Plaza del Pi, número 1. Un relieve medio borrado en la fachada llama mi atención. Es el escudo de la Real Archicofradía de la Purísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, más conocida como “la casa de la Sangre”, que tuvo aquí su sede. Nadie lo diría con ese nombre, pero fue una institución caritativa fundada en Barcelona a principios del siglo XV.  

Las primeras referencias documentales (siglos XV-XVI) sitúan la cofradía en la capilla del Peu de la Creu, posteriormente adherida al convento dominico de los Ángeles (MACBA), donde parece que se estableció inicialmente. Desde el año 1547 se instituyó canónicamente en capilla propia, en la basílica parroquial de Santa María del Pi, concretamente, en este inmueble construido en 1542 y reformado en 1613 y, posteriormente, en 1789. Un par de elementos a destacar: el portal renacentista con su escudo sostenido por dos ángeles y la última planta con su galería de pequeños arcos de medio punto.

CONSOLAR A LOS CONDENADOS A MUERTE

Pero volvamos a la archicofradía que lo ocupó. Su función era prestar auxilio espiritual a los condenados a muerte y darles consuelo en sus últimas horas. En este edificio se congregaban sus miembros y preparaban las procesiones que acompañaban a los reos durante las ejecuciones. Aquí se guardaban los hábitos y las capuchas de los penitentes, los estandartes, velones y otros objetos litúrgicos. 

La entidad guardaba dos imágenes del Santo Cristo, una pequeña y otra grande. Cuando asistía a la ejecución de un solo condenado, sacaba la imagen pequeña, y cuando la ley ejecutaba a tres a la vez, sacaba la grande. Explica Joan Amades que esta costumbre es el origen del dicho popular catalán "treure el Sant Crist gran", que se aplica para indicar que se trata de un hecho extraordinario y realmente importante.

EN LA ACTUALIDAD

Hasta mayo de 2007, los bajos de esta casa acogieron la estampería de arte Artigues. No está claro en qué momento el edificio dejó de alojar la archicofradía para convertirse en tienda. Cuando el restaurador Rafael Virgili, abuelo materno del último arrendatario, la alquiló allá por 1920, ya era una estampería de arte. Según Lluis Permanyer, la documentación original de la estampería desapareció, y la única huella fundacional que queda es la que figura en la viga de madera que enmarca la puerta principal, donde está grabada la fecha de 1789. 

Ni capuchas, ni hábitos, ni cristos grandes ni pequeños, ni estampas. Desde hace unos años, los bajos del edificio están ocupados por una alpargatería artesanal.

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