Una escena de 'Tosca', en el Liceu / LICEU

Una escena de 'Tosca', en el Liceu / LICEU

Vivir en Barcelona

Una Tosca que exige dimisiones en el Liceu

Actores desnudos de forma gratuita, estética que no viene a cuento, todo en la Tosca de Rodríguez Villalobos en el Liceu carece de sentido

19 enero, 2023 00:00

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He dudado si merecía la pena dar más espacio a la bazofia que se perpetra en el Liceu de Barcelona. Rafael Rodríguez Villalobos ha logrado lo que quería, publicidad gratuita por algo que no merece ni una línea. Pero destrozar una obra de arte en un teatro de titularidad 100% pública que nos cuesta de manera recurrente más de 25 millones al año y muchos más cada vez que tiene una crisis, tiene que tener consecuencias, sobre todo porque no es un accidente sino una tendencia. Si unimos un presidente al que no le gusta la ópera a un equipo directivo y artístico con nula experiencia internacional y a unos cuantos patronos que consideran sus aportaciones más como una obligación que como una oportunidad no puede ser una sorpresa lo que está ocurriendo, la decadencia más absoluta de un teatro histórico. O se cambia la gestión o mejor pensemos en cerrar, no merece la pena tirar el dinero del contribuyente para esto.

Tosca es una de esas óperas que sirven para iniciar a la juventud, o para invitar a familiares a disfrutar de una experiencia diferente. Prueba de ello es que se han programado 15 funciones, es decir, casi 35.000 entradas a la venta, más del doble de la oferta para ver Parsifal o más del 50% que para ver Manon. Quien haya regalado estas Navidades unas entradas para sus sobrinos o para su abuela o quien haya montado un evento con su empresa es más que probable que no sepa dónde meterse cuando pregunte si les ha gustado la experiencia, porque esta Tosca en absoluto representa lo que es una ópera y desde luego no crea afición.

Una escena de la particular 'Tosca' en el Liceu / LICEU

Una escena de la particular 'Tosca' en el Liceu / LICEU

Lo de menos es la cosificación de unos actores a los que se tiene desnudos en el escenario gratuitamente, la obsesión por mostrar a los sacerdotes como viciosos pederastas y a la iglesia católica como un pozo de perversión o la profusión de estética sadomasoquista gay sin venir a cuento. Lo peor es permitir a un supuesto artista buscar la notoriedad ensuciando una obra de arte en un teatro que fue referencia europea. Lo visto en el Liceu es comparable a usar una obra maestra como soporte para pintarrajear encima. ¿Qué pasaría si los gestores del Museo del Prado o los del Louvre o los del Riksmuseum dejasen a un artista emborronar las Meninas o la Mona Lisa o la Ronda con aquello que le apeteciese? Estamos ante el mismo caso, una ultrajante profanación de una indiscutible obra maestra con un increíble desprecio al trabajo de un maestro universal.

MENOS SENSIBILIDAD QUE UNA ALPARGATA

El argumento de Tosca se basa en una obra de teatro que fascinó a los mejores compositores de la época, Verdi y Puccini. Puccini se hizo con los derechos y tardó casi cuatro años en componer una obra maestra del género verista, es decir, realista. Cuentan que Puccini viajó a Roma para sumergirse en el ambiente que inspira el libreto, llegando su pasión por el detalle al punto de reproducir al inicio del tercer acto el sonido exacto de las campanas de San Pedro según se escuchan desde la terraza del Castel Sant’Angelo, escenario del final de la ópera.

Una escena de 'Tosca', en el Liceu / LICEU

Una escena de 'Tosca', en el Liceu / LICEU

Y sobre esta auténtica joya Villalobos superpone otra historia que no tiene nada que ver. Es cierto que el segundo acto arranca con un pegote que tiene bien merecidos abucheos, silbidos y pataleos, pero el inicio del tercero es aún peor, un auténtico sacrilegio a probablemente la quintaesencia del verismo. En lugar de sumergir al espectador en el ambiente del desenlace de la obra tal y como quiso Puccini, la producción actual lo distrae malcontando una historia que no viene a cuento.

