El verde de la exuberante vegetación se filtra a través de la verja que cierra de punta a punta el un terreno sin edificar entre dos edificios, en el número 62 de la calle de l’Encarnació, en Gràcia. En el centro, una puerta entreabierta (tentación para gatos curiosos) invita a colarse. Y, al atravesarla, como Alicia a través del espejo, aterrizas por arte de magia en algo así como un país de las maravillas, pero de barrio. Es el Jardí del Silenci.

Desde fuera nadie lo diría, pero tras la verja se oculta uno de los pocos rincones secretos que quedan en Gràcia, con tesoro incluido. Este coqueto espacio verde entre medianeras se asienta sobre un antiguo convento custodiado por las Missioneres del Santíssim Sacrament hasta el año 2000.

Por una condición testamentaria de 1900, el convento estaba destinado a convertirse en una escuela religiosa y un jardín para los niños del barrio. Pero el rector de la iglesia de Sant Joan, como sustituto albacea de las misioneras, acudió en el año 2002 al Arzobispo de Barcelona para que cancelase esta cláusula. Esto permitió que una inmobiliaria comprar el terreno con la intención de convertirlo en un parking de seis plantas.

Esa era la idea cuando las excavadoras entraron a limpiar el terreno en 2012, pero la movilización vecinal frenó el proyecto. En 2014, se creó la Associació Salvem el Jardí, se hicieron actividades reivindicativas y se recogieron 7.000 firmas. Así lograron convencer al ayuntamiento para que frenara las obras, comprara el terreno y lo convirtiera en un centro cívico.

El proceso de derribo se había llevado por delante el edificio del convento, de estilo racionalista y sin nada destacable. Pero, a cambio, dejó al descubierto su sorprendente interior, un enorme jardín de 800 metros cuadrados con palmeras centenarias y árboles frutales, que funcionaba como claustro de recogimiento espiritual para las plegarias y procesiones de las religiosas. Y en el centro, la joya de la corona: un espacio de parterres, la glorieta de las glicinias centenarias y la fuente con surtidor de las monjas.

En torno a este tesoro gira ahora este espacio protegido, gestionado por la Associació Salvem el Jardí en convenio con el Ayuntamiento de Barcelona y abierto al uso vecinal. El Jardí del Silenci funciona como un centro cívico al aire libre con un objetivo: preservar el jardín y mejorarlo. Durante todo el año se llevan a cabo proyectos con 12 asociaciones que tienen convenios con la entidad y que promueven talleres culturales, charlas, exposiciones, espectáculos escénicos y actividades de mantenimiento de un huerto comunitario. Y todas las actividades son gratuitas.

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