El templo del ‘caganer’ de oro
Visitar el museo 'White Rabbit' puede resultar entretenido para un foráneo, aunque no tiene ni pies ni cabeza, pese a que sea inmersivo, porque ahora todo lo es
27 julio, 2024 23:30En el Paseo de Gràcia, entre las calles Aragón y Valencia, se ha inaugurado un peculiar museo que tal vez no sea muy destacable como museo, pero hay que reconocer que como trampa para turistas es difícilmente mejorable. Atiende por White rabbit (Conejo blanco) y, según me explicó una simpática taquillera tras soplarme veinticinco de mis mejores euros (de lunes a jueves, la cosa se reduce a veinte: ¿cómo se me ocurrió presentarme un viernes?), el nombre es un homenaje al célebre conejo de Alicia en el país de las maravillas, ya que, según ella (lo que hay que decir para ganarse la vida), la visita al museo es como entrar en un lugar de ensueño que, además, sintetiza todo lo que es interesante en nuestra querida ciudad (o sea, nada que ver con la estupenda canción homónima de Jefferson Airplane). La experiencia, naturalmente, es inmersiva. Ahora todo lo es. A la gente ya no le basta con mirar un cuadro de Van Gogh, sino que debe sentir que está dentro de él. La inmersión que nos propone el White Rabbit se supone que dura una hora, a no ser que usted se trate de un cenizo local como yo, que a los veinte minutos ya había abandonado el lugar.
Hay que reconocer que la entrada es prometedora, pues cuelga en ella un bonito dibujo del grafitero italiano instalado en Barcelona que se hace llamar TV Boy. Pero la sensación de estar siendo víctima de un timo high tech empieza a partir de ahí con, por poner un par de ejemplos, una gran sala de espejos con cosas de brilli brilli que cuelgan y que difícilmente puede considerarse un homenaje a la película de Orson Welles La dama de Shanghai, y otra enorme habitación en cuyas cuatro paredes y techo se proyectan imágenes ligeramente psicodélicas de distintos lugares de Barcelona que tal vez capten la atención del foráneo, pero que a los de la localidad (o quizás solo a mí) no pueden cautivarle menos.
Los responsables del White rabbit han decidido que no hay nada más barcelonés que La Fura dels Baus, troupe teatral alternativa que en el fondo nunca fue nada más que la cara b (o versión post industrial) de los (para mí) insufribles Comediants. Si estos daban la chapa con el sol, la luna, el mediterráneo y demás ñoñeces pogresistas, los de La Fura dels Baus iban de brutalistas y provocadores, aunque, en el fondo, su discurso era tan simple y vacío como el de la pandilla del inefable Joan Font. Hay tres salas dedicadas a La Fura dels Baus, y una de ellas incluye un manifiesto supuestamente antisistema firmado por Andreu Morte (lo conocí hace años: un tipo muy simpático, por cierto) que, si ya daba un poco de vergüenza en su momento, ahora aún da más, sobre todo desde que La Fura dels Baus se dedica a montar óperas y todo tipo de espectáculos oficiales transgresores (si se me permite el oxímoron). Una de las otras dos, lo reconozco, tiene su gracia, pues consiste en un zoótropo metálico repleto de figuritas que adoptan diferentes posturas mientras la estructura gira a una velocidad vertiginosa (soy muy fan de los zoótropos, y gracias a éste consideré que no había tirado del todo los veinticinco pavos).
Brilli brilli futurista
Para no descuidar la catalanidad de la propuesta, el museo ofrece también una vistosa colección de capgrosos de los que solo está el cabezón, bajo el que te puedes poner para hacerte el preceptivo selfi. Y, sobre todo, la que yo considero la pièce de résistance de todo el freak show, una enorme escultura bañada en oro de un caganer de pesebre catalán que acaba de deponer un vistoso zurullo (también dorado). Dado que en el White Rabbit solo te dan un folletito con los nombres de los artistas presentes, pero no te informan de a quién pertenece cada obra, me quedé sin saber quién era el responsable del Caganer, pero si me dicen que es Jeff Koons, me lo creo: en su delirio, la pieza oversized tiene su gracia, pero ganaría mucho en otro entorno menos confuso e inmersivo.
Confieso que me salté la sala de realidad virtual porque solo había un señor con pantalón corto con las gafas puestas y porque ya me había aburrido bastante con ese museo sin pies ni cabeza que solo había visitado por responsabilidad ciudadana. Ignoro si hay un ideólogo detrás de este disparate de alta tecnología (la verdad es que ahí se ha invertido una pasta gansa) o si se han ido apilando elementos al buen tuntún, aprovechando la ignorancia generalizada del turista medio.
¿Funcionará el White Rabbit como trampa para turistas? Pues igual sí. Si no te importa el desvarío conceptual, te sobran veinte o veinticinco euros y te gusta el brilli brilli futurista, es posible que, si vienes de Rotterdam o Peoria, Illinois, salgas del museo tras haber pasado una horita muy entretenida. Los guías políglotas de la instalación, además, son extremadamente simpáticos y serviciales. Por lo que respecta al posible visitante local, yo creo que se puede ahorrar el dispendio de esos veinte o veinticinco euros, a no ser que sea un loco de los zoótropos o quiera ver de cerca a un caganer dorado de tamaño desmesurado junto a su súper truño. Por otra parte, seguro que en Internet se encuentran el zoótropo y el caganer, así que no hace falta despilfarrar: ustedes mismos.