A pocas horas de que los niños de San Ildefonso canten los premios de la Lotería de Navidad, Catalunya vuelve a mirarse en el espejo del azar. Este año, los catalanes habrán jugado en torno a 450 millones de euros en décimos, una cifra que confirma que, pese a los cambios económicos y sociales, el sorteo del 22 de diciembre sigue siendo un ritual colectivo.
Pero más allá de las cifras, las probabilidades y los bombos, la lotería se explica también a través de historias. Y una de las más singulares se escribe desde hace más de un siglo en la calle Pelai de Barcelona, bajo la mirada fija de un gato negro.
La administración El Gato Negro, fundada en 1912, es mucho más que un punto de venta. Es un pequeño santuario urbano donde superstición y tradición conviven con la esperanza, donde el gesto de pasar el décimo por una figura felina se repite miles de veces cada diciembre, y donde una campana marca simbólicamente el deseo de que la suerte, esta vez sí, se quede.
El Gato Negro celebra el primer premio de la lotería del Niño en ediciones anteriores
Catalunya y la fe en los números
Según datos de Loterías y Apuestas del Estado, a Catalunya se le han consignado este año más de 458 millones de euros en billetes de la Lotería de Navidad. Barcelona concentra la mayor parte del gasto, aunque Lleida lidera el desembolso por habitante. El gasto medio ronda los 57 euros por persona, una cifra que refleja hasta qué punto este sorteo forma parte del imaginario colectivo.
La lotería es, para muchos, una inversión emocional más que financiera. Se comparte en familias, empresas y grupos de amigos; se compra por tradición, por compromiso o por pura ilusión. Los números se eligen por fechas señaladas, por terminaciones “bonitas” o, simplemente, al azar. Y aunque las matemáticas insistan en que las probabilidades son mínimas, cada año se renueva la sensación de que “puede tocar aquí”.
El ritual del gato negro
En El Gato Negro, ese “aquí” adquiere una dimensión casi mágica. La administración, una de las más antiguas de Barcelona, debe su nombre y su estética a un animal históricamente asociado a la mala suerte. Sin embargo, en este local sucede justo lo contrario: el gato negro se ha convertido en un talismán.
Los clientes no suelen marcharse sin realizar el pequeño ritual que marca la casa: frotar el décimo por alguna de las figuras del gato, tocar la campana de la suerte y, en silencio, pedir un deseo. Nadie garantiza nada, pero casi nadie se salta el gesto. “Por si acaso”, dicen muchos.
Detalle de una participación de Loteria Nacional de Navidad
Teo Baró, cuarta generación al frente del negocio, observa estos días con calma y experiencia el ir y venir constante de compradores de última hora. Explica que las ventas se mantienen estables y que la tradición pesa tanto como la posibilidad del premio.
Más allá de su practicidad, comprar en El Gato Negro tiene un valor añadido que va más allá de lo tangible: una trayectoria avalada por décadas de premios repartidos y una reputación forjada a base de historias que se transmiten de boca en boca. Sin necesidad de cifras exactas ni alardes, la administración ha quedado ligada en la memoria colectiva a importantes sorteos y a alegrías compartidas, reforzando su fama como un lugar donde la suerte parece sentirse cómoda.
Muchos clientes regresan año tras año, algunos desde hace generaciones, convencidos de que en ese pequeño local de la calle Pelai existe algo más que azar. Y ahora que ya lo sabes todo sobre esta administración centenaria, comprar un décimo allí se convierte también en una forma de participar de su historia y de mantener viva una tradición que desafía al tiempo y a la estadística.
Bombo del sorteo de Lotería
Sueños pequeños, premios grandes
Las colas frente al mostrador son también un muestrario de sueños. Hay quien fantasea con saldar deudas, quien piensa en un viaje aplazado o en ayudar a la familia. Un joven migrante habla de traer a los suyos a Barcelona; otros, simplemente, repiten la frase que se escucha cada 22 de diciembre: “Si no toca, al menos tenemos salud”.
La Lotería de Navidad reparte mucho más que dinero: reparte conversación, expectativas y un relato compartido que dura apenas cuatro horas, lo que se extiende el sorteo. Después, la vida sigue. Pero durante ese tiempo, Catalunya —como el resto del país— se detiene ante la radio, la televisión o el móvil.
En administraciones como El Gato Negro, esa espera se vive con una mezcla de nervios y resignación. Saben que la suerte es esquiva, pero también que la tradición, como el gato negro de la entrada, siempre vuelve a su sitio. Porque, al final, quizá la verdadera fortuna no esté en el número premiado, sino en la historia que cada diciembre se vuelve a contar.
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