior”, señala Carlos Abella.
¿Es nostalgia, es el paso de los años lo que lo cambia todo? Abella vivió una determinada época, y es hijo de ese contexto. Pero lo que ha querido apuntar, con su libro, es la importancia de la memoria, de que la historia no se puede interpretar en una determinada línea. “A una determinada izquierda no le interesa la realidad. La falsificación de la historia es el peor pecado que puede cometer un político”, remacha. Pero, ¿en qué se basa el escritor, en relación a Barcelona?
Asesinato de católicos
La Guerra Civil sigue siendo una especie de elefante en la habitación. La interpretación sobre por qué sucedió y quién fue el culpable sigue siendo importante. Abella escribe su libro como si fuera un dietario, porque describe los hechos, y se apoya en artículos periodísticos y en libros, y refleja comentarios personales. Su idea es que lo que sucedió entre 1936 y 1939, “tuvo mucho que ver en lo que pasó entre 1931 y 1936”. E incide en el asesinato de “personas católicas, conservadoras, sólo por el mero hecho de serlas, a cargo, decían, de las milicias, pero, ¿quiénes eran las milicias?" En su recuerdo está el periodista Josep Maria Planes, “asesinado por informar”, en alusión a las publicaciones de Planes en las que denunciaba que los anarquistas de la FAI habían acabado con la vida del ex jefe de la policía de la Generalitat, Miquel Badia. “Mi padre me llevaba por la Arrabassada y me indicaba cómo habían matado en las cunetas a muchas personas sólo por ir a misa los domingos”.
Pero aquello queda lejos. Pasaron muchas cosas en la Barcelona que conoció Abella. También hubo “una enorme represión” con la dictadura franquista. El escritor lo constaba, lo escribe, y el lector tiene la sensación de viajar en el tiempo, con otros escritores, con toreros, con boxeadores, con salas como el Price. Llega la apertura, la transición, y el periodo democrático. Abella se para en los Juegos Olímpicos de 1992. “Ahora con la inauguración de los Juegos en París he rememorado aquel instante, que es único y que demostró la fuerza de la colaboración entre administraciones y de personas importantes, como Rodés, Ferrer Salat, o Samaranch. Y antes, de alcaldes como Porcioles, uno de los iconos de la Barcelona franquista.
Abella se pone serio. “Hemos tenido un episodio desastroso en Barcelona en los últimos años, con el gobierno municipal de Ada Colau, con señores como Pissarello. ¿Qué es eso de condenar a Samaranch? Tuvimos los Juegos en gran parte gracias a él. O, ¿por qué denostar a Porcioles? En su entierro tuvieron palabras de elogio tanto Pasqual Maragall como Jordi Pujol. Lo reivindicaron mucho. Negar el papel de Samaranch o de Porcioles en el desarrollo de Barcelona es de miserables", sentencia.
Pero, ¿cómo encaja todo ello con la defensa de un sistema democrático? Abella entra en esa reflexión. No la elude. "Hubo franquistas cojonudos y pésimos. Porcioles hizo cosas muy buenas para Barcelona, y cometió errores, claro. Hay demócratas, en cambio, que van contra la Constitución, que toman medidas muy cuestionables, y ese ropaje de demócratas les sirve para ser muy autoritarios o para descalificar a un juez, por ejemplo".
Para el autor de Aquella Barcelona, los Juegos de 1992 suponen la cúspide de un proceso iniciado con la transición que ahora se pone en duda. "Ellos quieren ahora desmontar algo en lo que participaron, como si no hubiera valido la pena". Se refiere Abella a la "izquierda"; y, en concreto, a los socialistas que han negociado con los independentistas vascos y catalanes. Abella defiende con toda la fuerza que puede a un político como Adolfo Suárez, de quien escribió una de las mejores biografías sobre el que fuera primer presidente de la democracia española. Y remarca una de las anécdotas que explica en el libro. "Quería un prólogo de alguien que admirara a Suárez, que pudiera explicar su importancia. Y pensé en Jordi Pujol. Se lo pedí a Josep Gomis, con quien tenía una muy buena relación y que era delegado de la Generalitat en Madrid. Gomis se lo trasladó a Pujol, y éste me dijo que si era un libro sobre Suárez, a quien admiraba, tendría el prólogo al día siguiente. Y así fue".
Burgueses ocultos
Barcelona ha sufrido en gran medida la repercusión del proceso independentista. Hay autores que sostienen que el llamado procés se debió a la percepción de que Barcelona perdía peso frente a Madrid, como sucedió en Canadá, entre Montreal, la capital de Quebec, frente a Toronto, la capital de Ontario. Abella no lo ve así. "Es algo más largo, es un proceso que viene de lejos, donde el nacionalismo ha ido pidiendo y era correspondido desde Madrid, con más cesiones.Y derivó hacia ese procés. En algunos momentos hay que saber decir 'no', pero no parece que esa sea la respuesta que se da desde Madrid".
¿Consecuencias? "Madrid ha tomado carrerilla, es imparable. Y Barcelona se mira al ombligo cada vez más, esa es la verdad, aunque sea una ciudad fantástica, con gente con mucha iniciativa", considera Abella. Sin embargo, como buen conocedor de esa sociedad civil, el economista y escritor admite que ha quedado "ocultada", que ni la Catalunya oficial ni los medios de comunicación quieren resaltar su papel. ¿Se refiere a colectivos u organizaciones? Abella no está hablando del Círculo de Economía, o del Círculo Ecuestre, o de Foment del Treball. "Me refiero a personas individuales, miembros de una burguesía, empresarios, gente con talento, que viven como ocultos. No se les hace caso. Y la ciudad pierde".
Su lectura es clara. Más allá de los discursos oficiales, sobre una Barcelona 'progesista, moderna, de izquierdas, alternativa', Abella recuerda otra Barcelona, otros personajes, otra forma de entender el desarrollo de la capital catalana. "Ellos (la izquierda) han creado un relato que es falso. Viven en la falsedad", sentencia.