Jordi Amat vive en el Eixample. Asegura que es muy consciente de que él y su familia no recibirán un burofax. Dispone de vivienda. Y es, hoy, un privilegiado. Filólogo, escritor y ensayista, con obra extensa y variada a sus espaldas, Jordi Amat acaba de publicar Les batalles de Barcelona, imaginaris culturals d’una ciutat en disputa (1975-2025), en Edicions 62. Es un repaso sobre la evolución de Barcelona, con sus correspondientes manifestaciones culturales. Amat señala en esta entrevista con Metrópoli, que el centro de todo es y será en los próximos la cuestión de la vivienda. Y lo relaciona con el propio sistema democrático. “La calidad democrática de Barcelona pasa por abordar la cuestión de la vivienda”, asevera.
Amat incide en una idea. Las ciudades deben crecer. Los más desfavorecidos tendrán oportunidades en la medida en que las economías de las ciudades vayan bien. Pero esos crecimientos deben tener, a su juicio, la regulación necesaria para garantizar algunos servicios, y uno de ellos es el acceso a la vivienda.
Pero, ¿qué ha sucedido en Barcelona en los últimos años? Amat entiende que no ha habido un discurso reformista que se impusiera a un discurso más rupturista o antisistema. “Es bueno el éxito turístico. Pero la promoción de ese modelo no incorporó que los ciudadanos se pudieran sentir excluidos de lo que define la identidad de la ciudad. Y se generó un discurso antisistema que ha sido hegemónico en el campo cultural. El posible discurso reformista no se impuso. Y lo que sucede es que el campo rupturista no ha sumado, no ha ofrecido propuestas para una ciudad global como Barcelona. Ahora se entiende que hay que abordar algunos problemas importantes. Y que la calidad democrática de la ciudad pasa por abordarlas, cuestiones como el acceso a la vivienda”.
El ensayista Jordi Amat, con 'Metrópoli'
El libro de Amat repasa las creaciones culturales que han pensado Barcelona, que han anunciado o denunciado los fenómenos que se iban produciendo, como la novela de Llucia Ramis, Coses que et passen a Barcelona quan tens 30 anys. La publicó en 2008 y ofrece muchas pistas.
“Yo buscaba en esa novela un punto hedonista, y me equivocaba, porque cuando la he releído he entendido la gran paradoja que apuntaba. Es una joven que vive en una ciudad que no tiene nada que ver con lo que se quiere vender. Está a punto de finalizar el contrato de alquiler, y no sabe si le renovarán el contrato en el trabajo. A la protagonista de la novela, una jefa le pide que, sobre todo, no se le pase la llegada de Woody Allen a Barcelona, para que lo cubra periodísticamente. Y es que Allen viene para rodar una película –Vicky Cristina Barcelona-- que será una postal que se quiso tener sobre una ciudad en la que un expat acogía a turistas norteamericanos en un palacete en el que vivía. Entonces no sabíamos que era un expat de manual. Hoy lo vemos con claridad”.
Eso lleva a una reflexión sobre el papel de la cultura, de las creaciones culturales. “La cultura se puede pensar que es algo decorativo, pero también actúa como disolvente. Creo que se debe atender las señales que se transmiten sobre lo que se escribe, se canta o se teatraliza. El capital cultural opera en las sociedades modernas, apunta de forma clara. Y lo que he querido hacer es ofrecer esas imágenes para entender la ciudad”.
Entonces, ¿los gobernantes locales no lo supieron ver? ¿Se mantenía un discurso optimista sobre la ciudad?
Amat no carga las tintas, porque contextualiza de forma constante. “En 1996 la Fundació Antoni Tàpies realiza una exposición, bajo la dirección de Manuel Borja Villel. Son fotografías con el título ‘La ciudad de la gente’, un proyecto de Craigie Horsfield que impugna el consenso de los noventa alcanzado tras los Juegos Olímpicos. Borja Villel, en el catálogo, dice que cuando en una ciudad los que viven están muy satisfechos ese consenso desactiva la crítica. Y es verdad. La lógica de los tiempos llevaba a eso. El liberalismo había ganado la partida, el conflicto había desaparecido. Pero el conflicto es constitutivo de las sociedades. Y creo que el éxito del proyecto urbanístico y económico implícito provocó que se ignoraran los problemas de fondo”.
Lo que señala Amat es que los gestores políticos de Barcelona, junto con urbanistas, arquitectos y tejido asociativo, tuvieron mucho éxito con una operación que transformó por completo Barcelona, con los Juegos Olímpicos de 1992. El impulsor había sido Narcís Serra como alcalde, y luego Pasqual Maragall, que ya trabajaba en el Ayuntamiento, y que Amat define, principalmente, como “un economista urbano, que había aprendido del ejemplo de Baltimore en Estados Unidos”.
Pero las cosas cambiarán a finales de los noventa y con el icono del Fórum de las Culturas en 2004. ¿No se pensó en una posible cara B de ese éxito olímpico?
