Nos parece lejano, pero aún podríamos cerrar los ojos e imaginarnos a decenas de personas. Niños, adultos y mayores apretujados en la penumbra bajo tierra; el silencio solo roto por el eco lejano de las explosiones y los susurros temerosos entre los muros de obra vista, temblando ligeramente con cada estruendo. Un recordatorio del peligro inminente que, por unos momentos, quedaba fuera del refugio antiaéreo 977, ubicado en el barrio de Congrés i els Indians en Barcelona.
Casi 90 años después, no es más que un recuerdo borroso para la memoria histórica, del que solo queda constancia en una discreta placa sucia y desgastada en la acera, frente al número 32 de la calle Puerto Príncipe, casi en la esquina con Matanzas.
Recuerdos enterrados bajo tierra de un refugio cuyos orígenes se remontan al otoño de 1936, cuando el estallido de la Guerra Civil Española impulsó la construcción de espacios subterráneos destinados a proteger a la población de los constantes bombardeos.
Una red de refugios
El 977 fue uno de los 30 primeros construidos por iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona a través del Servicio de Defensa Pasiva Antiaérea, como respuesta rápida ante la amenaza aérea del ejército sublevado y sus ataques, ejecutados por las fuerzas italianas y alemanas.
El ingeniero catalán Ramon Perera fue el ideólogo de una red de refugios subterráneos con innovadoras características de seguridad como la bóveda catalana de obra vista, una técnica pensada para soportar los efectos de las explosiones, y las entradas en zigzag para reducir la onda expansiva de las bombas.
Este refugio en concreto contaba con tres entradas, actualmente tapiadas, por las que se accedía a un túnel de unos 153 metros de longitud que discurría entre las calles de Puerto Príncipe y Jordi de Sant Jordi.
Este espacio estaba diseñado con áreas donde la población podía resguardarse, equipadas con mobiliario básico como bancos de obra y mesas, además de dos pozos de ventilación que aseguraban la renovación del aire en el interior.
¿Cómo era el refugio?
También disponía de pequeñas estancias con armarios empotrados, donde se guardaban artículos de primera necesidad como lámparas y agua. Y en la parte central del túnel se encontraba una sala de planta cuadrada que, según registros históricos, sirvió como enfermería.
Tras el final de la guerra, el refugio 977 quedó integrado en el entramado urbano y su estructura pasó desapercibida durante décadas. Hasta que, en 2007, durante unas obras de remodelación en la calle Pinar del Río, salió a la luz y despertó el interés por su conservación.
Y ahí está, bajo nuestros pies, invisible e inaccesible, otro símbolo entre muchos de la resiliencia de la población civil frente a la violencia de la guerra, recogido en una placa en la acera.