Vista panorámica de la plaza del Diamant / Hugo Fernández
Ni un museo ni una estación: este es el lugar de Barcelona que esconde algo mucho más insólito
Bajo la concurrida Plaça del Diamant, en Gràcia, se esconde este secreto excavado a pico y pala por los propios vecinos
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No es un museo, no es una estación de metro… Aunque está doce metros bajo tierra y tiene más historia que muchos de los monumentos del Eixample.
Es el refugio antiaéreo de la Plaça del Diamant, uno de los mejor conservados de Barcelona, y un testigo mudo de cuando la ciudad, literalmente, se vino abajo.
Lo insólito es que este espacio, hoy visitable, no fue construido por militares ni por ingenieros del Estado, sino por los propios vecinos del barrio de Gràcia.
Interior del refugio antiaéreo de la plaza del Diamant de Barcelona
Entre 1937 y 1938, ante la amenaza cada vez más real de los bombardeos, los residentes organizaron turnos, juntaron fondos y se pusieron a excavar la tierra hasta construir un entramado de túneles subterráneos.
El resultado: un refugio para 200 personas con instalación eléctrica, ventilación, una enfermería y normas estrictas de convivencia.
Cuando las bombas llovían sobre Gràcia
Gràcia, en los años 30, era un barrio industrial: lleno de pequeñas fábricas, talleres y chimeneas. Ese carácter productivo lo convirtió en un blanco perfecto para la aviación fascista durante la Guerra Civil.
Por eso, solo en este barrio se llegaron a construir 90 refugios como parte de la llamada “defensa pasiva” de la ciudad.
Hombre vigilando la entrada del refugio antiaéreo ubicado en el Teatre Principal, en la parte baja de la Rambla / ANTONI CAMPAÑÀ
Pero el más emblemático es el Refugi 232, bajo la Plaça del Diamant. El ataque más brutal se produjo entre el 16 y el 18 de marzo de 1938, cuando Barcelona sufrió más de 40 horas de bombardeos continuos. Murieron 979 personas.
Las sirenas antiaéreas se volvieron parte del paisaje sonoro. La consigna era clara: al sonar la alarma, correr hacia el refugio más cercano. En el caso de Gràcia, era este.
Vida bajo tierra: luz tenue, bancos de piedra y dos pesetas por la esperanza
Descender hoy al refugio es una experiencia que pone la piel de gallina. Los túneles están revestidos de ladrillo, las galerías aún conservan los bancos de piedra marcados con líneas: cada adulto tenía 40 centímetros para sentarse, esperar y sobrevivir.
En la oscuridad, solo unas lámparas de aceite rompían la penumbra, mientras el humo salía por los pozos de ventilación.
Personas en el Paseo Nacional de la Barceloneta bombardeado / ANTONI CAMPAÑÀ
El acceso al refugio no era gratuito. Dos pesetas por semana costaba asegurarse un lugar en él —casi la mitad del sueldo medio de muchas familias.
Y, como en cualquier espacio comunitario extremo, había reglas: nada de armas, ni comida, ni discusiones de política o religión. La incertidumbre ya era suficiente enemigo.
Del olvido al recuerdo: visitas guiadas cada domingo
Tras la entrada de las tropas franquistas en 1939, el refugio fue clausurado. Se sellaron los accesos, se taparon los pozos de ventilación… y quedó ahí, intacto, como cápsula del tiempo.
Vecinos pasean por la plaza, con la entrada al refugio antiaéreo al fondo / Hugo Fernández
Hasta que, en 1992, unas obras en la plaza lo redescubrieron por sorpresa. Y en 2006 se abrió al público con visitas guiadas organizadas por el Taller d’Història de Gràcia.
Las visitas se realizan todos los domingos a las 11:00 horas, cuestan tres euros y permiten recorrer los túneles, la enfermería, y escuchar historias en primera persona.
Historias de vecinos que bajaban las escaleras con el miedo pegado a los talones y esperaban a oscuras mientras las bombas dibujaban cráteres a pocos metros.