“No podemos hacer juicios a posteriori, con una crítica fácil. Barcelona, como otras ciudades con pasado industrial, había entrado en una crisis y debía cambiar para ofrecer un futuro. Y eso se consigue con los Juegos Olímpicos. La apuesta por una ciudad de servicios es muy clara, y es positiva. El problema no es el 92, sino lo que sucede de 1996 en adelante, con el gran ‘gatillazo’ que supone el Fórum de las Culturas. Se pretende resolver el mundo desde Barcelona, con un discurso buenista. Y aparece el cabreo ciudadano, con esa imagen que nos queda a todos, con Joan Clos bailando con la música de Carlinhos Brown”.
Poco después llegaría una crisis financiera y económica global, entre 2007 y 2008, cuyas consecuencias se acentuarían algo después. El turismo creció, las inversiones se multiplicarían. Más hoteles de lujo, y más crecimiento para las ciudades globales, una liga en la que ya estaba Barcelona. ¿Y los alcaldes? ¿Ha habido reacción?
Jordi Amat, en la entrevista con 'Metrópoli'
Amat señala que hay cosas que comienzan a cambiar. “Le escuché un discurso muy interesante al alcalde Collboni, en el que señalaba que en la Unión Europea las mercancías y las personas se podían mover con libertad. Y basándose en el informe Letta, situaba el reto de que la gente tenga el derecho a quedarse donde vive. Ha querido hacer suya esa idea. Entonces me acuerdo de lo que pasó en la Casa Orsola, al lado de donde vivo. Y entendí el llamado miedo al burofax, que es el argumento de una obra de teatro de extraordinario éxito que ahora también se ha podido ver en Madrid, con la dirección de Victoria Szpunberg. Lo que se señala es que cuando se recibe un burofax la vida se puede hundir. Y cuando los concejales se reúnen con vecinos, lo que dicen los vecinos es que la realidad de la vivienda los sitúa ante un abismo. Y hacen falta respuestas urgentes”.
Pero, ¿hasta qué punto? Amat insiste. “Las élites locales deben entender lo que sucede. Si no lo entienden es que son inconscientes, no ven el rebote que se puede producir. Ocurrió con los mandatos de Ada Colau. La pregunta que deberíamos atender es por qué alguien que se situaba en los márgenes llegó al poder. No se ha pensado demasiado en la razón de aquella decisión por parte de muchos barceloneses”.
Jordi Amat insiste en que el modelo de Barcelona “ha sido un éxito”, en que era necesario apostar por una economía de servicios, con un turismo que tira del carro. Pero reclama atención sobre qué supone esa apuesta.
Y entiende que la alianza que se había alcanzado, con gobiernos socialistas en la ciudad, elites, profesionales liberales y tejido asociativo: “Se ha agrietado".
"Hay una sensación de desposesión, algo que la cultura ha ido explicando en los últimos veinte años. Y esa desconexión facilita la llegada de los populismos en todos los sentidos. Ahora hemos visto reacciones, como en Nueva York o en Holanda, con candidatos elegidos para que den respuestas. Las ciudades son el frente democrático. Y no nos extrañemos de que aparezcan populismos si no se dan respuestas a ese malestar”.
Jordi Amat, con Manel Manchón, en ,la entrevista en la redacción de 'Metrópoli'
Collboni reclama el legado de aquellos gestores socialistas que transformaron la ciudad. Amat considera que el alcalde “lleva solo dos años de mandato”. Pero señala carencias. “El proyecto socialdemócrata transformador no ha tenido herederos”.
Pide, por tanto, que “se piense en términos reformistas”. Es decir, políticas que no caigan en los populismos antisistema ni en la presión de los círculos económicos que reclaman más rentas.
¿Y qué ha quedado de algunos iconos que habían reprochado lo que sucedía en la ciudad ya en tiempos muy iniciales? ¿Qué ‘Titanic’ reivindicaba Féliz de Azúa en 1982?
“He cambiado la opinión sobre ese artículo a medida que me he ido haciendo mayor. Se publica poco después de que Jordi Pujol acceda al poder, al frente de la Generalitat. Se critica las políticas nacionalistas de Pujol, en contraste con lo que pasa en Madrid. Es la muestra de la nostalgia de una élite progresista y cosmopolita en la Barcelona del último franquismo. Pero aislar que esa actividad había pasado bajo el franquismo, tiene un punto de trampa".
Amat añade: "Era un régimen que posibilitaba unas élites culturales, pero que no permitía que un ciudadano medio pudiera formarse una conciencia crítica a través de la cultura. No se quería entender que aquella anomalía era fruto de una anomalía más grande. Es interesante el artículo porque dice que ‘ya todo pasa en Madrid’, por una serie de intelectuales catalanes que deben ir a Madrid para ver exposiciones interesantes. Y es verdad que hubo una apuesta en Madrid, con mucho dinero para hacerlo. Y era normal que fuera la apuesta del Estado del 1978 en su capital. Pero, ¿cuál debía ser la prioridad en Barcelona, una ciudad singularizada por ser la capital de la cultura catalana, que no había vivido con normalidad? Me parece normal que se quisiera corregir aquella situación, y eso no aparece en el análisis de Azúa. Y es un diagnóstico, el suyo, que ha pesado mucho en cómo hemos entendido la cultura en Barcelona y en Catalunya durante la democracia”.
