Ponz en Barcelona: el viajero ilustrado enemigo del Gótico
Fue teólogo en Castellón y destaca la fortaleza de la Barcelona con una pasión por su arte y arquitectura que plasma con todo detalle
26 junio, 2022 00:00Noticias relacionadas
Antonio Ponz nació en Betxí (Castellón) en 1725, hijo de padres ricos y hacendados, estudió Gramática y Humanidades con los jesuitas de Segorbe y terminó Filosofía en Valencia. Se doctoró en Teología por la Universidad de Gandía. Posteriormente cursó Bellas Artes (dibujo y pintura) en Madrid. En 1751 se trasladó a Roma, donde estuvo diez años, con el fin de ampliar su formación artística y donde profundizó en el arte clásico. Visitó Nápoles en 1759, donde conoció las ruinas de Pompeya y Herculano, que habían sido descubiertas poco tiempo antes. A raíz de la expulsión de los jesuitas, Campomanes le encomendó la salvaguarda de las obras de los colegios y casas de esta orden en Andalucía. Este encargo le permitió madurar la idea de conocer España, siguiendo el ejemplo de otros viajeros extranjeros.
En 1771 empezó a recorrer el país, publicando en 1772 el primer tomo del Viage de España, en que se da noticia de las cosas más apreciables, y dignas de saberse, que hay en ella. A este tomo le seguirían otros diecisiete, todos en forma epistolar, que se publicaron en Madrid entre dicho año y 1794, el último póstumo. Su aportación fue un verdadero inventario de la mayor parte de los monumentos españoles de su época, así como un exhaustivo informe de la conservación del patrimonio artístico (pictórico, escultórico y arquitectónico), epigráfico y bibliográfico, con elogios de lo clásico y duras críticas a todo lo recargado que simbolizaban el gótico y el barroco. En el prólogo Ponz explica el motivo que le llevó a realizar ese magno proyecto: rebatir las observaciones del italiano Norberto Caimo, que entre 1759 y 1767 publicó un viaje por España (Lettre d’un vago italiano ad un suo amico), en el que menospreciaba y ridiculizaba todo lo español. A los dieciocho tomos del Viage de España, hay que sumarles los dos del Viage fuera de España, publicados en 1785 fruto de su periplo por Europa en 1783.
El abate Ponz dedicó en 1788 el tomo decimocuarto a Cataluña. Las tres primeras cartas de este tomo son las que destina a describir todo lo que le pareció relevante de Barcelona, desde sus orígenes mitológicos a una descripción pormenorizada de la mayor parte de sus edificios religiosos, civiles y militares, pasando por los restos arqueológicos romanos, la industria y el comercio, así como los alrededores, entre otros temas. Según Ponz, Barcelona tenía todas las cualidades para ser una de las principales ciudades de España (fuerte, abundante, frondosa, marítima muy mercantil y con un terreno cuidadosamente cultivado), con una población de 111.410 habitantes, pero con un puerto con bastantes deficiencias que, como apuntara Antoni de Capmany en las Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona (1779), debía mejorarse.
Ponz realizó un exhaustivo repaso de la mayor parte de los edificios religiosos existentes en Barcelona. Describió todo lo que más le llamó la atención de la Catedral, de la que a pesar de ser de estilo gótico no duda en considerarla un edificio bastante magnífico. Le sorprendío extrañamente que no se hubiera concluido la portada principal, sobre todo teniendo en cuenta que Barcelona era una ciudad opulenta. De la mayor parte de altares y retablos barrocos esparcidos por todo el templo destacó que sería mejor no haberlos hecho, pues se malgastó el dinero y se afeó la iglesia. No obstante, reconoció que algunos de los realizados más recientemente tenían mejor forma, acercándose a su gusto por el neoclasicismo.
Además de la Catedral, visitó y describió casi todos los templos de la ciudad, muchos de los cuales ya no existen. Desde su convicción neoclásica, su acerada crítica hacia todo lo gótico fue una constante. De la iglesia de Santa María del Mar, Ponz subrayó su fealdad y hasta desgraciada obra. Una excepción fue la iglesia de la Merced, grande y espaciosa y de su gusto al estar adornada la fachada con pilastras corintias y jónicas. De la parroquia de San Miguel destacó el mosaico romano, pero la calificó de antigualla; etc.
