El laboratorio de revelado fotográfico más antiguo de Barcelona se esconde en una escuela
La institución educativa lleva 52 años ininterrumpidos llevando a cabo este proceso artesanal, que tiene que ver también con una forma de entender el arte de la fotografía
8 junio, 2024 23:30El analógico vuelve a estar de moda. Tras años de imposición de la fotografía digital, cada vez son más los fotógrafos profesionales, artistas y aficionados que vuelven a esa forma de ver el mundo a través de una lente que tuvieron generaciones anteriores, la del carrete de 135 mm de 36 disparos, de los negativos y del revelado tradicional, a mano, con salas enrojecidas, negativos, placas, papel fotográfico y sobre todo, la de la expectación durante ese proceso para ver como, poco a poco, se dibuja sobre el papel el resultado del disparo con la cámara.
La del revelado a mano es una técnica, sin embargo, sensible, que requiere de concentración y, ¿por qué no? Disciplina y conocimiento para plasmar ese momento que se quiso inmortalizar para siempre. Y eso es, precisamente, una de las cosas que se enseñan en el Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya (IEFC), que posee el laboratorio más antiguo de la ciudad, todavía en activo.
Más de 50 años
La institución educativa enseña cada año a alumnos de los muchos cursos fotográficos que se imparten, tanto curriculares como extracurriculares, a obtener en un formato físico lo que vieron a través de su visor.
Inaugurado en 1972, estas instalaciones, comprendidas en el interior del recinto de la Escola Industrial, han permanecido activas de forma ininterrumpida durante los últimos 52 años, "incluso cuando todo el mundo daba al analógico por perdido" explica Eva Lorente, profesora de la institución educativa, a Metrópoli.
Aunque el peso de este método fotográfico es menor en la oferta estudiantil que antaño, por la hegemonía del digital, "sí es cierto que tiene muchas salidas artísticas y supone un campo de experimentación muy grande, lo que motiva a los alumnos. Supone, además, una forma de diferenciarte del resto", desgrana Lorente. En el campo artístico, el hecho de que solo haya una o un puñado de copias puede llegar a disparar el precio de la obra, añade la docente. Todos estos factores, entre otros, han hecho que cada vez más alumnos miren con ganas lo que hace 25 años formaba parte de la cultura popular. Y es que hace un cuarto de siglo, cualquiera podía tener lo que, cada vez más, se acerca a un preciado objeto de coleccionista. De hecho, un carrete fotográfico virgen puede alcanzar los 20 euros en tiendas.
El retorno de la moda del analógico
El interés que despierta entre los fotógrafos se plasma, día a día, en su laboratorio de revelado. Tras pasar por una puerta rotatoria pintada en negro, ideada para que la luz no pase desde el exterior al interior, se encuentra una habitación pensada para un máximo de 19 personas. Esta separa el negativo de la foto final. Con el auge de alumnos interesados en esta disciplina, la escuela ha tenido que estructurar más turnos, en los que, por grupos, los estudiantes pueden hacer los revelados.
El analógico tiene ese algo, "quizá por la brillantez del papel, por la oportunidad de experimentación o porque condiciona a fotografiar de un modo distinto -- más concentrado, con menos oportunidades--", opina.
Ello, a su vez, obliga a "tomar con más calma y de forma contemplativa la vida" pues hay que esperar al momento perfecto para la foto, a tener paciencia y a disfrutar de la calma que reporta alejarse del estímulo continuo que suponen las pantallas de los teléfonos móviles. Todo eso seduce al amante de esta disciplina artística, teoriza Lorente.
Sequía
De los pocos laboratorios de revelado tradicional que quedan, el del IEFC se encuentra entre los más grandes. Las clases que se imparten, sin embargo, han tenido que adaptarse por la sequía.
Y es que el proceso de revelado fotográfico requiere de mucha agua, detalla Lorente. Cada negativo se introduce dentro de una de las ampliadoras. De ahí, se obtiene el positivo (en papel fotográfico) que debe pasarse por una zona especializada con productos químicos separados por cubetas (revelador, paro y fijador) para obtener el resultado final. Las fotografías, finalmente, se colocan en una ventanilla para sacarlas del laboratorio. Todo está ideado para que la sala permanezca a oscuras, a excepción de la luz roja de seguridad.
No obstante, dichos productos pueden destruir la imagen si se dejan actuar demasiado tiempo, por lo que "hemos reducido el gasto de una hora de agua corriente a unos cinco minutos utilizando eliminadores de hiposulfitos, precisamente para adaptarnos a las necesidades de ahorro de agua actuales. Antes, el agua podía estar corriendo constantemente para eliminar los químicos de las copias", detalla.
Con todo, el IEFC se erige como uno de los últimos lugares de la capital catalana en el que aprender un proceso que mucho tiene que ver con el arte, más, si cabe, con lo artesano y que cada día atrae a más personas. Se revitaliza así un método fotográfico que trae consigo una forma de entender la fotografía --y los viajes-- que quizá se había ya casi perdido.