Es como un apéndice pegadito a la señorial verja de hierro que se cierra en torno al inmenso parque privado de la Torre Castañer. “Llúria Barcelona Real State 1999”, anuncia el cartel a la entrada de este singular edificio, situado en el número 5 del paseo de Sant Gervasi. Pero entre las paredes que ahora albergan esta sociedad inmobiliaria, se oculta más de un siglo de vida y una historia de sangre azul.
El 17 de mayo de 1888, llegaba a Barcelona la reina regente María Cristina para inaugurar la Exposición Universal, acompañada por sus tres hijos: las dos infantas y el futuro rey, Alfonso XIII. La familia debía alojarse en el palacio del Virrey, pero este había ardido en un sospechoso incendio, y se les reubicó en el Ayuntamiento. Una buena solución para la reina, que venía con una agenda repleta de actos oficiales, pero no para sus hijos. La familia Jover i Vidal, propietarios de la Torre Castañer y cuyos descendientes son los Güell de Sentmenat, pusieron su humilde morada con su enorme parque a disposición de la corona, para que los niños tuvieran un lugar donde divertirse, lejos de la pompa oficial del evento. Dicho, y hecho. Los propietarios, marqueses y propietarios de navieras, se pusieron manos a la obra para tener a punto un pabellón de juegos.
El resultado fue un pequeño edificio de estilo neoárabe de apenas 50 metros cuadrados. Un palacio nazarí en miniatura que aún conserva el interior original totalmente restaurado, con sus puertas de estilo morisco, los frescos de las paredes en tonos azules, rojos y dorados, los arrimaderos cerámicos y los magníficos suelos hidráulicos. Orientalismo por dentro… y también por fuera, en los arcos y decoraciones de la fachada principal. Actualmente, queda fuera de la propiedad, ya que la urbanización de la calle obligó a desplazar la verja hacia dentro, pero, originalmente, el pabellón quedaba integrado en el jardín.
Este palacio de juguete vivió 21 días de esplendor, exactamente el tiempo que duró la estancia de la familia real en Barcelona. Después, pasó a usos más mundanos. Así, se convirtió en la caseta del guarda José Díaz, que cuidó de la torre de Castañer durante la guerra civil mientras los propietarios estaban exiliados. Él, personalmente, atendió al poeta Antonio Machado y a su madre cuando se hospedaron en esta mansión durante su huida hacia Francia.
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