Rigoletto: por fin ópera en el Liceu
Rigoletto cuenta con profesionales correctos, pero nada aparece como extraordinario con la idea de llevar al espectador a recordar la función como algo inolvidable
17 diciembre, 2021 00:00Noticias relacionadas
Malgastado el inicio de la temporada con espectáculos que desaniman al más dispuesto y tras el gatillazo del concierto de Dudamel debido al contacto de un miembro de la orquesta de la Ópera de París con un positivo covid, la gran excusa de nuestros tiempos, por fin llega una ópera “de verdad” al Liceu, dirigida al gran público y totalmente reconocible.
Lleno hasta la bandera, con mucha gente joven, la mayoría juniors. Genial idea, como geniales son las iniciativas de Liceu under 35 y Liceu entre generaciones.
Se trata del mismo montaje que se vio en abril de 2017, el de la holandesa Monique Wagemakers, estrenado en 2004. Toda una constatación de la carencia de ideas y medios de la actual dirección artística, repetimos una producción que aporta poco de hace solo cuatro años, habiendo pasado el año pasado casi en blanco. La dirección musical corre a cargo del eficaz, poco brillante y sobre todo velocísimo Daniele Callegar. Pons sólo dirige rarezas para educar a un público que no quiere ser educado. El director musical de un teatro de ópera tiene que estar al frente de la orquesta y coros en ocasiones como esta.
¿Y EL ATREZZO?
La escenografía no es que sea minimalista, es que casi es nula, una plataforma que sube y baja, sin decorado, sin mobiliario, sin nada. Se trata casi de una versión concierto más que una ópera “de verdad”. El vestuario al menos es curioso. En este caso la absurda mascarilla del coro hasta parece un complemento, aunque puestos a hacer el indio, mejor que las mascarillas fuesen a juego con el vestuario.
El reparto actual no está a la altura del de 2017 que trajo al Liceu a Carlos Álvarez y a Camarena. En esta ocasión destaca el joven tenor francés Benjamin Bernheim, de momento aspirante a estrella y sobre todo el barítono americano Christopher Maltman, que encarna a un Rigoletto más que correcto, aunque sin joroba. No se entiende como si en el texto se repite permanentemente que Rigoletto es jorobado en el atrezzo de esta producción no la lleva. En cualquier caso los dos huyen de las notas de tradición, acrobacias que en óperas populares han realizado cantantes excelsos y que se han agregado a la partitura tradicional “para quien se atreva”. Ni Bernheim ni Maltman se atreven, lo cual dice bastante de su nivel o de su estado de forma. Hacen lo justo, nada más. En la archiconocida “la donna e mobile” Bernheim no está a la altura, lo cual es triste.
¿CÓMO ENAMORAR?
Olga Peretyatko, en el papel de Gilda es sin duda la más floja de los protagonistas, sin lucimiento y con un final muy triste en el cuarteto más famoso de la obra. Rinat Shaham como Maddalena y Grigory Shkarupa como Sparafucile lo hacen bien, pero solo eso. Profesionales correctos, pero nada extraordinario que lleve al espectador a recordar la función como algo inolvidable. Ir a la ópera tiene que ser algo único, memorable, y hace tiempo que esa sensación no se logra en el Liceu.
Si hay una escena que sirve para valorar a un elenco en Rigoletto es el cuartero “bella figlia dell’amore”. En Youtube se puede ver la magistral interpretación de Pavarotti, Sutherland, Nucci y Jones en el Met. Que cada uno compare esta sublime interpretación con lo que podemos ver en el Liceu. Lograr esa magia que enamora es a lo que debe aspirar cualquier producción.
No, no y mil veces no a la caída a la tercera división del Teatro de la Rambla con la complaciente mirada de público, patronos y mecenas. La programación es incoherente y cuando hay una función que merece la pena no hay nada que la haga inolvidable, ni el reparto ni la producción. Cada vez más mediocre, cada vez más gris. Vaya 175 aniversario más triste.