Es posiblemente uno de los pasajes menos conocidos de toda Barcelona. Y también el más reservado y secreto, quizá porque siempre está cerrado a cal y canto: una verja de hierro en cada extremo cerrada con llave impide el paso. Además, una placa en la entrada advierte: “Pasaje particular. Establecimiento reservado a los vecinos del pasaje”. Y, por si alguien decidiera ignorarlo, al traspasar la puerta le sería imposible superar el control de la caseta del vigilante, parapetada en un rincón y pintada de verde, a juego con la cuidada vegetación que crece en los jardines privados de las 18 magníficas casas de estilo inglés que forman esta calle privada. 

El pasaje Güell es una isla mínima aislada del mundanal ruido barcelonés, situada junto a la plaza de la Bonanova, que lleva el nombre del que, según los expertos, sería uno de los hombres más ricos del mundo si viviera en esta época: Eusebi Güell

Es cierto que los pasajes más conocidos y exclusivos se encuentran en Ciutat Vella y en el Eixample, pero haberlos haylos en todos los barrios. Entre los mejor conservados se encuentran los de Sarrià-Sant Gervasi y, aunque pueda parecer una contradicción, en esta parte alta de la ciudad también son los más modestos, al menos en su origen, pues acostumbran a ser vestigios de las antiguas villas agrícolas que bordeaban la antigua ciudad; el recuerdo de antiguas tierras de cultivo ahora rodeadas por enormes bloques de pisos. 

El de Güell, en concreto, se urbanizó a principios del siglo XX, en 1926, y antes de entrar en el nomenclátor de Barcelona como pasaje, era conocido como colonia Güell. Las 18 casas unifamiliares que forman actualmente el conjunto eran originalmente noucentistes, de planta baja y un solo piso y jardín delantero, lo que otorgaba a esta calle sin salida ese aire inglés que se repite en otros pasajes de la ciudad de la misma época. Con los años, las casas se han reformado hasta perder gran parte de su aspecto inicial. Así, la mayoría de ellas se han remontado con un piso más, algunas a modo de buhardilla. Sin embargo, y pese a su aspecto moderno y actual, han conseguido mantener cierta homogeneidad y armonía; esa esencia del pueblo que un día fue Sarrià

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