Turistas posando para un 'selfie' en la Sagrada Família de Barcelona

Turistas posando para un 'selfie' en la Sagrada Família de Barcelona GALA ESPÍN Barcelona

Vivir en Barcelona

La Barcelona de los turistas 'low cost': esto es todo lo que se puede hacer con 100 euros en un día

Metrópoli recoge el testimonio de una visitante que se encuentra con un "espectáculo continuo", en el que cuesta encontrar el pulso auténtico entre tanto entusiasmo visual

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Ha llegado sola, con una guía arrugada en el bolso que le dejó su madre de cuando era joven y una lista de sitios apuntada en las notas del móvil que probablemente no alcanzará a tachar.

Su habitación, en un hostal del Raval, le ha costado 28 € la noche. No tiene lujos, pero sí lo esencial: una habitación compartida con literas, una cama que cruje al mínimo movimiento y una taquilla sin candado.

Al otro lado de la ventana, el barrio ya vive su rutina con naturalidad. Son las 9:15 y el sol entra con fuerza.

Barcelona, desde ese instante, se impone. Vibra. No hay tregua. La ciudad se presenta como un espectáculo continuo, una postal viva que se reinventa a cada esquina. Pero entre tanto entusiasmo visual, cuesta encontrar el pulso auténtico. Demasiadas maletas, demasiadas colas.

Son las 9:15 horas, empieza el día

Empieza el día en Granja Viader, un clásico escondido en el corazón del centro. Un suizo con nata (4,80 €) y una ensaimada (2,90 €) marcan el inicio de la jornada. Las paredes están cubiertas de fotos en sepia y la luz entra tímida desde la calle Xuclà.

Interior de la Granja Viader, en el Raval / FACEBOOK GRANJA VIADER

Interior de la Granja Viader, en el Raval / FACEBOOK GRANJA VIADER

A su alrededor, hay más cámaras que acentos locales. Todos piden con prudencia, como quien entra en casa ajena. Ella también. Al camarero, le sonríe: “¿Esto lleva chocolate de verdad o del que no sabe a nada?” Él asiente, y ella responde: “Entonces perfecto.

Después del desayuno, se pierde entre las paradas del Mercado de Sant Antoni, donde libros, cómics, embutidos y antigüedades conviven bajo una estructura de hierro majestuosa. Escoge un vinilo de Serrat por 7 €, aunque no sabe ni como lo meterá en la maleta. Afuera, los vendedores se quejan en voz baja de que cada vez se vende menos. “Demasiado postureo y poca compra”, dice uno, mirando el suelo.

Lo más esperado, La Sagrada Familia

Toma el metro y baja en Monumental. Prefiere caminar hasta la Sagrada Família. Caminar en Barcelona es un acto de descubrimiento: escaparates vacíos de panaderías artesanas, bicis atadas con cadenas gruesas, paredes llenas de grafitis en varios idiomas.

A medida que se acerca, los acentos se multiplican. Las terrazas están llenas, las esquinas saturadas de grupos organizados con banderitas, las calles parecen más decorado que entorno.

La Sagrada Família emerge ante ella como un espejismo tangible. Sin dudar, paga los 24 € de la entrada (tiene descuento por ser menor de 30). Mientras espera en la fila, se pregunta qué diría Gaudí si supiera cuánto cuesta cruzar esas puertas.

Interior de la Sagrada Familia

Interior de la Sagrada Familia

Pero dentro todo cambia: un silencio casi sagrado la envuelve, y el color parece fluir por cada rincón. Se queda fija en las columnas, que parecen crecer como árboles infinitos.

Hora del vermut

Sale con una mezcla de vértigo y paz. Baja caminando hacia Poble-sec, esquivando scooters y carros de turistas. En Quimet & Quimet consigue un hueco en la barra. Pide un montadito de salmón con yogur y miel (3,90 €) y un vermut (2,80 €). “¿Me lo recomiendas o hay otro que te guste más?”, pregunta al camarero. Él le asegura que ha elegido bien.

Tapas de la bodega Quimet & Quimet, de Sants-Montjuïc

Tapas de la bodega Quimet & Quimet, de Sants-Montjuïc Quimet & Quimet Barcelona

Mientras come, escucha a dos jóvenes que comentan, con resignación y rabia contenida, que este mes les suben el alquiler. Uno de ellos dice que "ya no quedan pisos para vivir, solo para invertir". El otro asiente mientras se acaba la cerveza.

