Echarse unas risas para superar la tragedia: para sobrellevar una guerra. En un contexto descorazonador, las bromas (ácidas) se convierten en una especie de antídoto. Y así lo retrata el escritor palestino de origen libanés Mazen Maarouf en su último libro Chistes para milicianos (Alianza Editorial en castellano y Navona en catalán). “El humor te ayuda a huir de una realidad tensa, como lo es una guerra”, dice sonriendo el autor este lunes, en el marco de una rueda de prensa en Barcelona organizada por el Festival MOT.

A través de 14 relatos con toques autobiográficos y de realismo mágico, Maarouf dibuja la ciudad de Beirut en plena guerra. Con el hambre como telón de fondo. Con violencia y personajes tullidos. Con el patriarcado en auge. Con tristeza. Lo cuenta desde la mirada de un niño sin pelos en la lengua, con una imaginación sin límites. Para ello siguió los pasos de escritores como Günter Grass, Roald Dahl o Etgar Keret que entendieron que “los niños son capaces de romper con todas las leyes de la realidad”. Y es en ese punto donde se produce la dilución del “límite entre la ficción y la realidad".

PADRE E HIJO INVENTANDO CHISTES BAJO LAS BOMBAS

El libro da comienzo con un niño que intenta convertir a su padre en un héroe para impresionar a sus amigos de la escuela, un hombre que regenta una lavandería y que recibe cada día la visita de los milicianos que defienden el barrio, los cuales le exigen que les explique chistes originales y divertidos si quiere que sigan protegiéndolo. Es entonces cuando padre e hijo se sientan a inventar historias, sobre el sexo, la muerte y la importancia del arte de saber convertir la vida en un chiste.

"Cuando eres niño vives la realidad de tu alrededor como algo normal y no piensas que sea mala, y, de hecho, cuando llegué a Islandia, descubrí una vida tranquila, y fue eso lo que me pareció perturbador, porque estaba acostumbrado a vivir en medio de una gran tensión política", comenta sobre la ciudad donde reside actualmente, Reikiavik.

SURGIÓ EN UN CONTEXTO PRECARIO

Fue en ese contexto –“precario, sin trabajo”– cuando brotó la obra que ya ha sido galardonada con el Premio Almultaqa, finalista del Man Booker y traducida a catorce idiomas. Luego llegó el temor. “Quería ser fiel al niño que hay en mí, pero me daba miedo que mi padre se ofendiera por la forma en que lo había retratado”, confiesa recolocándose su pelo indómito, con ciertos aires al del violinista Ara Malikian.

Por suerte, no fue así y su padre, procedente de una familia tradicional, se alegró de sus palabras pese a no ser educadas. Para su libro también se ha inspirado en otras personas que conoció, como por ejemplo un vecino que trabajaba en un matadero y que en su casa vivía bajo el maltrato de su mujer. "Pude escribirlo, en parte, dando las gracias gente corriente que sintió la pérdida o el abuso por las circunstancias de la vida y no sabía cómo expresarse", cuenta emocionado.

No obstante, ha dejado claro que el libro pertenece a su madre y “a todas las madres oprimidas por el patriarcado, que son las verdaderas heroínas”. En los relatos de Maarouf, escritos desde la sencillez y la honestidad, el lector se encontrará desde una vaca que frecuenta un cine en ruinas, un gramófono que sobrevive a un atentado, un enigmático coágulo con nombre de persona o un hombre harto de hacer de comparsa en sueños ajenos. Variopinto y ameno.

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