Barcelona deja atrás un 2022 de valores meteorológicos extraordinarios. Temperaturas altas, medias termométricas anuales que superan en más de un grado el récord anterior –registrado en 2020– y una sequía histórica hacen estragos en el pulmón de la capital catalana.

A falta de lluvias, y con una previsión escasa, en cuanto a precipitaciones se refiere, entramos en un mes de enero continuista, en el que se consolida el anticiclón y las altas presiones, evitando que nos lleguen frentes del Atlántico, y permitiendo un tiempo estable y con temperaturas diurnas por encima de lo que vendría siendo habitual para la época.

Pero, ¿cómo afecta esta situación de calma atmosférica a la ciudad? Es habitual escuchar que nuestro verdadero invierno es el anticiclónico, el de las noches frías y serenas, el de las mañanas de abrigo con algo de niebla y frío intenso, y el los mediodías despejados y ambiente agradable. Y efectivamente es así como se comporta esta estación del año en la capital catalana y el resto de área metropolitana. Los meses de invierno son históricamente secos y sistemáticamente sin demasiada actividad atmosférica, provocando la suavidad térmica a la que nos tienen acostumbrados y, en consecuencia, un ambiente propicio al estancamiento del frío nocturno en puntos concretos de la ciudad.

Entonces, ¿este estancamiento del frío provoca que haya diferentes microclimas dentro del municipio barcelonés? Todos nosotros podríamos responder con un simple “sí” afirmando que en el centro de Barcelona hace más calor que en la periferia. Y no sería una respuesta incorrecta, aunque sí algo incompleta.

ISLA DE CALOR URBANA

Barcelona se caracteriza, entre otras muchas cosas, por ser una gran ciudad con un intrínseco efecto llamado isla de calor urbana. Este efecto, asociado a capitales y grandes núcleos de población, se podría definir como la diferencia térmica entre ese espacio con gran densidad poblacional, y las zonas circundantes que hay a su alrededor.

Termografía de una noche invernal típica en la ciudad de Barcelona / COPERNICUS CLIMATE CHANGE SERVICE

En el caso de la isla de calor barcelonesa (que es de las más notables de Europa, tal y como afirman los estudios llevados a cabo por el proyecto Copernicus en colaboración con el ECMWF, el Centro Europeo de Previsiones Meteorológicas a Plazo Medio), esta se debe a un conjunto de factores que definen las ciudades del siglo XXI: una mayor cantidad de superficies pavimentadas, un aumento de la actividad comercial, un exceso de partículas contaminantes en el aire y, en definitiva, una mayor producción del llamado calor antropogénico, es decir, del calor artificial creado por el hombre.

Tal y como vemos en la siguiente imagen, la isla de calor de la ciudad de Barcelona abarca todo el centro neurálgico y de actividad comunitaria del municipio, favorecida, al mismo tiempo, por las altas temperaturas a las que se encuentra el mar Mediterráneo.

Termografía nocturna del 3 de diciembre del 2022 / WORLDVIEW DE LA NASA. Combnación de capas extraídas del satélite Suomi NPP / VIIRS 

EFECTO CANALIZADOR DE LOS RÍOS

Siguiendo con esta situación de estabilidad atmosférica, encontramos un segundo efecto que se da en la ciudad de Barcelona cuando la calma anticiclónica se instala encima de nosotros: el efecto intensificador del frío por parte de los ríos Besòs y Llobregat.

Ambos ríos rompen con la expansión horizontal de la isla de calor urbana, encauzando el frío acumulado en el otro lado de la Sierra de Collserola hacia la ciudad, dándole a los laterales del municipio un efecto de frío más continentalizado y no tan mediterráneo.

Termografía nocturna del 3 de diciembre de 2022 / Datos del servicio Worldview de la NASA. Combinación de capas extraídas del satélite Suomi NPP / VIIRS

De esta forma, tanto el Besòs como el Llobregat transportan parte de la masa de aire acumulado en el interior prelitoral y lo hacen bajar a través de su cauce. Este efecto se pronuncia unas cuantas horas y jornadas después de la entrada de un frente, una vez tenemos instaladas las altas presiones y las noches serenas. Es entonces cuando el aire que encontramos en altura, baja a través de las colinas y las vertientes montañosas, quedando acumulado en los valles y canalizándose a través de los ríos hasta llegar a la ciudad de Barcelona. Este viento derivado de las corrientes descendentes de aire frío se llama viento catabático.

COLLSEROLA Y SUS MICROCLIMAS PARTICULARES

Finalmente, un tercer sector climático que podríamos diferenciar sin haber salido de la ciudad es el de la Sierra de Collserola. Esta misma, tanto por su orientación como por su situación geográfica, alberga más de un microclima, ya que recibe la influencia térmica desde diferentes direcciones (el gradiente de la plana vallesana, el factor mediterráneo que le aporta su proximidad al mar, la exposición a la variabilidad de los vientos, así como también el efecto canalizador de los ríos que le abrazan y que ya hemos explicado anteriormente).

Ahora bien, hay otros factores que resaltan la diversidad de microclimas que podemos encontrar dentro de Collserola. Factores como sus característicos 512 metros sobre el nivel del mar que permiten que su cima sea la primera en recibir las masas de aire frío que llegan hasta la ciudad. Otro factor es la (todavía) gran masa boscosa que podemos encontrar en todo el Parque Natural de la Sierra, así como los torrentes que se reparten a lo largo y ancho de Collserola y que también funcionan como canalizadores de masas de aire frío.

Este aire frío, imaginémonos, se encuentra en la cima del Tibidabo. Como el frío es más denso y pesa más que el calor, empieza a bajar por los lados de la montaña, y aprovechando la existencia de senderos y torrentes, se canaliza por sus cauces, provocando lo que podríamos llamar un “efecto tobogán”. Este frío ya canalizado tiene dos posibles finales: acabar llegando a las faldas de Collserola y mezclarse con el aire de la ciudad, o bien quedarse estancado, y acumulándose, en puntos concretos de la Sierra. Estos puntos concretos, evidentemente, acabarán almacenando una buena masa de aire muy frío, convirtiéndose en verdaderos congeladores naturales.

Uno de estos congeladores naturales, y al que le dedicaremos una sección más adelante por su excepcionalidad térmica, es el Revolt de les Monges, un punto muy frío de la ciudad de Barcelona que hasta ahora no ha registrado ninguna noche de verano por encima de los 20 °C y que en 2005 llegó a alcanzar unos gélidos -8,5 °C. Sin duda, un buen ejemplo de la gran variedad de climas que coexisten en la capital catalana.

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