A su alrededor, las voces locales se mezclan con las de los turistas que hacen fotos al camarero. Ella escucha sin interrumpir. Cada conversación es una grieta.

Un rato para el arte

Mientras bebe, piensa en ir a un museo. Consulta su lista de notas: el MACBA cuesta 11 €, el Museu Picasso 14 €, el CCCB, 6 €. Pero recuerda que por la tarde, a partir de las 15 h, algunos museos son gratuitos. También sabe que habrá más gente, colas y salas llenas, pero es una manera de ahorrar algo de dinero.

Museo MACBA

Museo MACBA

Se decanta por el MACBA. Le atrae la exposición temporal y, sobre todo, que haya silencio y aire acondicionado. La entrada libre compensa la espera. En el vestíbulo, un grupo de estudiantes toma notas junto a una maqueta de cartón. Dentro, camina despacio, dejándose empapar por las ideas y las imágenes. Son las 18:30 horas, toca seguir descubriendo la ciudad.

Sube hasta Gràcia a un ritmo lento y en un semáforo escucha a tres chicas con camisetas oversize y una bolsa de tela como se ríen mientras miran las tazas que acaban de recoger de la 'Ceramicaria'. Es uno de esos lugares donde, por 25 €, puedes pintar tu propia taza durante dos horas.

Las tres comentan el precio del concierto de Bad Bunny. “160 € por pista y ni siquiera lo ves bien”, se queja una. “Y encima no incluye ni bebida”, añade otra riendo.

Llega la noche a la capital 

Ya está atardeciendo cuando llega a Gràcia. Las calles estrechas huelen a tabaco de liar y pizza al corte. Jóvenes con latas en la mano y perros pequeños sin correa cruzan de un lado a otro. Aquí, el ambiente parece más tranquilo.

Se sienta en una terraza y pide una cerveza (4,50 €). En la mesa de al lado, una mujer mayor cuenta a otra que en su finca solo quedan dos vecinos de siempre. El resto son temporales. “Barcelona se nos va de las manos”, le dice. 

Imagen de la fachada del bar 'La Pepita'

Imagen de la fachada del bar 'La Pepita' @lapepitabarcelona

Mientras se bebe la cerveza, mira en TikTok vídeos de sitios para cenar cerca de donde está. Se decanta con uno que le sale varias veces, La Pepita. Bravas con alioli de wasabi (5,50 €), pepito de ternera con foie (9,90 €) y una copa de vino (6 €).

Al camarero, que le cuenta que llevan quince años abiertos, le dice: “Pues se nota el cariño. Esto no lo haces con prisas.” Él se ríe y le da las gracias. La cuenta llega como una pequeña bofetada elegante. Disfruta, sí, pero no sin hacer cálculos.

Quedan fuerzas para un rato más

Ya es de noche en la capital y aunque sus pies le están pidiendo descanso, no perdonaría irse a dormir sin antes probar la noche barcelonesa. A las 23:30 se planta en Apolo. Hay una cola larguísima, que avanza con parsimonia entre humo de vapeadores y vasos de plástico.

La entrada le ha costado 15,50  euros más gastos de gestión, con una copa incluida que sabe a alcohol de baja calidad. El guardarropa son 3 € más, sin prácticamente opción a evitarlo por el calor que hace dentro. La música retumba, el aire está denso. Dentro, las luces le ciegan y a penas puede ver un hueco vacío. 

A las 2:30 decide irse. El metro sigue abierto de madrugada, pero no le apetece bajar a la estación. Prefiere caminar hasta la Barceloneta, cruzando la ciudad como si intentara comprenderla a pie. Ve a grupos sentados en bancos, parejas besándose entre motos, bolsas de basura acumuladas en esquinas.

Parte de un mismo engranaje

En la playa, un vendedor ambulante le ofrece una cerveza caliente por 1 €. Se la compra. Él le cuenta que vende para enviar dinero a su madre en Perú. Ella asiente. También él forma parte del engranaje.

Personas paseando por la Barceloneta

Personas paseando por la Barceloneta

Vuelve en Bicing (0,50 €), cruzando la ciudad por calles que ya no hablan, solo observan. Barcelona dormita, pero nunca del todo.

Ha gastado 103,45 € en un solo día. Y ha sentido que cada paso costaba algo más que dinero.

Porque Barcelona sigue siendo fascinante. Pero hay que tener presupuesto --y paciencia-- para poder vivirla. A veces, incluso para verla.