Nueve plantas de apartamentos con bajos para locales comerciales y una fachada simplemente sorprendente que destaca por sus enormes círculos incrustados en ella y en cuyo interior se cobijan las ventanas rectangulares. Para unos, su heterodoxia arquitectónica recuerda de lejos (muy de lejos) a una obra cumbre del movimiento metabolista japonés, la Torre Cápsula Nakagin, de Kisho Kurokawa (1970-1972), en Tokio. Para otros, como el gran historiador y periodista Lluís Permanyer, es el edificio cuya construcción nunca debió haberse permitido… O al menos así lo destaca en su libro La Barcelona lletja. Realmente, resulta difícil saber en qué pensaban tanto el arquitecto Mario Catalán como el promotor cuando levantaron en 1974 este edificio ubicado en el número 384 de la calle València.
BRUTALISMO ARQUITECTÓNICO
Corrían los años 50 y 60 del siglo pasado y la convergencia de diversos movimientos artísticos y sociopolíticos convirtió las ciudades europeas en laboratorios del brutalismo arquitectónico, un estilo que hizo de un material como el hormigón el vehículo expresivo de la modernidad, la prosperidad y el igualitarismo de la posguerra. Barcelona, además, contaba con una particularidad añadida: el alcalde Porcioles, que dio total libertad para construir como se quisiera al amparo de sus ordenanzas.
El caso es que Mario Catalán ya era conocido por sus edificios “peculiares”, así es el resultado final de este proyecto no debió coger a muchos por sorpresa. Lo que sí cogió por sorpresa a los demás fue su temprano fallecimiento, poco después de acabar el edificio y con solo 44 años. Para el recuerdo dejó esta última obra que, con solo mirarla, lleva al espectador a otra época, ya lejana, de pantalones de campana, música pop y una pizca de psicodelia futurista desfasada.
CRITERIO DE ARMONÍA EN LA EDIFICACIÓN
Pero todo tiene su parte positiva. Al menos este edificio sirvió para hacer caer la venda que cubría los ojos del consistorio, que optó por crear un departamento de vigilancia para nuevas construcciones: la Comisión de Calidad del Eixample, destinada a evitar más atentados estéticos. O eso cuenta Permanyer en La Barcelona Lletja. Lo cierto es que con la llegada de los ayuntamientos democráticos desapareció el caos planificador y se tuvo en cuenta más un cierto criterio de armonía en la edificación, poniendo freno así a la proliferación de chapuzas.
Gustará más o menos, sobre gustos no hay nada escrito, pero no deja indiferente. Y, por supuesto, es el testimonio arquitectónico de una época.
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