Las ceremonias inaugurales son la carta de presentación de cada sede de los Juegos Olímpicos y sirven como una declaración de intenciones para proyectar los valores y la cultura de su pueblo. La selva colorida de Río de Janeiro, el show cinematográfico de Londres y la gélida majestuosidad de Pekín son los tres últimos ejemplos de la importancia que han cobrado las aperturas olímpicas. Una trascendencia que empieza con Barcelona' 92, cuando organización, artistas y deportistas se conjugaron la noche del 25 de julio para renovar ofrecer un espectáculo tan singular como inédito.
El 'HOLA' gigante dibujado por 800 personas en el suelo del Estadi Olímpic de Montjuïc fue el primer saludo que la ciudad lanzaba al mundo entero. Automáticamente, el público se sumó y leyó entusiasmado el mensaje proyectado en el mosaico.
A continuación se sucedió una muestra de diferentes manifestaciones de la cultura popular que recorrían la sardana, interpretada por Montserrat Caballé, Josep Carreras y la Bisbal de l’Empordà, los tamborileros del Bajo Aragón, las 'colles' de castellers o el flamenco de Cristina Hoyos. Sin olvidar, por supuesto, la presencia de artistas como Gaudí, Dalí, Miró o Goya que se colaron en el Estadi Olímpic a través de piezas inspiradas en su legado.
Pero sin duda, el momento más espectacular de la velada corrió a cargo de la Fura dels Baus con su inolvidable mar plateado ondeando gracias a centenares de voluntarios. De allí emergió el barco de Hércules par separar Europa de África y culminar con la fundación de Barcelona. Aquel artístico Mediterráneo turbulento dio paso a la entrada de los casi 10.000 deportistas con sus respectivas delegaciones y al discurso del entonces el alcalde de la ciudad, Pasqual Maragall, que llamó a la paz en la antigua Yugoslavia y quiso recordar la Olimpiada Popular que la Guerra Civil impidió celebrar el año 1936 en la capital catalana.
Si todas las Olimpiadas están plagadas de nombres propios, las ceremonias inaugurales no son una excepción. En el caso de las de Barcelona, el gran protagonista de la mágica noche del 25 de julio fue, sin duda, Antonio Rebollo. El arquero paralímpico centro todas las miradas e hizo contener el aliento al mundo cuando se dispuso a lanzar la flecha que debía encender el pebetero (aunque, en realidad, solo tenía que pasar cerca del gas y se prendiera).
ELOGIOS INTERNACIONALES
En total, más de 65.000 personas lo presenciaron en directo y 3.500 millones de espectadores desde las pantallas de sus televisores. La ceremonia de los Juegos Olímpicos fue especialmente aplaudida por la prensa internacional, a excepción de los franceses, que no acabaron de quedar satisfechos con el espectáculo.
Muchos de los cronistas que acudieron al evento coincidieron en elogiar la solemnidad e importancia que se le dio a la gala, anteriormente tratada como un mero espectáculo de entretenimiento. A modo de ejemplo, desde el USA Today, Jim Myers escribía que las comparativas entre la ceremonia de Los Ángeles y la de Barcelona equivalían a comparar a Mickey Mouse con el mito de Hércules.
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