Surgió así, como por arte de magia, en el corazón de Ciutat Vella. La política municipal iniciada en 1980 y destinada a esponjar la densidad del distrito se llevó por delante una manzana de viviendas en el triángulo delimitado por las calles Escudellers, N’Arai y Arenes. ¡Boom!...Y el derribo dejó un vacío de dimensiones considerables que mereció la categoría urbanística de plaza. Así, “a secas”, plaza. No es broma, durante sus primeros años no tuvo nombre, aunque la gente no tardó en buscarle uno: la plaza del tripi. Un alias viperino que hace referencia, por una parte, al monumento que la preside, y, por otra, al trapicheo habitual en la zona (al menos hasta 2011).
Los trabajos de la plaza se iniciaron en 1989 y terminaron en 1990. Un año después, instalaron en el centro El Monument, una escultura surrealista de Leandre Cristòfol. Se trata de una réplica de 8 metros de su autor, cuyo original se conserva en el MNAC. Pero el arte abstracto es complejo. La gente la interpretó a su manera y la bautizó como “el tripi”.
En 1996 el Ayuntamiento se decidió a darle a la plaza un nombre oficial que limpiara el popular. Así, acordó llamarla “de George Orwell”. Rendía así tributo al autor de Homenaje a Cataluña, que residió en Barcelona entre 1936 y 1937, fue militante del POUM y combatió en el frente con el bando republicano.
Siguiendo la política municipal de la época, el espacio fue urbanizado como plaza dura. Ya sabéis: losas de granito, pocos árboles y nada de bancos. Sus inicios fueron duros y canallas. Situada en plena zona de ocio nocturno de Ciutat Vella, en la plaza se cocía un cócktail especial a base de ruido, indigencia, venta y consumo ilegal de alcohol y drogas, peleas y actos incívicos. Sí, en 2001, la plaza de George Orwell se convirtió en el primer espacio público de Barcelona controlado por cámaras de vídeovigilancia. Y no sirvió de mucho.
RECONQUISTA DE LA PLAZA
Solo la reurbanización de la plaza, en 2011, transformó la plaza. Ahora, una zona infantil de juegos con bancos la ha conquistado, los árboles salpican el espacio y los niños corretean. Los restaurantes y los bares han florecido alrededor y las terrazas se llenan de gente de todas las edades. Incluso el Tripi, perdón, el Monument, luce con dignidad.
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