Ponz describió también los principales edificios civiles y militares: la Casa de la Ciudad; el de la Audiencia Real; la Lonja, tanto la vieja como la nueva; el palacio del Capitán General y la Casa de Comedias (el actual Teatre Principal o de la Santa Creu), donde se alternaban las temporadas del año comedias españolas y óperas italianas; las Atarazanas; el Hospital General, y la Ciudadela, entre otros.
En esta primera carta mostró su admiración por el marqués de la Mina, a cuyo celo y eficacia se debieron muchas obras útiles tanto en Barcelona como en sus contornos (construcción de caminos, promoción de plantíos, obras del muelle, fortaleza de Montjuïc, etc.). Pero especialmente destacó la fundación del barrio de la Barceloneta, situado extramuros, entre la Puerta del Mar y la Linterna e inmediato al muelle. Describió con precisión diversos aspectos urbanísticos y arquitectónicos del nuevo barrio y subrayó la rapidez en que fue concluido, así como su iglesia construida en apenas veintiocho meses, entre 1753 y 1755.
La segunda carta la dedicó a aspectos artísticos más específicos. Así fue repasando las obras localizadas en Barcelona de su admirado pintor Antonio Rafael Mengs, con quien trabó amistad durante su estancia en Roma. También ofreció una detallada noticia de las seis columnas corintias descubiertas en un edificio situado en la calle Paradís, donde hoy se encuentra la sede del Centre Excursionista de Catalunya. Las divagaciones sobre este respetable y admirado monumento romano ocupan varias páginas. Su antigüedad, si formaban parte o no de un templo y, en todo caso, a quién estaba dedicado, son algunas de las digresiones que Ponz analizó basándose en lo que habían opinado otros tratadistas, como el padre Flórez o Isidoro Bosarte. Al final llegó a la conclusión, equivocada en parte, de que formaban parte de un templo romano dedicado a Hércules, fabuloso fundador de Barcelona, erigido entre los años 380 a 390 y reconvertido en iglesia cristiana, en la que fue enterrado Ataulfo en torno al 416.
Otros restos de origen romano que merecieron la atención del abate Ponz fueron las cloacas, los acueductos, los baños, las inscripciones, algunas esculturas, etc., que tuvo la suerte de poder visitar acompañado por el barón de la Valroja, que le mostró los baños romanos localizados en la actual calle Banys Nous. También pudo contemplar el pilón de la fuente situada en el patio de la Casa de l’Ardiaca, urna sepulcral o sarcófago según Ponz. No olvidó citar el apreciable gabinete de historia natural y antigüedades que había reunido el boticario y erudito José Salvador, una de las singularidades de la ciudad que visitaban muchos de los que a ella llegaban.
IGLESIAS Y MONUMENTOS DE TODO TIPO
La tercera carta es en parte una disertación sobre lo que habían opinado sobre Barcelona otros viajeros anteriores a Ponz, especialmente el italiano padre Norberto Caimo en 1755 y un anónimo francés en 1777-1778 (se trata del diplomático Jean-François Peyron). De forma pormenorizada fue detallando los juicios que ambos dejaron sobre Barcelona, criticando y contradiciendo abiertamente los comentarios menos favorables. Más adelante Ponz habló del abastecimiento de leña para la ciudad y sus numerosas fábricas, así como de la producción de los distintos tipos de maderas existentes en Cataluña. Continuó con sus divagaciones en torno a las poblaciones del Maresme y del obispado de Girona, para acabar con una detallada descripción del monasterio de Montserrat.
Sin duda, las referencias que Antonio Ponz nos ha dejado sobre Barcelona representan uno de los mejores y más amplios testimonios de la ciudad de finales del XVIII, especialmente en cuanto a todo lo relacionado con el arte y la arquitectura. Sus comentarios críticos y detractores de los edificios y altares góticos y barrocos, propios de un ilustrado del XVIII, influido por el neoclasicismo imperante en la época, así como algunas de sus parciales equivocaciones no desmerecen la vasta obra que nos dejó el abate Ponz y que representan los dieciocho pequeños volúmenes de su Viage de España.