Imagen de archivo de la Torre Eiffel de París

Imagen de archivo de la Torre Eiffel de París Pixabay

Vivir en Barcelona

Barcelona rechazó albergar un monumento en el S.XIX: ahora es una joya y reconocido en todo el mundo

La capital catalana apostó por crear una identidad propia en consonancia con las construcciones modernistas que ya se habían construido en la ciudad

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¿Te imaginas Barcelona con una torre de hierro de más de 300 metros en el corazón de la ciudad? Eso es exactamente lo que no ocurrió en 1888, cuando el arquitecto francés Gustave Eiffel propuso al Ayuntamiento levantar su icónica torre con motivo de la Exposición Universal.

La capital catalana, comprometida con su emergente identidad modernista, declinó la oferta. En su lugar, se erigió el sobrio y elegante Arco del Triunfo, símbolo de su época y de una ciudad en transformación. Hoy, este rechazo es considerado una decisión que consolidó su carácter único y preservó su espíritu arquitectónico.

Barcelona apostó por su propia identidad

En el último tercio del siglo XIX, Barcelona vivía una redefinición urbanística. El modernismo, impulsado por arquitectos como Antoni Gaudí, Lluís Domènech i Montaner y Josep Puig i Cadafalch, comenzaba a marcar la fisonomía urbana con formas orgánicas, color y audacia creativa.

La Torre Eiffel en una imagen de archivo

La Torre Eiffel en una imagen de archivo ARCHIVO

Frente a esa corriente cultural, el Arco del Triunfo — diseñando por Josep Vilaseca para la exposición de 1888 — encajó perfectamente: era elegante, neoclásico y simbólico, sin romper con el estilo que se consolidaba.

Construido con ladrillo rojizo, se convirtió en una puerta monumental que reflejaba más la Barcelona emergente de aquel entonces que la torre metálica que Eiffel llevaba bajo el brazo.

Una oportunidad histórica que fue a París

La decisión tenía lógica. La burguesía barcelonesa no terminaba de ver una estructura de hierro tan prominente en aquella Barcelona en plena revolución estética.

Así que Eiffel desestimó el proyecto, trasladó la torre a París y terminaría erigiéndose en 1889, durante la Exposición Universal parisina.

El resultado: un símbolo mundial de la arquitectura del hierro y la fascinación por lo industrial, hoy uno de los monumentos más reconocibles del planeta. Mientras tanto, Barcelona ganó una joya distinta: una puerta cívica vinculada a su identidad, en una ciudad en expansión que aún preservaba sus raíces mediterráneas.

Arco del Triunfo / PIXABAY

Arco del Triunfo / PIXABAY

El monumento en la ciudad francesa se ha convertido en el monumento de pago más visitado del mundo. Según los datos oficiales, la Torre Eiffel atrae cada año a más de seis millones de visitantes, una cifra que algunas estimaciones elevan incluso por encima de los siete millones.

Desde su inauguración en 1889, esta emblemática estructura ha recibido a más de 250 millones de personas, lo que la convierte en un icono turístico de alcance global.

Icono de Barcelona

Este monumento no ha envejecido. Por el contrario, se ha adaptado al siglo XXI como un punto de reunión para eventos, celebraciones y manifestaciones.

Situado en la confluencia de paseo de Lluís Companys, la Ronda Sant Pere y el Paseo de Sant Joan, delante del Parc de la Ciutadella, ilumina las noches con su presencia vigilante. Su silueta se asocia con conciertos, celebraciones deportivas y manifestaciones multitudinarias.

Imagen de archivo de la Torre Eiffel/EFE

Imagen de archivo de la Torre Eiffel/EFE

Al contrario de lo que habría ocurrido si Barcelona hubiera optado por la torre de hierro, el Arco se mantiene fiel a su escala humana y a su rol integrador en la vida urbana.

Muchas personas consideraron un error el “rechazo notable”, pero realmente la decisión solo reflejaba una clara apuesta por una identidad arquitectónica propia para no diluirse en un estilo ajeno y forjarse como referencia internacional, no por mimetizarse con iconos como el de París, sino por haber tener los suyos, como la Sagrada Família, el Hospital de Sant Pau o las casas de Gaudí.