A 512 metros sobre el nivel del mar, coronando la sierra de Collserola, el Parque de Atracciones del Tibidabo no solo ofrece una de las vistas más espectaculares de Barcelona, sino también una historia tan mágica como las que cuentan las películas de Disney.
Lo que pocos saben es que este recinto centenario —el más antiguo de España y uno de los más veteranos de Europa— despertó la admiración del mismísimo Walt Disney, quien llegó a interesarse por sus autómatas y por la atmósfera encantadora que lo envolvía.
Más de 120 años después de su apertura, el Tibidabo sigue siendo un lugar donde generaciones enteras han reído, soñado y sentido vértigo. Quizá por eso Walt Disney, siempre en busca de espacios capaces de despertar la imaginación, encontró aquí una chispa de inspiración.
Un sueño nacido en la montaña
El Tibidabo abrió sus puertas en 1905, cuando la ciudad apenas soñaba con convertirse en la metrópoli que es hoy. La idea fue del farmacéutico y empresario Salvador Andreu, quien quiso transformar la montaña en un espacio de ocio y cultura para todos los barceloneses.
Parque de atracciones del Tibidabo
Su proyecto incluía un tranvía —el icónico Tramvia Blau—, un funicular pionero en su época y un recinto de atracciones con columpios, espejos deformantes y pequeños ingenios mecánicos que asombraban a grandes y pequeños.
Aquel parque era una mezcla de ingenio, fantasía y tecnología artesanal. Con el paso de los años, se fue llenando de nuevas atracciones, y en los años cincuenta alcanzó su época dorada. Fue entonces cuando un visitante excepcional se interesó por aquel pequeño paraíso suspendido entre las nubes.
El día que Walt Disney se enamoró del Tibidabo
Según explica el historiador del parque Josep Darné, durante una visita a Europa en la década de 1950, Walt Disney conoció el Tibidabo y quedó impresionado por su colección de autómatas. Aquellas figuras de madera y metal, capaces de moverse y sonreír como si tuvieran vida propia, lo cautivaron.
La caída libre Merlí del Tibidabo de Barcelona en una imagen de archivo
Tan grande fue su admiración que llegó a ofrecer un cheque en blanco para adquirir toda la colección. Los responsables del parque, sin embargo, rechazaron la oferta: los autómatas eran parte del alma del Tibidabo, una herencia que se negaban a vender.
Un año después, en 1955, Disney inauguraría su propio parque en Anaheim, California: Disneyland, el primer parque temático del mundo tal y como hoy lo entendemos. Muchos historiadores coinciden en que aquella visita a Barcelona dejó una huella en su imaginación, inspirando el modelo de un espacio donde la magia, la tecnología y la emoción convivieran en armonía.
El corazón mecánico del Tibidabo
Hoy, los mismos autómatas que deslumbraron a Disney pueden verse en el Museo de Autómatas del Tibidabo, una joya escondida dentro del parque. Sus piezas, cuidadosamente restauradas, datan de los siglos XIX y XX, y proceden de talleres franceses, alemanes y catalanes.
Entre ellas destacan bailarinas, equilibristas, magos y animales que cobran vida al pulsar un botón, en una exhibición que combina arte, mecánica y nostalgia. Muchos visitantes desconocen que detrás de estas máquinas se esconde el germen de la robótica moderna: un arte mecánico que buscaba, mucho antes que los ordenadores, imitar la vida.
Parque de atracciones del Tibidabo / TIBIDABO
Un parque con alma barcelonesa
Aunque ha sufrido transformaciones a lo largo del tiempo, el Tibidabo conserva su encanto original. La mezcla de atracciones históricas —como el avión rojo de 1928 que “vuela” sobre la ciudad— y las más modernas montañas rusas o simuladores, convierten al parque en un símbolo del equilibrio entre tradición e innovación.
Además, su ubicación lo convierte en uno de los mejores miradores de Barcelona: desde la noria o desde el Templo del Sagrado Corazón se puede ver toda la ciudad, el mar Mediterráneo y, en días despejados, incluso Montserrat.
