¿Qué es una bruja sin gato? La tradición celta explica que las brujas consideraban los gatos como sus mejores amigos, en especial los de color negro, y que los utilizaban como sirvientes mensajeros o secretarios, incluso se decía que se trataba de una persona transformada por un conjuro. Durante la Edad Media nació la creencia de considerar a los gatos como símbolos de mal augurio porque cumplían mandatos de las brujas… Así, cualquier bruja que se preciara, tenía un gato negro.

Pues bien, si Barcelona fuera una mujer de la Edad Media, seguro que acabaría en la hoguera condenada por bruja por la Santa Inquisición, porque esta ciudad también tiene su propio gato negro: el Gato de Botero.

CIUTADELLA Y ESTADI OLÍMPIC

Este enorme felino de bronce, obra del escultor colombiano, fue adquirido por el Ayuntamiento de Barcelona, en 1987. Estuvo algún tiempo en la Ciutadella y de allí se lo llevaron al Estadi Olímpic durante los Juegos Olímpicos de 1992. Más tarde, fue a parar a la plaza de Blanquerna, detrás de las Drassanes. Colocado sobre una peana, vigilaba la entrada de uno de los jardines más desconocidos de la ciudad, los jardines Baluard. Hasta que un día, después de 15 años de vida errática, empezó una nueva etapa en su emplazamiento actual: la Rambla del Raval.

Casualidades del destino –o no–, resulta que sus cuatro patas se posan sobre un lugar peculiar. Y es que en la intersección que forman la Rambla del Raval y la calle de Sant Pacià, al final de la calle de la Cadena, rodeada en los siglos XIV-XVIII por campos, estaba la tercera fuente más famosa de Barcelona, después de la de Canaletes y la Font del Gat: La fuente de las Brujas. Según Joan Amades, esta fuente “proveía de agua a los saludadores, brujas y gente que vive de las malas artes, para hacer remedios y pócimas de carácter mágico y encantador”.

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