Pujadas, escuela de fútbol y lecciones de vida en el Maresme
El club, nacido de la perserverancia vecinal, es un referente deportivo, educativo y social en el Distrito de Sant Martí
3 diciembre, 2017 11:02Noticias relacionadas
El Club Deportivo Pujadas de fútbol nació en 1982 en lo que hoy es el barrio del Besòs-Maresme, en el Distrito de Sant Martí. Aquel año, España acogió el Mundial del deporte rey y el Barça se conformaba con títulos menores. En ese equipo jugaban Maradona, Schuster, Marcos, Manolo, Victor, Zuviría o Migueli. Y bajo los palos estaba un tal Artola. Nombres, la mayoría de ellos, que ni siquiera suenan a los chavales que se entrenan en el Pujadas.
Cuando este club deportivo echó a andar el alcalde era Narcís Serra (PSC) y el concejal de Sant Martí, José Antonio García España. Eran tiempos en los que la ciudad no había vivido su gran transformación urbanística y casi todo estaba por hacer. Los terrenos que hoy ocupan el campo de fútbol, en la calle de Puigcerdà, 50, entre Pallars i Pujades, "eran un descampado lleno de suciedad y la intención municipal era reubicar en ese espacio las chabolas del barrio de la Perona", explica el presidente del Pujadas, Andrés Sánchez Tejero. Sí, hace 37 años, en Barcelona había chabolas. La Perona desapareció en 1989.
Los vecinos con Tejero al frente se opusieron y se movilizaron para dignificar el terreno, situado junto a la antigua fábrica de celo. "Los niños jugaban a la pelota en ese descampado. El barrio no necesitaba barracas, sino un equipamiento deportivo". El consistorio acabó cediendo y el Pujadas comenzó su andadura. No es exagerado decir que el club nació de la perseverancia vecinal.
NIVELAR EL TERRENO
Tejero, como le conocen todos los vecinos, y su mujer, Antonina Moya, fueron dos de los impulsores del Pujadas. Tejero recuerda que los inicios no fueron fáciles. Él trabajaba como maquinista de obras públicas para la empresa COMSA y con la niveladora del trabajo aplanó el terreno para que los chavales pudieran jugar en condiciones. Las autoescuelas del barrio compraron la ropa para los jugadores...
Andrés Sánchez Tejero, presidente del Club Deportivo Pujadas.
Años más tarde, con los ayuntamientos democráticos más asentados, se fueron haciendo mejoras. El descampado se convirtió en un terreno reglamentario de tierra, se construyeron los vestuarios y, finalmente, en 2006, se inauguró el campo de hierba artficial actual. La construcción la impulsó el que fuera concejal socialista de Sant Martí, Francesc Narváez, al igual que las instalaciones del complejo deportivo municipal Maresme, situado junto al campo del Pujadas. Las palabras de Tejero hacia Narváez son todas de agradecimiento.
ENTORNO URBANIZADO
Han pasado 37 años desde aquel lejano 1982. El entorno del campo ya está casi todo urbanizado --aún queda algún solar por construir--. Lo conforman grandes bloques de viviendas. A unos cientos de metros está el centro comercial Diagonal Mar y la Rambla de Prim, un agradable paseo peatonal de 1,5 kilómetros.
Es jueves, 30 de noviembre del 2017. La tarde es fría, muy fría, en Barcelona. La temperatura no supera los 7º en el Besòs-Maresme. Son las 18.00 horas y los alevines e infantiles del Pujadas ya golpean el balón. Corren que se las pelan por un cuidado campo de hierba artificial municipal.
El Pujadas es un club de fútbol, pero ante todo es una escuela del deporte. Una escuela de barrio. De vida. Tiene 12 equipos, desde alevines a amateurs de 25 o 26 años. Unos 300 niños y jóvenes forman parte del club y todos están federados. En sus filas se iniciaron Antonio Pinilla, que jugó en el Barça, y Fernando Navarro, que también militó en el equipo azulgrana y ahora es lateral del Deportivo de la Coruña.
Las instalaciones, muy limpias, funcionan cada tarde de lunes a viernes. "Así que salen del colegio, los niños vienen a entrenar. Empiezan los más pequeños y los mayores no acaban hasta pasadas las 22.00 horas". En las instalaciones del Pujadas entrenan unos 25 o 26 equipos. "Algunos días de la semana, alquilamos el campo a otros equipos del distrito", explica el presidente.
Los chavales del Pujadas son del Besòs-Maresme, un barrio trabajador. También los hay de la vecina localidad de Sant Adrià del Besòs, de la Mina. Hay niños de distintas razas. En general, son hijos de familias humildes, y el club ha hecho a lo largo de su historia una importante labor educativa y social.
Las familias pagan un precio simbólico, por llamarlo de alguna manera. Son 375 euros por todo el año de entrenamiento y la ropa --"menos las botas, que son muy personales", bromea Tejero--. Los desplazamientos se hacen en los coches de los entrenadores o en transporte público. "Aquí nadie cobra, todos somos voluntarios. El mantenimiento depende del Ayuntamiento, pero las pequeñas reparaciones las hacemos nosotros". Él mismo se encarga de regar el campo o poner las redes.
NIÑOS BECADOS
En estos años de crisis, había familias que no podían pagar la cuota mensual. Pero eso no ha sido un obstáculo para que los niños pudieran continuar entrenándose. "No ha habido ni un solo niño que haya dejado de venir a entrenarse porque no podía pagar", afirma Tejero.
Este año, por primera vez, hay una veintena de niños becados. "Cualquier ayuda es buena", dice el presidente, muy crítico con la "privatización" de algunos clubes muy conocidos de la ciudad que juegan en campos públicos "y cobran precios totalmente desproporcionados a los familias, unos 800 o 900 euros".
El club ha servido también para evitar que algunos chicos hayan ido por el mal camino. El deporte, y el fútbol en concreto, han ayudado a reconducir situaciones algo desagradables. Y Tejero, un padre o un abuelo para la mayoría de los jugadores, siempre está ahí para echar una mano o mediar.
"Recuerdo el caso de dos hermanos que cuando salían de casa cogían la bolsa para venir a entrenar. Pero en realidad no venían. Un día apareció la Policía Nacional con ellos. Les habían pillado robando en un camión. Hablamos con ellos y conseguimos revertir la situación. Acabaron siendo dos de los mejores jugadores del Pujadas".
Son las 20.00 horas. Todavía hace más frío. Los entrenamientos no paran. El "bar social" del club se llena de familias, padres o madres que esperan a que sus hijos terminen. Tejero saluda a unos y a otros. Se pasea por el campo. Manda a unos y a otros que posen para las fotos. La hija del presidente le pide que cuide de su nieto y que lo abrigue cuando acabe de entrenar. No hay tarde que Tejero no se acerque al campo. El Pujadas es una gran familia, un club de barrio convertido en un ejemplo a seguir en la Barcelona del diseño.