Las toallas son habituales en la Barceloneta durante el día y la noche para tomar el sol o llevar la fiesta a pie de mar. Pero de madrugada, también hay personas que hacen de la arena su espacio de descanso. Algunos porque salen de las discotecas de la zona en visible estado de embriaguez, otros porque acampan para pasar lo que queda de noche y también hay personas que cierran los ojos en el único espacio que tienen para descansar. Son muchos los que duermen en la playa, sobre todo en verano, algunos de ellos la mona tras horas de descontrol. Pero no son los únicos que viven de la Barceloneta de madrugada. Hay un sinfín de contrastes que salen con el sol.
Para comprobarlo, vamos a las playas de la Barceloneta y de Somorrostro a las 06:30 de un jueves y la imagen de los sacos de dormir en la arena se fotografía junto a personal de limpieza de la playa, runners, empleados de los chiringuitos colocando sillas y mesas, personas que empiezan el día meditando e intrépidos que salen en busca de objetos metálicos con sus detectores a cuesta. A ello se suma la suciedad que dejan las noches de fiesta y a veces, como en este caso, una corriente de mar también con resaca.
“Esto es normal aquí”, sostiene Maribel Pintos, una de las trabajadores del servicio de limpieza municipal, mirando hacia los sacos de dormir y las personas que cubiertos o no con una toalla descansa aún vestidos de fiesta. Pero Pintos reconoce que un jueves -y con mal tiempo- no muestra la imagen real, la que se vive los fines de semana.
A su paso, nos explica, “encontramos botellas, latas, cigarrillos, papeles, condones... Aquí hay de todo”. Maribel, junto a su compañero, trabaja todos los días, de lunes a domingo, de 06:00 a 12:30 horas, recorriendo las playas barcelonesas para limpiarlas y dejarlas en buen estado para que los bañistas no noten los estragos de la noche.
Seguimos nuestro camino y por él nos vamos cruzando con runners de todas las edades y personal de los chiringuitos y locales que empiezan a levantar persianas y a preparar las cosas para que la llegada de ciudadanos y turistas les encuentre preparados. También los hay que prefieren madrugar para salir a practicar deporte dentro o fuera del mar o bien, cerrar los ojos, cruzar las piernas y ponerse a meditar. Pero Dimitri Zlatev no está ahí por ninguna de esas razones.
Zlatev va a la playa todas las mañanas desde hace cuatro meses. A Barcelona viene unos meses desde Bulgaria y dice que por hobby, va a la costa de madrugada armado con su detector de metales en busca de monedas. Asegura que hay días en los que se lleva de 15 a 20 euros recorriendo de un lado a otro la arena barcelonesa.
En la zona de Somorrostro, donde se concentran muchas de las discotecas a las que acuden los turistas (Opium, Shôko o Pacha, entre otras), la fiesta continúa fuera de unos locales que ya tienen la persiana bajada. Son varias las personas que, a pesar de ser jueves de madrugada y amenazar con un día más bien gris, continúan bebiendo y de fiesta, la mayoría en visible estado de embriaguez. Otros ni siquiera se pueden mantener en pie o duermen junto a sus compañeros aún de juerga. Y los hay que incluso se ponen a orinar en la orilla, a plena luz del día, rodeados de amigos y sin importar las miradas.
“Para ir a la playa me tengo que ir de aquí porque da asco. Es la ciudad sin ley”. Son palabras de uno de los vecinos, Pepe García, con el que nos cruzamos por una de las calles de la Barceloneta mientras pasea a su perro. García vive en este barrio desde 1970 y asegura que el cambio, el incivismo y las quejas no son nuevas. Asegura que desde 1998-1999, el turismo empezó a atraer a miles de personas hasta hoy, viéndose desplazados por la vorágine de la fiesta, la playa y el alcohol. “Nosotros ya sobramos en eel barrio”, lamenta mientras sigue su camino.