Cuando se cumplen 30 años del inicio de los Juegos Olímpicos de Barcelona-92, el exconsejero delegado del Comité Organizador de la cita olímpica (COOB'92), Josep Miquel Abad (Valladolid, 1946), considera que una de las claves del éxito del evento fue que "todo el mundo hizo lo que tenía que hacer". En una entrevista con la agencia Efe, una de las figuras relevantes en la organización de Barcelona-92 destaca la implicación de todas las administraciones y pone en valor el legado "físico y moral" de los Juegos en el progreso de la capital catalana, cuyo futuro ve con "preocupación" tres décadas después.
¿Qué recuerdo tiene del día en que Pasqual Maragall le propuso ser el consejero delegado del comité organizador de Barcelona-92 (COOB'92)?
Fue el 13 de marzo de 1987, en el último punto del orden del día de la asamblea constituyente del COOB’92, cuando lo propuso y se aprobó por aclamación de los miembros puestos en pie. Fue muy a su estilo. Pasqual (Maragall) no me había advertido y lo que retuve, y retengo, fue la constatación de nuestra mutua lealtad, y la total unanimidad recibida de los representantes del Estado, la Generalitat, el Ayuntamiento de Barcelona y el Comité Olímpico Español (COE). Pese a los dragon khan (en referencia a la montaña rusa que recibe este nombre) organizativos y elecciones políticas que hubieron durante el largo período posterior de preparación, esta unanimidad, que sufrió bastante, no se rompió nunca; lo que dice mucho del fortísimo espíritu institucional de todos ellos.
¿Cúal era su principal función como consejero delegado del COOB'92
Si debo resumirla en un solo concepto, era un encargo de todo, menos sencillo. Diría que era: hacer lo que fuera necesario, con los instrumentos y dinero que teníamos, para asegurar que todo saliera bien.
¿Cuál fue el momento de los Juegos Olímpicos de Barcelona'92 que recuerda con más emoción?
Imposible elegir un solo momento, porque hubieron tantos... El recorrido de la antorcha por España fue una emoción continuada por los miles de personas que la esperaban en cada sitio. No importaba si era mediodía o medianoche. También el encendido del pebetero por Antonio Rebollo con la flecha fue una mezcla de emoción y un uf por el canguelo de que saliera mal. El Amics per sempre de los Manolos en la clausura, con el público de pie, y los atletas en el césped del estadio bailando, liberando inmensidad de tensiones acumuladas durante años. Los Juegos Paralímpicos fueron tal vez de los momentos más emotivos. La despedida al personal del COOB’92 en la cena multitudinaria que celebramos cuando todo fue un recuerdo imborrable... En fin, nunca terminaríamos.
Muchas personas consideran los Juegos 1992 como los mejores de la historia. ¿Cuál cree que fue el secreto de ese éxito?
Todo el mundo hizo lo que tenía que hacer, poniendo los juegos al servicio de la ciudad y no al revés. Y no perdiendo la cabeza, dilapidando recursos y construyendo infraestructuras faraónicas e inútiles, sino lo necesario y estratégico para el presente y futuro del territorio. Se supo contagiar el entusiasmo al conjunto de la población, haciéndola sentir que los Juegos eran suyos. La población respondió masivamente, de forma admirable, ejemplar. Miles de voluntarios, algunos cientos llegados de toda España, fueron acogidos de manera entusiasmada en casa de colegas de aquí. Dieron lo mejor de sí mismos en un gigantesco ejemplo de generosidad. Además, nuestra representación deportiva hizo su contribución al éxito como tocaba, forrándose a medallas. O sea que fue redondo.
¿Qué herencia cree que dejan los Juegos a Barcelona, Cataluña y España?
Hay dos legados: el físico y el moral. El legado físico, a la vista y uso está desde hace treinta años: las rondas; las torres de comunicaciones de Collserola y Montjuïc; el Palau Sant Jordi y los pabellones de Badalona y de Granollers; el canal de aguas bravas de la Seu d'Urgell (Lleida) y el de remo de Castelldefels; la primera remodelación del aeropuerto y del Port Vell… Y, sobre todo, la recuperación del frente marítimo, poner Barcelona también de cara al mar con kilómetros de costa recuperada para los ciudadanos.
El legado moral, que se evaporó rápidamente, fue la constatación de que como país no éramos más que nadie, pero tampoco menos, y que podíamos hacer grandes cosas si queríamos, quitándonos de encima viejos e interesados estigmas. Siempre he pensado, dicho y escrito que, demostradas nuestras capacidades, no teníamos derecho a volver a la mediocridad.
¿Sin Barcelona'92 la transformación de la ciudad hubiera tardado más años en ser una realidad?
Por supuesto, muchos más. Sin la palanca de los juegos, que propició unas inversiones cercanas al billón de pesetas -unos seis mil millones de euros de ahora- seguramente hablaríamos de decenas de años de mayor retraso.
¿Cómo ve la Barcelona actual 30 años después de los Juegos del 92?
Con mucho más que preocupación.
Recientemente, se ha dejado escapar la posibilidad de que los Pirineos, con Barcelona teniendo un peso importante, presentaran una candidatura para organizar los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030. ¿Qué cree que ha pasado para que la candidatura haya fracasado?
Es obvio que los intereses políticos partidistas han primado sobre los del conjunto de los territorios. Es un mensaje devastador, independientemente de si había posibilidades reales o no de ganar.
¿Cree que volveremos a ver a Barcelona organizando unos Juegos Olímpicos de verano?
Alguien puede ser, pero yo no.