Aquí va otro rincón de paz y tranquilidad oculto en el corazón del Vell Sarrià: el pasaje Mallofré. Este pequeño vial privado -aunque abierto al público para facilitar el tránsito de peatones- conecta desde 1973 dos de los ejes principales del barrio, las calles Clos de Sant Francesc y Major de Sarrià. El acceso por esta última, discreto y en penumbra, está delimitado por un arco al que sigue un tramo estrecho cubierto y con el techo de vigas de madera. Un breve túnel vedado a los vehículos, que ofrece sombra en verano y refugio en tiempo de lluvia. Al final de este tramo, la luz de mediodía cae a plomo sobre las tres casas con jardín que forman este curioso patio a cielo abierto.

Su origen se remonta a 1850. Un grupo de arrieros formaron una sociedad para explotar un negocio de transporte de mercancías y, para ello, pidieron a un panadero del municipio un préstamo. Cuando el prestamista murió, la familia reclamó la deuda y, como no hubo manera de saldarla, la Justicia decidió subastar el terreno. Y aquí es donde entra en escena Mallofré, un bolsista de profesión que también se dedicó a las inversiones inmobiliarias en Sarrià y cerró varias operaciones, entre ellas, la adquisición de ese terreno en subasta, que adquirió por 13.500 pesetas de 1871.

En cuanto el promotor se hizo con la propiedad del solar, que antes incluso de servir de garaje para la compañía de transportes estuvieron ocupados por un antiguo cuartel, mandó derribar los edificios existentes y construir las tres casas nuevas: una con fachada en la calle Major de Sarrià, la otra en el Clos de Sant Francesc y una tercera en el interior. Tres afortunadas supervivientes que guardan celosamente

todo el hechizo del antiguo Sarrià.

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