
Escena de Rusalka en el Liceu
Rusalka en el Liceu, ¡ni tan mal!
Josep Pons lleva a la orquesta a un grado de perfección pocas veces alcanzado en el Liceu, si acaso con algún Wagner
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Rusalka en el Liceu. Casi cuatro horas con un calor sofocante para ver una ópera en checo que solo se ha representado en el Liceu en 14 ocasiones no hacían prever lo mejor.
La producción desde luego no es la idónea, como demuestra el abucheo unánime el día del estreno para “premiar” una producción de Loy sin gracia, descontextualizada y que hace muy complicado entender la trama.
El coro ni pisa la escena y hasta hay quien sospecha que suena grabado…pero a pesar de eso, el lado musical de esta producción es realmente excepcional, con unos cantantes en estado de gracia y un maestro Pons que, al igual que los toreros artistas como Curro Romero o Morante, dirige bien cuando quiere, y esta vez ha tenido a bien dirigir no bien, sino de manera excelsa.
Pons, Grigorian, Beczala y el resto de los cantantes hacen olvidar la sosa puesta en escena y al coro ausente, arrancando orquesta y cantantes sonoras ovaciones. Estamos ante una de las mejores actuaciones de la orquesta no solo en la temporada sino desde que la dirige Pons y ante una gran pareja protagonista, en un estado vocal e interpretativo inmejorable.
Josep Pons lleva a la orquesta a un grado de perfección pocas veces alcanzado en el Liceu, si acaso con algún Wagner. Brillan el sonido en su conjunto y las actuaciones de los solistas, trabajando de manera brillante los matices, algo no siempre presente en la dirección de Pons. A un año de su marcha no es, ni mucho menos, un mal regalo el que nos deja.

Escena de Rusalka en el Liceu
Ojalá su sustituta aproveche lo bueno de la orquesta y la complemente en aquello donde no brilla, como el repertorio italiano, nuclear en toda temporada operística y consistentemente maltratado por Pons.
Christof Loy encorseta la obra en un vestíbulo de un teatro, que solo varía ligeramente con el cambio de la visión de la puerta central y la aparición y desaparición de una piedra. Rusalka es la versión eslava de la sirenita, una obra donde todo hace referencia a la naturaleza y el agua, nada que ver con el frío, gris y soso escenario. Como viene siendo lamentablemente habitual, se reinventa el argumento.
Musicalidad en estado puro
Rusalka deja de ser un espíritu del agua y muta a una bailarina gravemente lesionada y que en lugar de ir a un buen traumatólogo que la cure, se pone en manos de una bruja. Además de lo poco lúcida de la escenografía, la producción obliga al coro a cantar sus intervenciones fuera del escenario. No lo hace mal, pero no sale a saludar ni el coro ni siquiera su director, Pablo Asante.
Algún desconfiado piensa que a lo peor los escuchamos grabados. De este coro tan sindicalizado, cualquier cosa sería posible, pero esto sería muy grave hasta para la actual dirección del Liceu que, como no hay mal que cien años dure, pronto tendrá a bien dejarnos. Para rematar, se trata de una ópera con una sesión “entre generaciones”, para llevar a hijos y nietos al teatro y hay escenas, que no aportan nada, poco apropiadas para menores de edad.
Asmik Grigorian borda el papel de Rusalka, con una adaptación total. Ella es musicalidad en estado puro, cantante de manera fácil y bonita. Y, además, se atreve a dar unos pasos de ballet, puntas incluidas, lo cual no es nada sencillo. No estamos ante una diva que canta, estamos ante una rencarnación del personaje de Dvorak. Una pena la reinvención del argumento y lo soso del vestuario.

Escena de Rusalka en el Liceu
Piotr Beczala es el más conocido del Liceu de todo el elenco, y cada vez está mejor y más sólido. Genial en todas sus escenas arranca aplausos y bravos al final del primer acto, y con el dúo final del tercer acto. En su madurez, su voz ha crecido, es bonita e intensa, además de brillar en la comunicación. Uno de los tenores en mejor forma del momento.
Carisma
El bajo griego Alexandros Stavrakakis, interpreta Vodnik, de manera excepcional. Es un bajo de verdad, con cuerpo, volumen, proyección, amplio registro y matices.
Karita Mattila puede que se esté despidiendo de los roles de las grandes divas, migrando a la tesitura de mezzosoprano, algo posible solo con carisma, como el suyo. Su papel es corto, pero interesante. Okka von der Damerau no es la primera vez que canta en el Liceu. Cumple, pero no remata.
El resto de personajes menores cumplan, destacando las tres ninfas, Julietta Aleksanyan, Laura Fleur y Alyona Abramova. Manel Esteve, está brillante, tanto en lo vocal como en su actuación.
En resumen, a quedarse con la música y los cantantes y a olvidar todo lo demás.