Ballester es una calle pequeña, de un solo carril y limitada 30 kilómetros por hora, por lo que también debería ser un oasis de tranquilidad. Pero no lo es. De hecho, es todo lo contrario y los vecinos están hartos. “Desde la reforma de la plaza Lesseps en 2009, todo el tráfico que entra en Barcelona por la avenida República Argentina y la avenida Vallcarca usa Ballester para conectar con la Ronda del Mig”, denuncia Ana Forastier, que vive en el tranquilo barrio del Putxet desde hace 20 años.
Es un atajo muy cómodo para ahorrarse un par o tres de semáforos, pero ha convertido la calle en una especie de autovía urbana por la que circulan camiones de gran tonelaje que apenas caben y muchas veces tienen que subirse a la acera para hacer maniobras o pasar por las partes más estrechas. “En mi finca tuvieron que poner un refuerzo de metal después de que un camión se llevara por delante una parte del balcón del primer piso”, asegura Ana.
UN RIESGO PARA LOS VECINOS
El tráfico constante por una calle estrecha pone en riesgo a los vecinos. “Cada semana dos o tres personas son golpeadas por los retrovisores de un camión o de una furgoneta que no calcula bien el espacio que tiene o porque directamente se ha subido a la acera sin fijarse en si alguien va andando”, explica. Por fortuna, nunca ha pasado nada grave, pero teme que sea una cuestión de tiempo que acabe pasando, ya que en la calle hay una residencia para gente mayor y una guardería.
Peter Sotirakis, un australiano que vive en el Putxet desde hace dos años, ha dejado de contar cuántos accidentes ha habido en la esquina de Ballester con Homer. “Muchos conductores no respetan el límite de velocidad a pesar de que es una calle de 30 km/h y cuando llegan a la altura de Homer siempre hay problemas”, dice Peter. En esa esquina los coches que suben por Homer tienen un stop que nadie respeta porque normalmente ignoran el pequeño espejo que hay y muchas veces calculan mal porque los coches que circulan por Ballester van rápido de lo que esperaban.
EL MOMENTO DEL CAMBIO
En tres meses Peter llegó a presenciar hasta cinco accidentes y llegó un momento en el que sintió la necesidad de actuar. “Al quinto accidente, bajé a hablar con un agente de la Guàrdia Urbana y me confesó que ese cruce era un punto negro de Barcelona, pero que nadie del Ayuntamiento hacía caso de sus advertencias. Me dijo que lo mejor era que los vecinos nos organizáramos y pidiéramos soluciones”.
Dicho hecho. Entre Peter y Ana están buscando la mejor manera de involucrar a los vecinos de Ballester, aunque será difícil hacer mucho alboroto sin la Associació de Veïns del Putxet, ya que esta pequeña calle esta llena de pisos turísticos (hasta una treintena en apenas 400 metros de calle) y es imposible embarcar a sus inquilinos o propietarios en una reivindicación que podría tardar meses o años en dar frutos. Y ya no es solo una cuestión de seguridad. También de descanso. “En verano es imposible abrir las ventanas porque entra el humo y el ruido o no nos deja dormir o nos despierta temprano por la mañana”, señala.
¿SIN SOLUCIÓN A CORTO PLAZO?
Tanto Ana como Peter han empezado a acudir a consejos de barrios, audiencia públicas y consejos plenarios para pedir al distrito de Sarrià-Sant Gervasi que ponga remedio a una situación que ya dura demasiado. Durante el último consejo plenario, el regidor del distrito, Daniel Mòdol, explicó a los vecinos que la Guàrdia Urbana ya está al corriente y que intentarán “estudiar alternativas dentro del Plan de Movilidad” para reducir el volumen de tráfico, aunque en este mandato no se podrá intervenir para reparar aceras y demás mobiliario urbano porque no hay presupuesto.
Los vecinos, por su parte, tienen una solución simple. Se había hablado mucho de cambiar el sentido a la calle, pero es una opción que no gusta mucho a la asociación de vecinos porque entonces la gente del barrio tendría que dar grandes rodeos para llegar a la Ronda del Mig. Como solución intermedia, Peter propone que solo se cambie de sentido el tramo de Ballester que va desde la avenida República Argentina hasta la calle Ferran Puig. Con esta pequeña intervención, que no costaría mucho dinero, “se acabaría con el atajo y los vecinos podrían seguir moviéndose por el barrio como hasta ahora”.
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