Las peluquerías y centros de estética regentados por personas de nacionalidad china que ofrecen masajes a precios muy bajos han proliferado en los últimos años. Los Mossos han realizado varias redadas contra el tráfico de personas y la explotación sexual en este tipo de negocios, que siguen funcionando y expandiéndose por toda la ciudad.
En algunas zonas, como el entorno de la Sagrada Familia, hay un negocio de este tipo casi en cada esquina. Hemos querido investigar si es cierto que en estos locales se ofrece sexo como complemento del masaje, el llamado 'final feliz'. Para ello, hemos visitado un salón de estética (que, evidentemente no representa a la totalidad de comercios similares) y hemos hablado con diversas fuentes conocedoras del negocio, que se podrá leer en la segunda parte de este reportaje.
A continuación, explicamos la experiencia de visitar un centro de estética, ubicado en el Eixample Dreta:
Entro en una sala que parece una peluquería, pero que no cuenta con los elementos habituales de una peluquería. Tres mujeres de unos 40 años están en el local, sentadas, mirando el móvil, vestidas de manera informal. Tal como entro, una se levanta, se dirige al pasillo del final de la sala y me invita a pasar. Yo, dubitativo, le pregunto por un masaje e insiste en que la siga, con una sonrisa picarona en la cara.
En ningún momento me sugiere qué tipo de masaje quiero o si tengo alguna dolencia muscular
Me conduce por un pasillo estrecho con varias puertas, abre la tercera y me hace pasar. Por el trayecto me pregunta cuánto tiempo quiero que dure el masaje, si 30 minutos o una hora. Le pregunto precios y señala que son 15 o 25€. Me ve indeciso y me propone 40 minutos por 20 euros. Acepto y entramos en la habitación. En ningún momento me sugiere qué tipo de masaje quiero o si tengo alguna dolencia muscular.
La sala es muy estrecha y en lugar de la esperada camilla me encuentro una cama de matrimonio que ocupa todo el ancho de la habitación y deja muy poco espacio al fondo. Al cerrar la puerta veo unas perchas en la misma puerta y mientras extiende una sábana encima del colchón, supongo y espero que limpia, me invita a quitarme la ropa.
Tras quedarme en calzoncillos insiste en que me he de desnudar por completo. Pregunto por qué y si no me puedo quedar con la ropa interior. Me responde que utiliza aceite y que es imprescindible. Finalmente me desnudo y me tumbo en la cama, encima de la toalla, boca abajo. Me coloca un cojín debajo de la cabeza y se sienta a mi lado.
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Tras untarse las manos con el aceite de un bote rellenable que no indica qué tipo de contenido hay dentro, empieza a sobarme la espalda. Sí, digo sobarme, porque a parte de acariciar mi piel y esparcir el aceite, poco más. Empieza por toda la espalda y poco a poco se me van cargando las cervicales. La cama, aunque es más cómoda de lo que podría esperarse ante lo cutre del local, no es lugar para un masaje y el cuello se resiente en una postura incómoda.
Ella trata de hacerme sentir cómodo en todo momento y me hace un par de comentarios durante el masaje. Cada vez que se dirige a mí acaba la frase con un “guapo”. Me pregunta también si voy al gimnasio y me dice que estoy “fuerte”, cosa que cualquiera que me haya visto no pensaría. La breve conversación se limita a consultar si trabajo por la zona y si volveré al curro cuando acabe conmigo.
Tras recorrer la espalda, con masajes sin ningún tipo de coherencia, rozando varias veces el culo, las manos de la supuesta masajista pasan a las piernas. Cada vez es más evidente que busca provocar la excitación acercándose a mi trasero, con movimientos lentos.
En el momento en el que desiste de pedirme que acepte el final feliz, su humor cambia y los últimos cinco minutos del masaje se producen en el más absoluto silencio
Finalmente, me pide que me dé la vuelta y me sugiere finalizar el masaje, al que le quedan 5 o 10 minutos, con una felación o masturbándome. Para ello empieza a acariciar mi pene. Le pido que no lo toque y le pregunto el precio. 20 euros con la mano y 35 con la boca. También añade que le puedo devolver el sobamiento que lleva media hora haciéndome a mí. Relaciones sexuales no ofrecen en ese local, me dice. Le espeto que prefiero que no haya sexo, ante lo que empieza a insistirme. Cuando intento cambiar la excusa y señalo que me parece caro el precio, como una comercial profesional, intenta tentarme con un descuento, hasta llegar a los 10 euros. También usa el argumento de que el precio del masaje se lo queda “la casa” y que ella cobra la “propina” del final feliz, tratando de darme pena.
En el momento en el que desiste de pedirme que acepte el final feliz, su humor cambia y los últimos cinco minutos del masaje se producen en el más absoluto silencio y con una actitud muy distante, nada que ver con lo sucedido hasta el momento. El “guapo” deja de apostillar todas sus frase cuando terminamos en la habitación y tras limpiarme el aceite con una toalla húmeda muy caliente, se marcha de la habitación sin despedirse.
Me visto y salgo de la habitación. Antes de irme pido un ticket o recibo, pero primero no me entiende y me ofrece una tarjeta del local. Tras insistir y explicarle qué es un ticket, me señala que ellos no realizan facturas y que no es posible, así que me voy, no sin antes llevarme una tarjeta del negocio, en la que veo en la parte trasera que por cada 10 “servicios” te regalan uno. Entiendo que el final feliz sigue yendo por separado.
[En la segunda parte del reportaje presentamos una radiografía de las peluquerías y los centros de estética y masaje en Barcelona].
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