En plena Via Augusta, a un suspiro de la estación de FGC de Sarrià y a escasos minutos de la sede del distrito, una pequeña casa sobresale del resto aunque está rodeada de edificios mucho más altos que parecen mirarla con cierto desdén. Tiene las paredes salpicadas por las cicatrices que causa un largo abandono y el techo está cubierto por una lona verde para evitar filtraciones en los días de lluvia. A pie de calle, algo no cuadra con el aspecto degradado del exterior: la puerta principal, que da a Hort de la Vila, está abierta, coronada por un letrero bien cuidado ('Ateneu Popular de Sarrià', dice) y una pizarra recién escrita invita a los viandantes a una sesión de música con vinilos.
La casita a tres vientos, donde trabajó el artista uruguayo-catalán Joaquín Torres Garcia (1875-1949), es un recuerdo del pueblo que un día fue Sarrià y un símbolo de la lucha de los jóvenes del barrio, que llevan años pidiendo “un espacio propio autogestionado” en el que poder reunirse y organizar actividades. También es el único edificio okupado en una zona poco dada a este tipo de reivindicaciones, pero que en las últimas dos décadas se ha acostumbrado a tener alguna casa okupada. Primero fue La Fusteria, luego L'Esquerda y más tarde la Lipoteka, nombre que recibió la casa del Ateneu durante una okupación anterior, que acabó a las malas hace seis años y fue el último uso que se le dio al inmueble. Hasta hace un año y medio.
OKUPAS EN LA ZONA ALTA
Hablar de okupas en un barrio como el de Sarrià siempre levanta alguna ceja entre los vecinos más pudientes, pero tampoco es como vivir en territorio enemigo. “El barrio es el que es, un barrio acomodado donde también hay jóvenes con ganas de hacer cosas y movilizarse con métodos que se alejan un poco de la visión que se tiene de Sarrià”, explica Marta, una de las jóvenes que se ha acercado esta tarde hasta el casal. Es más bien el desconocimiento de la gente de fuera del barrio, que no ha paseado por el casco antiguo. “Sarrià es muchas cosas y nosotros solo somos la parte más alternativa”, añade Martí.
Cuando entraron en el Hort de la Vila en diciembre de 2015, los vecinos estaban algo preocupados por la mala experiencia que habían vivido con la Lipoteka. “Había un poco de miedo de que se repitieran las fiestas hasta las tantas, el ruido, los meados en la calle”. Joan, que ha llegado con una amiga para enseñarle el local, reconoce que desde el principio han tenido que luchar contra los prejuicios habituales y contra “la imagen que tenía antes”. Por eso han intentado ser mucho más cuidadosos y lamentan que algunos políticos del distrito intenten poner en su contra al barrio con acusaciones como que solo han okupado el edificio para hacer botellón hasta las tantas.
LÍOS CON EL DISTRITO
Desde el día uno de la okupación, el Ayuntamiento estuvo en contacto con los jóvenes porque conocía el estado de la casa y querían garantizar la seguridad de los okupantes. El consistorio, a través del entonces regidor del distrito, Gerardo Pisarello, comenzó “un proceso de negociación para dar un uso comunitario” al inmueble. “A nosotros también nos preocupaba el estado de la casa y unos arquitectos amigos nuestros hicieron una primera revisión. Había deficiencias, pero la estructura aguantaba”, reconoce Marta. Más tarde arquitectos de la Lacol y técnicos del Ayuntamiento hicieron sucesivas inspecciones. Por ahora, solo se usa la planta baja y el primer piso está sellado a la espera de una reforma más a fondo.
Y aquí es donde empiezan los líos. Los jóvenes aseguran que hace unos meses llegaron a un acuerdo con el consistorio para dar una copia de la llave del Ateneu a los técnicos municipales para hacer un plan de calas (bigas, forjados y cimientos) que debía durar unas tres semanas. Durante ese tiempo, los jóvenes se comprometieron a no entrar en el edificio porque había obras en marcha y no querían comprometer el proyecto. “Un día nos encontramos la puerta reventada. Llamamos al Ayuntamiento para preguntar qué había pasado y nos dijeron que cambiarían la cerradura para seguir los trabajos”. Pidieron una copia de la llave porque consideraban que era lo justo después de haber confiado en ellos y primero les dijeron que sí, luego que quizás y al final que ni hablar.
Hartos de esperar y tras sentirse “engañados” por el distrito, los jóvenes decidieron okupar por segunda vez el edificio a principios de febrero. Desde entonces, las relaciones con el Ayuntamiento están bajo mínimos. “No sabemos nada y eso que están a dos minutos de aquí. Seguro que pasan todos los días por delante”, señala Marta. En marzo el pleno del distrito votó una resolución del PDeCat para convertir el Ateneu en un equipamiento público. A pesar de las preocupaciones por la seguridad del edificio que mostraron todos los grupos, nadie ha vuelto a dirigirse a los jóvenes. El único contacto regular que mantienen es con la Guàrdia Urbana, que aparece con una orden de cese de actividad cada vez que organizan alguna cosa. El proyecto de rehabilitación está suspendido sine die y los jóvenes han decidido seguir por su cuenta gracias a un Verkami que les ha permitido recaudar 5.700 euros de más de 130 donantes.
UN CLUB SOCIAL
El día a día del Ateneu Popular de Sarrià no es muy diferente al de cualquier otro centro cívico o casal, solo que abren cuándo y cómo pueden, porque no siempre hay alguien disponible, aunque intentan hacerlo con regularidad (nadie se queda a dormir, aseguran). Por dentro, es como el club social que cualquier joven querría tener cerca de casa. Puede que las paredes tengan incluso demasiados carteles reivindicativos, pero en las estanterías puedes encontrar desde Un mundo sin fin de Ken Follet hasta la Historia de la Revolución Rusa en dos volúmenes y el local, sin ser el más acogedor del mundo, está todo lo limpio que puede estar en una casa a medio hacer.
Las cuatro asociaciones que gestionan el Ateneu -Arran Sarrià-Esberla, El Bastó, La Borda Feminista y la Comissió de Festes Alternatives- celebran ahí sus asambleas. También es un lugar de encuentro de algún cau y, a veces, de la CUP Sarrià-Sant Gervasi, pero no es la sede informal del partido como denuncian algunos grupos municipales. “Es una excusa que se utiliza mucho”, matiza Marta. “La CUP forma parte del barrio y del distrito y a veces se reúne aquí, pero igual que lo hace el resto de entidades”.
Los jóvenes no acaban de entender las críticas de los políticos cuando, además, la CUP sacó más votos que el PSC en el distrito en las últimas elecciones municipales. “Los políticos dicen que quieren que esto sea un espacio abierto a todos. Ya lo es. Es un espacio público abierto a todo el mundo”, reivindica Marta, que casi entrelaza sus últimas palabras con las de Martí. “El estigma que tenemos es por la autogestión. Cuando algo no está directamente supervisado por la administración, les entra el miedo”, insiste.