La Barcelona de la actualidad se caracteriza por su amplitud. Una urbe de calles anchas, circulación ordenada e, incluso, por la forma octogonal que comparte buena parte de su superficie, heredera del Pla Cerdà de 1860. Sin embargo, la capital catalana tiene una segunda cara, una mucho más caótica, constuida sobre la improvisación durante el paso de los años, Si bien parte del centro de caracteriza por esa amplitud, no muy lejos se encuentra la calle más pequeña de la ciudad.
Ubicada en el barrio del Born y, con solo un metro de ancho, la calle de les mosques se alza como uno de esos rinconcitos curiosos que sorprenderán al transeúnte. Y es que no todo el mundo cabe por la callejuela, no apta tampoco para aquellos que sufren de claustrofobia por ligera que sea. Para llegar a ella, basta con bajarse en la estación de metro de Jaume I (L4) y caminar unos cinco minutos.
Origen del nombre
La calle de las moscas, por su traducción al español, tiene un nombre más que descriptivo, y es que era una pequeña vía con una muy alta concentración de estos insectos. No era por casualidad, pues más que viviendas, lo que había en la calle eran entradas a almacenes donde se guardaban los sobrantes de los mercados del Born y de Santa Caterina. Comida al aire libre y poca ventilación eran el cóctel perfecto para que anidaran los insectos.
Pero no solo eso, en su día, esta callejuela escondía un prostíbulo muy conocido. Tanto, que incluso en el refranero popular ha quedado el dicho al carrer de les mosques hi ha funció a les fosques (en la calle de las moscas hay función a oscuras)
A solo unos metros, se encuentra la calle de Montcada, una de las calles con más palacetes de todo el casco antiguo de la capital catalana. En uno de ellos, de hecho, se encuentra el Moco Museum.