El desprecio a la obra de Puccini se complementa con una permanente desatención al texto. Si en el primer acto el centro del discurso narrativo es un cuadro de una mujer rubia con ojos azules, el cuadro que vemos muestra parcialmente un rostro que no nos permite ver el color del cabello de una modelo de ojos negros. Si Floria Tosca es una diva presumida no se entiende que lleve un pelo gris, especialmente cuando la soprano que la interpreta no luce ni una cana, mientras que al tenor, conocido por su cabeza rapada, le plantan una peluca más bien ridícula. Cuando agoniza el barón Scarpia, Floria Tosca repite varias veces “ahógate en tu sangre”, algo imposible si la puñalada se le da en un riñón. Y sabido es que en la escena final Tosca se precipita al Tíber desde lo alto de Castel Sant’Angelo, mientras que en lo que nos hemos tragado Tosca desaparece por una gran puerta iluminada, la misma por la que al final del primer acto sale disfrazada de papisa con una macabra túnica.

Por si el sacrilegio de la producción era poco las riendas de la orquesta las lleva Henrik Nánási quien sube la afrenta a Puccini con una de las peores interpretaciones que se hayan visto. Conduce la orquesta menospreciando el volumen de los cantantes, lo que hace que en muchos fragmentos sea imposible escucharles, especialmente quienes tienen tesituras graves, y tampoco respeta su ritmo, se quede atrás quien se quede atrás. Es imposible tocar peor el magnífico Te Deum con el que concluye el primer acto, es un sacrilegio parar E Lucevan le Stelle antes de las notas finales con las que la orquesta redondea el aria y acompaña a la soprano en su momento culmen, el aria Vissi d'arte con la misma sensibilidad que una alpargata.

¿DIMISIONES PARA RESURGIR DE NUEVO?

Sin duda los ganadores de esta producción son Alagna y Kurzak, quienes renunciaron en mayo pasado a participar en tamaño desastre. A ellos se les unió Evgeni Nikitin y finalmente también se cayó Joseph Calleja. Negarse a participar en esta patochada dice mucho de su nivel de exigencia profesional. Sorprende que se haya avenido a participar en dos funciones Sondra Radvanovsky, si bien puede que lo haga para no devolver el dinero cobrado por adelantado por su espantada del año pasado en la Dama de Picas.

Con este marco casi todo lo demás es accesorio. Con las renuncias es una lotería saber quién va a actuar y con la nefasta dirección de orquesta es imposible saber si el flojo resultado se debe al cantante o a la lucha contra los elementos. La actuación del tenor, Michael Fabian, es correcta pero en su momento estelar, en el adiós a la vida, él tiene que seguir a la orquesta y no al revés. La soprano Maria Agresta parece algo superada y en más de una ocasión le queda grande el papel, pero al menos se complementa bien con el tenor norteamericano. Las voces más graves, la de Scarpia, Željko Lučić, y la del sacristán, Jonathan Lemalu, son prácticamente inaudibles por culpa de la ruidosa orquesta, pero al menos tienen excelentes dotes de interpretación al representar con solvencia una perversión por otro lado innecesaria en sus personajes. Y el coro siempre fuera de escena, no se sabe por qué, lo que afecta al volumen proyectado y a su sincronización con los intérpretes y la orquesta.

Se puede estar a favor o en contra de las producciones de Calixto Bieto, o incluso del artista residente. Pero esta Tosca no está, ni mucho menos, a su altura y, sobre todo, emborrona innecesariamente una obra maestra. Pero lo peor es que el resultado no puede ser una sorpresa por lo que hay que preguntarse lo que pasaría por la cabeza de los genios que encargaron este engendro. Lo mejor que podría pasar es lo que pasó en otoño en la ópera de Sidney, que todos dimitiesen ante la sucesión de malos resultados y un nuevo equipo planificase el resurgir del Liceu.