Julian Barnes llega a Barcelona con la tormenta del Brexit a cuestas. “Estoy muy contento de estar aquí, así que voy a fingir que Londres no existe”, empieza entre risas. El reconocido escritor británico –protagonista absoluto de la décima edición del Festival Kosmópolis– presenta en el CCCB su última novela La única historia (Anagrama, 2019), número 1.000 de la colección Panoramas de Narrativas de la editorial de Jorge Herralde.
Pero antes de entrar en materia, deja clara su postura política. Luciendo un pin de la Unión Europea en la solapa de su americana, reconoce su condición de ciudadano del mundo. “El Reino Unido está considerado como un país racional, pero a veces se nos va la cabeza”, confiesa por la extenuante situación que ha agotado hasta a la primera ministra británica, Theresa May.
UN ASPECTO SINGULAR
“No sé si la labor de un estado es dar esperanza a la gente. Antes, esto lo hacían los curas, hoy lo hace Leo Messi”, opina sin tapujos. El aspecto de Julian Barnes es singular. De sus labios finos como una hoja de papel sale un inglés correctísimo, respira sosegado con su nariz sobresaliente y curiosea el ambiente con sus ojos profundos y azules como dos mares lejanos. Su literatura es también singular y –como el vino– mejora con los años.
Y, como el propio Barnes, la obra –que tardó un año en escribir– comienza con toda una declaración de intenciones. “¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos?”, lanza de forma engañosa. “No tenemos elección”, matiza rápidamente. El libro cuenta una historia de amor atípica. En los años sesenta, Paul, un joven de 19 años, regresa de la universidad para pasar el verano en casa de sus padres y se apunta a un club de tenis, donde se enamora de Susan, una mujer casada de 48 años y con dos hijos.
UNA RELACIÓN EN UN PLANO DE IGUALDAD
Sin embargo, en esta relación –que dura 10 años– la edad no es importante: "Los dos personajes están en un plano de igualdad, y su experiencia hacia el mundo es parecida, como su grado de inocencia", incide. De hecho, el mismo protagonista se siente orgulloso, "le complace especialmente que la relación ofenda no solo a sus padres, sino a su propia generación", detalla.
En el desarrollo de la trama entra en juego la memoria que, según el autor, “está más cerca de la imaginación que de la observación”. La memoria, desengrana, “no es un objeto sólido que representa lo que pasa: es cambiante, depende de nuestro estado de ánimo”. Así, para él, “los recuerdos de los que hablamos más a menudo son los menos fiables”. Y, paradójicamente, “una anécdota que te viene como un flash, será un recuerdo más preciso”.
¿TINTES AUTOBIOGRÁFICOS?
A diferencia de otros escritores, Barnes carece de egocentrismo y prefiere hablar de los demás antes que de sí mismo. Preguntado sobre posibles tintes biográficos en la novela, ha sentenciado con un deje irónico que habrá que esperar a su “biografía póstuma” para averiguarlo. Entre otros autores, ha mencionado a Antón Chéjov. “Él decía que cuanto más quieras emocionar a alguien, más frío tienes que ser”, recuerda. Y, así, siguiendo sus pasos, lo ha hecho él.
El escritor sorprende al lector con un cambio premeditado en la narración. Para contar el primer amor, utiliza la primera persona y el presente, porque "no hay nada más puro", mientras que al final de la vida miras atrás de un modo más objetivo, y allí la tercera persona parece más apropiada.
Pero en la parte intermedia hace uso de la segunda persona, basándose en un recurso que vio en la novela Bright lights, big city. Se dirige al lector, le pone la mano encima y le dice: "Esto te está pasando a ti”. Así es como el lector se involucra y al final no puede salir de ahí. Como si estuviera metido en un bucle. Como si (casi) fuera el Brexit.