El edificio Estel --antigua sede de Telefónica en Barcelona--, situado entre las calles de Mallorca, Viladomat y la avenida Roma lleva años siendo un quebradero de cabeza para los vecinos. Los constantes intentos de rehabilitación del edificio para darle una nueva vida han fracasado y la paciencia ha llegado a un límite.
Tras el anuncio de compra por parte de los fondos de inversión Bain Capital Credit y FREO, que quieren destinar el edificio a oficinas y amplios servicios para el barrio, el vecindario muestra escepticismo. Y con razón. El edificio, que ocupa toda una isla del Eixample, ha cambiado de manos en hasta cinco ocasiones y ninguno de los proyectos ha prosperado, por lo que desconfían que este siga adelante.
MÁS DE 10 AÑOS ABANDONADO
El cierre de la sede de Telefónica en 2011 para trasladarse al Fòrum supuso un batacazo para los vecinos, que no se imaginaban que más de una década después el edificio se convertiría en un “edificio fantasma”, como lo describe Alfonso. “Es un pozo de porquería y un agujero negro para el barrio”, lamenta este vecino a Metrópoli. El comercio también se vio afectado, pues los bares y restaurantes de la zona perdieron parte de su clientela habitual cuando los empleados de las oficinas se marcharon.
La incredulidad de los vecinos es comprensible. El proyecto se hizo público en 2021 y el objetivo de los promotores es terminarlo en 2024. Sin embargo, el vecindario lo ve “imposible” porque “las únicas obras que se hacen son de mantenimiento” para evitar que se convierta en un edificio decrépito, que por ahora solo conversa su imponente estructura de hormigón expuesta a la intemperie durante años. Por esta razón, Xavier, otro vecino del barrio, pide al Ayuntamiento de Barcelona que esté encima de la empresa inversora para que se “asegure de que construya las oficinas” porque de lo contrario, advierte el vecino a este digital, “será una zona maldita”.
OKUPACIONES Y VANDALISMO
Durante todos estos años, el edificio Estel ha sido víctima de okupaciones y vandalismo. Tal como explica Alfonso, hubo una época en que el edificio estaba totalmente abandonado y los saqueos eran constantes, principalmente de material de obra como el cobre. “Nadie pagaba una empresa de seguridad para que vigilase el edificio y esto para los vecinos era un drama total”. Actualmente, algunos sintecho se han instalado en las esquinas porque los operarios actúan de policías para evitar la entrada de okupas.
SUCIEDAD Y DEGRADACIÓN
A pesar de que a día de hoy no se realicen obras, los vecinos siguen con problemas. Su principal preocupación es la suciedad consecuencia de la degradación de la zona. “Hubo una época en que había mucho ruido y polvo, cuando estaban puliendo el hormigón. Ahora la suciedad no es de las obras sino del abandono que afecta a todo un entorno que está muerto”, critica Xavier.
La sensación de los vecinos es que el histórico edificio Estel es “una ficha del juego de Monopoli”, que se pasa de inversor a inversor para “intentar venderlo a un máximo precio” pero que a la hora de la verdad “no se hace nada”, denuncia Alfonso. En definitiva, terminará pasando “lo de siempre”: empezar un proyecto para no terminarlo.
LOS VAIVENES DEL EDIFICIO
Telefónica pactó en 2005 con el Ayuntamiento una recalificación del terreno donde se ubicaba la sede. Esta decisión abrió la puerta a construir, no solo oficinas, sino también viviendas. A cambio, la compañía de telecomunicaciones se comprometió a ceder al consistorio nueve recintos que pasarían a ser equipamientos municipales.
Este cambio de uso permitió a Telefónica vender en 2007 el edificio por 220 millones de euros al fondo de inversión Carlyle, que pretendía convertirlo en un complejo de pisos de lujo. No obstante, la crisis financiera llevó al fondo a la quiebra y el proyecto no prosperó, por lo que en 2013 pasó a manos de Sareb. Al año siguiente, una family office de Hong Kong, integrada en el grupo Platinum Estate, adquirió el edificio por 56 millones de euros con el objetivo de construir un hotel de la firma Hyatt. Sin embargo, la idea chocó de frente con la moratoria hotelera impulsada por el gobierno de Ada Colau, que llegó al poder poco después de que Platinum se hiciera con el activo. El grupo inversor reaccionó con una proyección de pisos de lujo, aunque tampoco lo pudieron tirar adelante.
Este fracaso desembocó en la compra del edificio por parte de la familia Gidwani, que proyectó más de 400 pisos de lujo. No obstante, el gobierno de Colau impuso que el 30% de las nuevas promociones tenían que estar destinadas a vivienda social. Finalmente, en 2021, FREO pagó 120 millones de euros por la compra del edificio, que destinará a oficinas y servicios para el barrio.