Barcelona sigue los pasos de grandes ciudades europeas en la limitación de cruceros. Después de que en 2023 registrara el récord histórico de cruceristas (3,5 millones), el Ayuntamiento negocia con el Port la renovación del convenio de 2018 para poner freno a la llegada masiva de turistas. “Barcelona está al límite de su capacidad”, aseguró hace unas semanas el alcalde Jaume Collboni. El socialista puso como ejemplo Venecia y Ámsterdam, pero lo cierto es que la preocupación por los cruceros se extiende a más ciudades de Europa. Aunque la mayoría de ellas tiene como fuente principal de ingresos el turismo, todas han encontrado la fórmula para limitar la llegada de grandes barcos.
La capital catalana está en fase inicial. Hay voluntad, pero todavía no se ha puesto sobre la mesa la hoja de ruta para llevar a cabo esta limitación. Si bien Collboni apostó por poner “un tope”, no concretó un número. Lo que sí tiene claro es que en caso de que esta medida no se traduzca en una reducción de cruceristas, estará dispuesto a cerrar terminales en un futuro. Sea como fuere, Barcelona no es la única ciudad con la voluntad de cambiar las cosas y puede tomar ejemplo de cómo el resto de ciudades europeas han llevado a cabo sus políticas.
Barcelona, una lucha cronificada contra los cruceros
Barcelona es una de las ciudades donde el debate es más enconado. Con el anterior gobierno de Ada Colau, la lucha fue más encarnizada. En 2022, los comunes abogaron por rebajar de 400.000 a 200.000 cruceristas mensuales durante la temporada alta. También exigió al Port la renuncia a adjudicar la séptima terminal –ahora en manos de Royal Caribbean--. No obstante, fue Colau quien firmó el convenio en 2018 con el Port, en el que se acordó alejar las terminales de la ciudad por la contaminación. Y en el que también se incluyó la construcción de nuevas terminales, unas instalaciones que no alojarán más barcos que los actuales, pero sí más grandes.
Ninguna de las medidas anteriores tiraron adelante. "El convenio firmado no ha surtido efecto", dijo Collboni. Con el cambio de gobierno y la llegada del socialista a la alcaldía, la tensión entre Ayuntamiento y Port se ha relajado. Hay más diálogo y voluntad de llegar a acuerdos. Y lo primero que deberán abordar es cómo se quieren limitar los cruceros.
Ciudades europeas ejemplares en la limitación
La primera ciudad en implantar restricciones fue la croata Dubrovnik. Desde 2019, la ciudad no puede recibir más de dos embarcaciones por día con un máximo de 5.000 pasajeros. Antes de la limitación era habitual que atracaran hasta siete cruceros, con lo que hasta 10.000 turistas inundaban la localidad en un mismo día. La masificación turística afectó en especial a la parte antigua de la ciudad. Por esta razón, el gobierno de Dubrovnik prohibió la llegada de los barcos hasta el puerto viejo de la ciudad. Ahora, los cruceros deben dirigirse a un puerto alejado unos tres kilómetros desde las murallas de la ciudad.
Venecia es otra de las ciudades que se ha posicionado contra los cruceros. Es una ciudad pequeña con una altísima presión turística. La gota que colmó el vaso fue el choque de un barco de la compañía MSC contra una pequeña embarcación en 2019. A partir de entonces se redoblaron las acciones para la limitación. En 2021, el gobierno italiano dio un golpe sobre la mesa y prohibió la entrada de cruceros al centro de Venecia con el objetivo de salvar su laguna. La medida afecta a las embarcaciones de 25.000 toneladas, las que tengan una eslora superior a 180 metros o una altura de 35 metros. Solo pueden pasar por delante de la plaza San Marcos los barcos con menos de 200 pasajeros. Antes de la pandemia, Venecia era uno de los principales destinos turísticos, con más de 25 millones de visitantes al año. Además de la limitación de los cruceros, recientemente la ciudad ha impuesto una tasa turística de cinco euros. Todos los turistas que quieran acceder deberán reservar y pagar una ‘entrada’.
Junto a Dubrovnik y Venecia se encuentra Ámsterdam. Es de las últimas ciudades que se han sumado a la lucha contra la masificación. En 2023, el ayuntamiento de la capital de los Países Bajos cerró la principal terminal de cruceros, prohibiendo así su llegada, con el objetivo de reducir la afluencia de turistas y los niveles de contaminación. Ámsterdam es otra de las capitales que atrae cantidades de visitantes, más de un millón de media cada mes, superando su población de poco más de 800.000 personas.
En Grecia tampoco han podido hacer frente al crecimiento exponencial de turistas. En Santorini, una de las islas griegas más masificadas, se redujo de ocho a cuatro el número de cruceros diarios, limitando la llegada a 8.000 turistas.
Mallorca, la primera de España
No hace falta poner únicamente el ojo en estas ciudades europeas. También hay ejemplos cercanos a Barcelona. En 2022, Mallorca fue la primera ciudad española en limitar la llegada de cruceros. El gobierno de Francina Armengol firmó un acuerdo con las principales navieras en el que se estableció la llegada de tres cruceros por día, uno de ellos con capacidad máxima para 5.000 pasajeros. Con el cambio de gobierno balear y la entrada de PP y Vox, una de las preocupaciones era la continuidad de la norma. Sin embargo, a finales de mayo, el nuevo alcalde de Palma (también del PP) propuso prohibir determinados cruceros y cobrar dos tasas a los cruceristas.
Incluso Valencia considera que se ha llegado a un punto de no retorno. Por primera vez, la ciudad se plantea la necesidad de poner límites a los cruceros. La intención de su alcaldesa es prohibir la llegada de grandes barcos a partir de 2026, de forma que no podrán amarrar en el puerto. El objetivo no es tanto reducir el número de visitantes, sino atraer a un turismo de calidad y sostenible. Así pues, se limitará la llegada de los cruceros que se consideren que no tengan un retorno económico para la ciudad.
El principal problema son los cruceros de escala
Precisamente, todas estas ciudades tienen una característica en común: reciben cruceros de escala. Es decir, que los turistas pasan pocas horas en la ciudad. ¿Tiene sentido limitarlos? Según Javier Romani, profesor de Economía y miembro del Institut de Recerca de Economia Aplicada de la Universitat de Barcelona, depende de la capacidad de carga turística de una ciudad. “Si una ciudad supera su capacidad de carga, llega un momento en que los cruceristas son una desventaja porque vienen a por una demanda que ya no da más de sí. Por ejemplo, si en un restaurante está todo lleno, tener más clientes no le aporta nada, simplemente porque no pueden darles servicio. Si se llega a ese punto, más cruceristas no aportan valor”, explica a Metrópoli.
Pero mientras que hay ciudades que plantean limitaciones, otras persiguen la llegada de más barcos. Se trata de Málaga, aunque históricamente no ha formado parte del podio de puertos, como es el caso de Barcelona. Este es el factor diferencial. Precisamente porque no ha alcanzado su capacidad de carga. “Málaga todavía tiene margen de crecimiento sin generar molestias”, según el economista Romani.