La lumbalgia, ese dolor profundo en la parte baja de la espalda, es una de las dolencias más comunes del siglo XXI. Según la Organización Mundial de la Salud, afecta a cerca del 70 % de la población en algún momento de su vida. Puede parecer un mal pasajero, pero su impacto en la calidad de vida es enorme: limita el movimiento, interrumpe el sueño y reduce la capacidad para realizar tareas cotidianas.
Las causas de este dolor son múltiples y complejas. En la columna conviven músculos, vértebras, discos, nervios y ligamentos, y cualquiera de estas estructuras puede generar molestias. Por eso, al llegar a la consulta, es vital describir con precisión la zona afectada, el tipo de dolor y las actividades que lo agravan. A veces, el paciente cree sentir “dolor de riñones”, pero en realidad se trata de una lumbalgia que irradia hacia los flancos. Detectar el origen exacto es el primer paso para diseñar un tratamiento eficaz.
“No es solo una molestia mecánica, sino una señal de que algo en nuestro cuerpo o en nuestros hábitos necesita atención”, señala el doctor Ignasi Català, neurocirujano y subdirector del Instituto Clavel, del Hospital Quirónsalud Barcelona.
El tiempo del dolor
La duración de una lumbalgia varía tanto como quienes la padecen. En algunos casos, el dolor es agudo y autolimitante, y desaparece en pocos días o semanas con reposo y cuidados básicos. En otros, se vuelve crónico, persistiendo durante meses o incluso años. “El cuerpo tiene su propio reloj para sanar —explica el doctor Català—, y ese reloj depende de muchos factores: la causa del dolor, la edad del paciente y, sobre todo, sus hábitos diarios”.
Cuando la molestia es intensa pero breve, hablamos de lumbalgia aguda. Suele deberse a una lesión deportiva, un esfuerzo repentino o una hernia discal. El tratamiento incluye fisioterapia, medicación y, en casos puntuales, cirugía. En cambio, la lumbalgia crónica puede durar más de tres meses y fluctuar en intensidad. A menudo está relacionada con procesos degenerativos de la columna, y su manejo requiere paciencia, constancia y un diagnóstico preciso.
Factores que marcan la recuperación
No existe una regla fija sobre cuánto dura una lumbalgia. Puede remitir en un par de días o acompañar a la persona durante años si no se abordan sus causas y se corrigen los hábitos posturales. Entre los factores que determinan la recuperación destaca, primero, el grado de inflamación: cuando las raíces nerviosas están irritadas, el dolor se amplifica y el proceso de curación se ralentiza. Cuanto mayor sea la inflamación, más tiempo necesitará el cuerpo para recuperar su equilibrio.
También influyen los tejidos afectados. Los músculos lumbares, los discos intervertebrales o incluso las vísceras cercanas pueden estar involucrados. Problemas renales o digestivos pueden proyectar dolor hacia la espalda baja, y según el tejido implicado, así será el tiempo de recuperación. Otro aspecto clave es el nivel de actividad física: aunque el instinto lleve al reposo absoluto, el movimiento controlado acelera la circulación y favorece la reparación celular. “El reposo prolongado es enemigo de la curación”, advierte el subdirector del Instituto Clavel. “El movimiento consciente, guiado por un fisioterapeuta, es nuestro mejor aliado”.
Emoción y dolor: una conexión real
La parte emocional también desempeña un papel decisivo. El estrés y la ansiedad aumentan la tensión muscular y agravan el dolor lumbar. Por eso, aprender a gestionar las emociones y mantener un equilibrio mental es parte del tratamiento.
Cuando el dolor se extiende hacia las piernas, hablamos de lumbalgia irradiada o ciática, un cuadro que debe ser evaluado por un traumatólogo o neurocirujano especializado en columna.
Cómo aliviar y prevenir la lumbalgia
La lumbalgia es considerada por muchos expertos como una de las principales causas de discapacidad mundial. Prevenirla es posible, y comienza con pequeños cambios en la vida cotidiana: dormir boca arriba o de lado, ajustar la altura del escritorio, levantar peso flexionando las rodillas y no la espalda, y cuidar la postura durante las horas de trabajo o descanso. “Tu espalda recuerda cada movimiento, tanto los buenos como los malos”, recuerda el doctor Català.
Entre los tratamientos más eficaces se encuentran las fajas lumbares, que alivian el dolor y mejoran la movilidad bajo supervisión médica; los estiramientos específicos, realizados dentro de un programa de fisioterapia progresiva; y la natación, que reduce el peso sobre la columna y fortalece los músculos sin sobrecargarlos. En el agua, la espalda respira.
Cuando el dolor no cede
Si los métodos conservadores no ofrecen alivio, el especialista puede recomendar técnicas como infiltraciones o rizólisis, y, en casos más complejos, un abordaje quirúrgico. Las opciones van desde el reemplazo de disco intervertebral hasta la fusión lumbar, según la causa y la gravedad del daño. No obstante, como indica el neurocirujano, “siempre apostamos por la alternativa menos invasiva, la que permita al paciente volver antes a su vida normal”.
Hoy, gracias a la tecnología médica de precisión, las intervenciones son más seguras y las recuperaciones más rápidas. Sin embargo, la verdadera clave está en la prevención, en escuchar al cuerpo antes de que el dolor se instale. Porque, como concluye el doctor Ignasi Català, neurocirujano y subdirector del Instituto Clavel, “una espalda sana no se hereda, se construye día a día”.
