Carlos Abella, en el centro, con Enrique Lacalle, en el Círculo Ecuestre

Carlos Abella, en el centro, con Enrique Lacalle, en el Círculo Ecuestre

Vivir en Barcelona

Carlos Abella ‘saca’ del armario la Barcelona franquista: “Fue una ciudad viva y creativa”

  • El escritor, autor de ‘Aquella Barcelona’, ensalza la pasión taurina, las galerías de arte, el deporte y la influencia francesa en un coloquio en el Círculo Ecuestre
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29 febrero, 2024 17:44

“El único niño”. Carlos Abella era el pequeño que se encontraban los amigos de su padre, Rafael Abella, cuando visitaban su casa en la parte alta de Barcelona. Néstor Luján, Horacio Saénz Guerrero –fue director de La Vanguardia—y Mariano de la Cruz llegaban para charlar e incentivar a Rafael a que “hiciera de torero”, con una muletilla improvisada. Y ese niño lo iba aprendiendo todo. Interiorizaba los gustos de su padre y el amor a una ciudad que vivía momentos oscuros, pero también grises e incluso esperanzadores. Carlos Abella, (Barcelona, 1947), que acaba de publicar Aquella Barcelona, (Almuzara), reivindica una época que, a su juicio, “o se ha tergiversado o se ha olvidado”. Lo que defiende es que Barcelona era “sin duda” la ciudad de España más “viva y creativa”, sin dejar de lado que “hubo sufrimiento y privaciones”.

El marco impone. Abella ha presentado su libro en el Círculo Ecuestre, dentro del ciclo que ha organizado su presidente, Enrique Lacalle, sobre literatura y Barcelona, y que llevará también al foro del lobby empresarial a otros escritores como Eduardo Mendoza, Pilar Eyre o Javier Cercas, entre otros.

Portada del libro de Carlos Abella

Portada del libro de Carlos Abella

La ciudad era gris, porque las circunstancias no eran, precisamente, brillantes. Los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, y también los primeros sesenta, el franquismo imponía un control exhaustivo. Pero había grietas, parcelas para la creatividad y para el disfrute de la vida, cada uno según sus posibilidades, claro. Es lo que desea explicar Abella, un experto en tauromaquia, con una gran obra publicada. Su padre lo introdujo en el mundo de los toros, de muy pequeño, y ya no lo abandonaría nunca. Pero, ¿qué Barcelona era la de Abella y la de sus amigos del colegio alemán?

Es una parte de la historia reciente de la ciudad que se olvida, o se rechaza, sin más. Es la Barcelona de Destino, la publicación que iría siempre un paso por delante del franquismo oficial. Es la Barcelona que crea el Premio Nadal, en 1944, y que, contra todo pronóstico, gana la desconocida Carmen Laforet con su novela Nada, y que deja perplejo a quien las tenía todas para hacerse con el galardón, César González Ruano. A diferencia de otros escritores, de intelectuales que han hecho su carrera en Madrid –como en gran medida lo ha hecho Carlos Abella, después de que su padre se llevara a toda la familia a la capital de España cuando él todavía era un adolescente—Carlos Abella deja clara la catadura moral de Ruano: “Tenía sombras, con actuaciones no todavía esclarecidas en Sitges o en París”. Buena parte de esas cuestiones las explicaron Rosa Sala Rose y Plácid García Planas en El marqués y la esvástica (Angrama).

Exaltación a la figura de Samaranch

Abella, por tanto, busca el rigor, y no ensalza el régimen franquista. Lo que señala, en un diálogo junto al periodista Joaquín Luna, es que la ciudad “no estaba muerta”, que era posible impulsar actividades culturales. “La primera exposición de Picasso en España se organiza en Barcelona, en la Sala Gaspart”, señala Abella, con la intención de que se valore, también, una etapa que existió y que puso las bases, a juicio, para lo que llagaría después. Su libro, de hecho, finaliza con los Juegos Olímpicos de 1992. A partir de esa fecha, con la modernidad ya consolidada, con un sistema democrático que había superado la intentona golpista del 23F de 1981, la luz fue diáfana y el gris se olvidó de forma definitiva.

Con Antonio Sagnier en la misma mesa, compañero del colegio alemán de Carlos Abella, el escritor repasa la historia sentimental de la ciudad, con el Copito de Nieve, con el torero Dominguín y sus amoríos, entre ellos Eva Gardner y Lucía Bosé, con escenarios siempre presentes como la Plaza Real. Y tiene un recuerdo especial para Juan Antonio Samaranch, facilitador indispensable de los Juegos Olímpicos en Barcelona, desde su trabajo como embajador en Moscú. “¿Era un franquista? Sí, pero que hubo muchos franquistas que también hicieron cosas buenas para Barcelona, de la misma manera que hubo franquistas que hicieron cosas horribles y gestionaron fatal. A Samaranch lo alabaron Pasqual Maragall y Jordi Pujol".

Es esa Barcelona, esas décadas de sufrimiento para muchos y de bienestar para otros, la que ‘saca’ del olvido Carlos Abella, para señalar que hoy “la sociedad no está para héroes”.